Por: Martín Caparrós
La verdad que lo miré entero, pensando que iba a escribir sobre eso.
Era, al fin y al cabo, el discurso de la apertura.
Y cada tanto recordaba la famosa frase de Karl Kraus: sobre Tal no se me ocurre nada.
El problema de la frase es quién era Tal –así que la dejé.
Seguía mirando, era tedioso.
Un director de cámaras infiltrado, operativo de la Opo, mostraba cada tanto a los más feroces kirchneristas en poses de modorra plena, sosteniéndose la cara con las manos, mirando al infinito como si el infinito fuera un buen partido.
Nos aburríamos ante la catarata de cifras más o menos falseadas, más o menos irrelevantes, más o menos confusas; que haya argentinos convencidos de que Cristina Fernández es una buena oradora solo habla del presente balbuciente de un país que nunca hizo gran cosa pero solía tener muy buena parla.
La verdad que Cristina Fernández habla con la monotonía de quien no tiene nada que decir:
De quien transmite.
No construye las frases, no las remata, no las liga, no se recrea en las palabras como sí quienes dicen con gusto.
No tiene vuelo retórico, no tiene humor, no tiene una visión o un proyecto o una esperanza para comunicar –y no comunica.
Habla, para colmo, con la altanería de quien no está seguro y teme que se note.
Solo, de tanto en tanto, sus lapsi tienen alguna gracia.
Como, por ejemplo, cuando leyó que una hectárea de tierra en Balcarce, Tandil o Lobería había pasado de costar 3.800 millones de dólares en 2003 a 8.000 millones de dólares hoy día.
Más quisiera...
Pero el gran momento fue cuando dijo, generosa, decidida, inesperadamente:
“Y sí, digamos la verdad”.
Ya llevaba, para entonces, casi una hora de discurso, y la verdad que ofrecía fue banal:
Que si hace años un George Bush –no aclaró cuál– “en la Florida” dijo que Estados Unidos no podía darse el lujo de depender energéticamente etcétera etcétera.
Yo me había ilusionado.
Hasta que recordé que, finalmente, eso es lo que hacemos los argentinos.
–Claro, ilusionarnos.
–No, mi estimado: amenazar con la verdad.
Me preocupa, desde hace años me preocupa: ¿qué se le puede creer a un país donde la muletilla más usada, la que inicia la mitad de las frases, la introducción nacional por excelencia es “la verdad que”?
–La verdad que no sé.
No quiero caer en ese otro vicio nacional, la psicología de copetín, pero parece raro.
¿Qué fantasma nos ronda para que tengamos que decir cada doce palabras que decimos la verdad?
¿Qué sospecha acecha, despechada?
Empezar las frases con “la verdad que” sería superfluo si nadie recelase; insistir en la verdad de un párrafo supone suponer que todo el resto no lo era o vaya usted a saber.
–No sé. ¿Para qué te voy a mentir?
La pregunta, por suerte, suele ser retórica: ninguna convocaría lista tan larga de respuestas.
Te voy a mentir para conseguir que me des algo,
te voy a mentir para no tener que darte algo,
te voy a mentir para que no creas que soy un idiota,
te voy a mentir para que me mires con esa sonrisa de admiración que me calienta tanto,
te voy a mentir para que sepas que te estoy mintiendo –y siguen toneladas.
Te voy a mentir para que te vayas lo más lejos posible:
La verdad que vivimos en un país cuyo nombre es mentira.
La verdad: somos la Argentina porque los pocos indios que habitaban estos páramos no sabían qué más hacer para sacarse de encima a aquellos conquistadores sifilíticos y entonces, para que se fueran, les decían lo que querían escuchar: que más allá, que más arriba, que más lejos había plata, mucha plata.
Por eso aquellos crédulos llamaron a este río, que solo lleva al barro, río de la Plata; por eso a sus costas Argentina –que, como sabemos, significa eso mismo.
Significa: éste es un lugar lleno de plata.
Significa: te engañé –y quisiste creerlo.
–La verdad, si te digo te miento.
Y sin embargo hablamos, y así una de las palabras nuevas más exitosas de las últimas décadas es la palabra trucho:
La forma de decir falso sin ser brutal,
de decir engaño sin sonar agresivo,
de tratar a la mentira con cariño -de darle su lugar en el hogar.
Y la palabra nacional que más ha circulado por el mundo en las últimas décadas también es mentirosa:
Decir desaparecido fue la forma de no decir secuestrado torturado asesinado.
Por suerte ahora, para que te quedes tranquilo, te dicen olvidate.
–Olvidate, che. Fumá. La verdad que no hay problema.
Y las palabras, de brutos no más, se nos escapan.
Sincericidio es un buen ejemplo.
Se la supone construida como suicidio:
El suicidio de ser demasiado sincero.
Pero, en verdad etimológica, significa matar a la sinceridad, como homicidio es matar a un hombre,
regicidio a un rey –y es lo que decimos cada vez que queremos decir que alguien dice algo que parece demasiado cierto.
–Y no, la verdad que.
La verdad que estamos en problemas.
Por eso hay que lanzar una Campaña Nacional Urgente:
¡¡¡Consigámonos, otra muletilla¡¡¡
Hagamos un concurso, busquémosla, inventémosla.
Esta nos queda fea, no conviene.
La verdad que nos muestra demasiado...
Boletín Info-RIES nº 1102
-
*Ya pueden disponer del último boletín de la **Red Iberoamericana de
Estudio de las Sectas (RIES), Info-RIES**. En este caso les ofrecemos un
monográfico ...
Hace 1 mes
No hay comentarios:
Publicar un comentario