Por María Zaldivar
Aunque mantenga el perfil bajo,
la sombra de Eduardo Duhalde sigue merodeando entre bambalinas.
Como la sociedad argentina es muchas cosas pero, esencialmente,
impredecible, nadie sabe por qué echó sobre el pesificador asimétrico un
manto de impunidad que lo mantuvo con vida política más allá del
desastre que provocó.
Casi nadie lo responsabiliza de la estafa más
grande que la historia moderna registra, por la que grandes empresas
endeudadas localmente en dólares hicieron el increíble negocio de
esfumar sus obligaciones en esa moneda, mecanismo por el cual y
simultáneamente el grueso de la sociedad argentina
descendió abruptamente un par de escalones en su nivel de vida
y unos cuantos millones pasaron a la pobreza extrema de un plumazo.
Ese Eduardo Duhalde, que le pegó en los talones a De la Rúa
hasta voltearlo, el que renunció a sus planes presidenciales tras la
revuelta de Puente Pueyrredon, es el “
elegidor” de los Kirchner.
Es el
que anduvo por el interior del país ofreciendo la primera magistratura
como si le perteneciera y pocos se preguntaron sobre su legitimidad para
semejante tarea.
Después, el público se espanta de los extremos a los
que llegamos.
Estas cosas son parte del trayecto...
No se va de Alberdi a
Cristina Kirchner de un solo paso.
Es muy posible que estemos frente a un escenario electoralmente similar al del 2002, en el que se pueda repetir la bien urdida trampa del duhaldismo.
El gran titiritero, que digitó el precipicio de De la Rúa y alentó la
derrota de Carlos Menem aún más que el triunfo de Néstor Kirchner,
utilizó la euforia por Ricardo López Murphy para la concreción de su
plan.
Había, como en la actualidad, una sociedad que después de exprimir
hasta la indecencia los beneficios que la administración política
vigente ofrecía, pidió un cambio, por lo menos, de caras.
Ahí el
peronismo ideó aquello de ofrecerse al electorado servido en envoltorios
diferentes, una modalidad que instaló entonces y que llegó, por
supuesto, para quedarse.
Así empezó la ciudadanía entera, en una suerte de
ignorancia compulsiva, a participar de la interna pejotista.
Si bien las
propuestas peronistas entonces eran tres,
la pelea de fondo se planteaba claramente entre Kirchner y Menem.
Atrás, desde otro palo y con el ánimo templado por la emoción de
estrenarse en las grandes ligas, venía Ricardo López Murphy.
Era
“el”
candidato.
Un candidatazo:
Formado, probo, moderado y de convicciones
firmes.
Ideal para darle aire.
Y mientras importantes segmentos de la
población lo elegían genuinamente, el duhaldismo-kirchnerismo, también,
aunque por motivos menos santos.
Su tercer puesto cómodo empezó, por obra de esas encuestas carísimas
que su propio sector no podía pagar por la modestia de sus recursos de
campaña, a transformarse en segundo.
Y a veces sonaba hasta cabeza a
cabeza con el primero.
Y la euforia los ganó a los lopezmurphistas.
Y a
López Murphy.
La misma euforia que hoy se apoderó del macrismo.
Y de Macri, que iba tercero cómodo, y que de repente empieza, sin haber
hecho nada distinto salvo más propaganda, a adelantarse y que en las
últimas horas un encuestador -que hace dos semanas lo medía en tercer
lugar-
hoy lo ve liderando la intención de voto.
En 2003, la realidad contradijo a las encuestas pero el objetivo de embarrar el ballotage estaba logrado. ¡Grande Duhalde!
Si el voto no oficialista no se hubiera dispersado, otra hubiera sido la historia.
El idiotismo útil que apoyó a López Murphy en 2002 hoy está a full
con Mauricio Macri.
No ven la trampa ni el peligro.
No cambian ni
aprenden.
No quieren porque después de una década no pueden aducir
ingenuidad.
Mi abuela, con esa inteligencia llana que suele superar en
pragmatismo a la erudición de tubo de ensayo, se preguntaría:
“¿Son o se
hacen?”
Y la mezcla de erudición y experiencia (o sea saber
más conocerlos) le respondería:
“Son, abuela.
Son.
Le están haciendo el
juego, como hace doce años, al mismo eje.
No satisfechos con haberlos
autorizado a desperdiciar una década, vuelven a permitir hoy que Duhalde
y Kirchner los usen para seguir digitando y arruinando nuestras vidas”.
“Pero ya está, abuela.
No hay peor sordo que el que no quiere oír.
Es
tan grave la situación y tan poco el tiempo que hay que dedicar los
esfuerzos en razonar con los millones de personas de buena voluntad que
quieren, en serio, sacarse de encima a Duhalde y a Kirchner.
Sobre ellos
hay que concentrarse
mientras los PROperonistas votan con el kirchnerismo elevar
el pañuelo de Bonafini a la categoría de símbolo “patrio” o el traslado
del monumento a Cristóbal Colón para no herir los ojos de la
Presidente.
O mientras se juntan con el oficialismo garantista a
formular modificaciones al Código Penal para alegría de la
delincuencia”.
Porque para el autoritarismo la ley modifica la realidad.
Y si no es
posible modificarla por ley, se las ignora;
a ambas.
¡Y listo!
Colón deja
de ser Colón en cuanto no lo vemos.
El pañuelo de Bonafini incorpora
lustre no bien la ley que lo dispone entra en vigencia.
Y si así no
fuera, si algún individuo osara no emocionarse con el pañuelo
de Bonafini como cuando ve flamear la bandera de Belgrano, siempre habrá
un funcionario dispuesto a amenazarnos con el cumplimiento de la ley.
Porque la ley cambia de objeto en los regímenes totalitarios; en lugar
de ser el marco que limita el poder del Estado es el arma del burócrata
para el disciplinamiento del individuo.
“El que no lo ve, abuela, y no lucha contra ello, colabora con la instalación del poder absoluto y discrecional.
Fijate la
contradicción boba del macrismo:
Va a Venezuela a apoyar cuanta
manifestación se realiza contra el regimen agobiante de Chávez y sus
herederos, y en la Argentina acompaña al kirchnerismo en su
intención de judicializar la toma de las calles por parte de la
ciudadanía.
A ver, abuela
¿vos te acordás quién fogoneó los piquetes?
¿Quién inventó los tipos con palos en la mano y la cara tapada
apoderándose de nuestra libertad de transitar, que emergieron como
pulgas en los primeros años del kirchnerismo?
¿Y no supusiste que, al no
reprimir tamaña conducta antisocial, el gobierno la alentaban?
¿Y no
te preguntás por qué ahora, súbitamente cambian de opinión y buscan una
herramienta legal para aplacar las manifestaciones callejeras?”
Ahí la abuela me recordaría que desde hace un par de años somos otros
los que salimos a la calle, y que al ser tantos, las cortamos.
Y
seguramente me diría:
“Aaaah! Pero claro, m’hija! Nos quieren dejar en
off side!
Si fuera delito manifestarse, cuando salimos contra la 125
hubiéramos terminado presos.
O cuando defendíamos la independencia de la
justicia o reclamamos seguridad.
Esas marchas multitudinarias no
hubieran podido hacerse”.
Hasta la abuela se daría cuenta de que ésta es la pelea de fondo, que
el “Dialogar nos une” de Federico Pinedo no estaría dando frutos y que
está en los planes del kirchnerismo acallar, por no decir aplastar, las
manifestaciones adversas.
Como hace el chavismo en su país.
Y la abuela
agregaría:
“¡Mirá si fuera delito en Venezuela salir por las calles a
mostrar disconformidad a la dictadura hornitológica!”.
Bueno, eso.
El
PRO apoya en Venezuela lo que pide castigar en la Argentina.
Y aplaudió
de pie a la Presidente cuando lo propuso en la apertura de las sesiones.
Hay que entender que hoy necesitamos toda la flexibilidad para armar
una oposición responsable y firme que los desarticule y los aleje del
poder.
Pero también que hay que entender que
al kirchnerismo no hay que acompañarlo más que a la puerta y, exclusivamente, para asegurarse de que en verdad se vaya.
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