"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

sábado, 19 de abril de 2014

El diálogo con un sordo es un monólogo

Por José Leopoldo Decamilli (*)

Mucha gente en Venezuela (y fuera de ella) ha acogido con optimismo y esperanza la disposición del gobierno de facto  del país de dialogar  con la oposición democrática, hasta hace poco tiempo perseguida brutalmente y calificada como reaccionaria, imperialista y golpista.
Y bien, sí.
Un diálogo bien entendido, esto es, si reúne todas las condiciones para que sea un diálogo auténtico, puede ser una verdadera bendición para un  país  al borde de una anárquica disolución.

Un  diálogo real exige en primer término que tenga lugar en un espacio neutral y que esté dirigida por una instancia internacional con capacidad reconocida por las partes litigantes de aceptar sus decisiones.
En segundo lugar demanda la voluntad  del gobierno de restablecer la plena vigencia de los principios básicos del Estado de Derecho y de las instituciones republicanas (reorganización de la Corte  Suprema de Justicia, Poder Electoral, Contraloría General, Defensoría del Pueblo),
la inmediata suspensión  de las medidas represivas y la disolución de las bandas terroristas,
el cese de la criminal persecusión a la oposición
y la inmediata liberación de los presos políticos (Leopoldo López, Antonio Ledesma, Alcaldes de San  Cristóbal y de San Diego y otros tantos más)
de los estudiantes apresados y torturados por haber organizado manifestaciones pacíficas,
y, finalmente, dar término a la vergonzosa entrega de la soberanía nacional   a los comunistas cubanos que succionan económicamente al país y los organizadores del aparato represivo.

Mientras se mantenga el tinglado de la represión totalitaria -y el "gobierno" de Maduro no parece dispuesto a otra cosa- el diálogo no puede prosperar.

Lo que los siniestros caciques cubanos y sus serviles buhoneros venezolanos buscan realmente  con esta cháchara pacifista es  que el transcurso del tiempo apacigüe los ánimos y pueda continuar el banquete de la explotación.

(*) Crónica y Análisis publica el presente artículo de José Leopoldo Decamilli por gentileza de su autor.

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