"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

lunes, 19 de mayo de 2014

El País que viene trás "la Década Ganada"

Por Jorge Raventos

El 25 de mayo de 2013 (no ha pasado siquiera un año) la señora de Kirchner afirmaba que no estaba satisfecha con diez años de kirchnerismo y reclamaba una década más.
Y para muchos su deseo sonaba –bueno o malo- como realizable.

El tiempo hace su trabajo.
Doce meses más tarde, la Presidente sabe ya que su período tiene un final irremediable y sólo piensa en cómo conservar algún residuo del poder y los recursos acumulados durante la “década ganada” para los tiempos de vacas flacas (y jueces menos disciplinados).

Sin esperar al fin, la Justicia la empieza a incomodar investigándola por el decreto que abrió las puertas a los entendimientos secretos entre YPF y Chevron.
El vicepresidente que ella eligió está a tiro de indagatoria y dos secretarios de Transportes, uno de ellos asiduo visitante nocturno de Néstor Kirchner, están siendo sometidos a juicio oral.
Como telón de fondo crece entre las fuerzas opositoras la idea de dar aire, concluido el ciclo K, a una “Conadep de la corrupción”.

Las prioridades de Francisco (y las del gobierno)

En ese contexto, no resultaba demasiado razonable que el gobierno volviera a pelearse mal con la Iglesia, como en otros años.

Tan pronto la Conferencia Episcopal dio a conocer, una semana atrás, el documento en el que subrayaba que el país “está enfermo de violencia”, el núcleo duro que rodea a la señora de Kirchner –empezando por los principales voceros de La Cámpora- salió a cruzar ásperamente a los obispos.
La propia Presidente los cuestionó parabólicamente durante el homenaje al sacerdote Carlos Mujica, asesinado en la década del 70.

El oficialismo no termina de definir una postura frente a la Iglesia, particularmente después de que Jorge Bergoglio fue elevado a la condición de Papa Francisco.
La mayor parte del núcleo duro kirchnerista, cebado como venía por el largo hostigamiento gubernamental al Bergoglio cardenal primado, no advirtió a tiempo la curva y siguió en la misma línea, mientras la Presidente, con astucia y prudencia, cambiaba el rumbo y pasaba de la ojeriza a la ostensible devoción.

Adalid de la postura original, el periodista Horacio Verbitsky, de opinión influyente en los círculos K, tomó distancia de las aproximaciones a (y coqueteos con) el Papa Bergoglio. En vísperas del altercado con los obispos, Verbitsky advirtió:
“A principios de 2011, cuando todavía encabezaba el Episcopado católico, Bergoglio definió los temas centrales en el calendario eclesiástico: drogas, pobreza e inseguridad. Una vez consagrado Sumo Pontífice ratificó esa agenda, ante el desconcierto oficial, que se conforma con los gestos amistosos que les prodiga a las figuras del oficialismo que peregrinan hasta su sede, mientras sigue socavando su base de sustentación al imponerle prioridades que no son las propias.”

El párrafo es revelador en distintos puntos.
En primer lugar, destaca anticipadamente que la agenda del Episcopado, que luego reflejó el documento atacado por el gobierno, se centra en los temas que había establecido oportunamente Bergoglio cuando lo encabezaba.
La afirmación desbarata la idea peregrina de introducir una cuña entre Francisco y los obispos argentinos, en la ingenua estrategia de “apoderarse del Papa” que sugirió un año atrás un conspicuo intelectual kirchnerista.

Verbitsky admite, además, que “los temas centrales del calendario eclesiástico” ratificado por Francisco (“drogas, pobreza, e inseguridad”) son cuestiones que “socavan la base de sustentación” del gobierno K, pues le imponen “prioridades que no son propias”.
Más claro, agua: la pobreza, la inseguridad, la influencia de las drogas – confiesa el ideólogo – son para el gobierno temas de importancia subalterna.

Los zigzagueos gubernamentales frente al documento episcopal son producto del desconcierto y las contradicciones internas de la coalición oficialista:
La Presidente finalmente invitó a autoridades de la Conferencia de obispos a dialogar en tono apaciguado. Comprendió que las posturas sobre el Papa y la Iglesia que prevalecen en el núcleo duro de su entorno, evidentes en las primeras reacciones) agravan su aislamiento y la separan del espíritu que prevalece en el peronismo (sobre el que necesita una vez más apoyarse).
Tomó nota, además, de que el pronunciamiento episcopal no estaba destinado a cuestionar al gobierno sino a subrayar el carácter prioritario de una agenda (pobreza, inseguridad, drogas) que resume las principales preocupaciones de la sociedad argentina, tal cual las detecta la extendida red organizativa de la Iglesia.

¿De parche en parche hasta las urnas?

Las mismas inquietudes estuvieron presentes en la movilización sindical que lideraron el último miércoles Hugo Moyano y Luis Barrionuevo: inseguridad, pobreza, inequidad, corrupción fueron las amenazas contra las que el movimiento obrero reclama acción de los poderes públicos.
Esta vez la CGT Azopardo y la Azul y Blanca no pusieron por delante consignas de orden salarial, sino más bien buscaron encabezar un reclamo más general: ciudadano antes que sectorial.

No es que escaseen las reivindicaciones específicas. 
Aumentan las suspensiones y despidos en varias ramas de la economía;
la inflación y la falta de escalas equitativas en la tributación de ganancias erosionan marcadamente los ingresos de los trabajadores;
más de la mitad de los jubilados perciben mensualmente unos 1.000 pesos menos que el salario mínimo vital (3.600 pesos), que a su vez está lejos de superar la línea de la pobreza.
Pese a esa abundancia de motivos propios de los sectores laborales, los dirigentes cegetistas quisieron destacar otros males, que dañan en análoga medida al conjunto de los argentinos y proponerse como estructura organizada de reclamo a aquellos sectores sociales que se encuentran más atomizados.

Aunque la manifestación del miércoles contó con muy escaso concurso de sectores no sindicales, eso puede cambiar si las calamidades que los gremios denuncian se siguen acentuando.
Los hechos y las necesidades pueden contribuir a que la reticencia de las clases medias tradicionales hacia los sindicatos disminuya marcadamente.

El gobierno no parece en condiciones de mejorar la situación económica y está trabajando con tácticas incoherentes y de corto plazo, una política de frazada corta que para tapar un vacío abre otro.
El incremento de las tasas fue una jugada para frenar la corrida al dólar.
Fue exitosa, al costo de encarecer el crédito hasta el desaliento,
enfriar la inversión y el consumo y alimentar la recesión.
Ahora, para achicar estos daños, se busca bajar las tasas, lo que impulsa nuevamente hacia arriba al dólar y regenera expectativas de devaluación.
Todo ello sin que los precios decaigan, lo que devuelve al INDEC a su rol de dibujante de la inflación. Etcétera.

Es razonable que en el gobierno crezca el nerviosismo ante la evidencia de que es virtualmente imposible sostener esa dialéctica durante los 19 meses de gestión que restan hasta que asuma el próximo presidente.

Pensar el país que viene después


Las fuerzas que se preparan para suceder al kirchnerismo deberían trabajar desde ya con una mirada estratégica, de mediano y largo plazo.
El llamado “modelo” K ha consistido principalmente en la dilapidación cortoplacista de enormes recursos provistos por las nuevas condiciones de la economía mundial.
Se trata, en cambio, de aplicar esos recursos para promover una integración sustentable del país en el nuevo diseño global, lo que implica apostar a sus ventajas competitivas, invertir en su gente y en su infraestructura, mejorar la productividad.

Es indispensable saltar por encima de los anacronismos ideológicos que siguen aferrados a opciones y dilemas que han perdido todo sentido.
Al analizar la situación argentina en la vorágine de la crisis de los años ’30, el historiador estadounidense Joseph Tulchin señala que en esa época, “el interrogante fundamental para los líderes de la nación era: si es cierto que nuestro modelo de crecimiento no funciona más y debemos cambiar el modo de inserción de la nación en el mundo, ¿qué modelo o modo de inserción alternativo nos permitiría (…) continuar proporcionando a la nación una cuota de influencia en el campo mundial?”.
Tulchin destaca que “ninguno de los grupos que se disputaban el poder entonces tenía una respuesta constructiva (…) se aferraban a su concepción del mundo aun frente a la creciente evidencia de que su país estaba incrementando su vulnerabilidad y que la influencia de su nación en el mundo estaba disminuyendo”.

Sería penoso que, al concluir la “década ganada”, el país sólo tuviera un nuevo gobierno y no un nuevo sistema político, apoyado sobre un nuevo consenso y sobre políticas de Estado adecuadas a la época, en cambio de rémoras recauchutadas de la segunda posguerra, de los tiempos en que se podía imaginar autarquías económicas.

Que habrá un nuevo gobierno ya es un hecho, no es ni siquiera un secreto de Polichinela.
¿Para qué empeñarse en lo que ya se consiguió, para que golpear donde la puerta está abierta?

De lo que se trata es de pensar le nueva era, que viene después pero empieza ahora mismo.

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