“A palabras necias, oídos sordos”
A días de la marcha del silencio, mientras el oficialismo la demoniza e intenta en vano disiparla, el clima no es bueno en Argentina.
Sin embargo, este “ahora” que nos sorprende con un vicepresidente procesado, una Presidente imputada, y el resto de los funcionarios sospechados por distintas causas es un desencadenante directo de lo que ellos mismos han hecho escudándose en el gobierno.
Cuando todo pasa, generalmente el gobierno actúa como si nada pasara.
Hoy la situación cambió sustancialmente.
Pese a que las consecuencias las sufre el pueblo, es el gabinete presidencial quien está al borde de un ataque de nervios.
Y es que ha sido tanta la basura barrida debajo de la alfombra que ya no hay modo de disimularla.
Todo es evidencia.
La jefe de Estado ni siquiera niega.
Ignora, como si su vida transcurriera en otra Argentina.
Posiblemente dividió al país hasta conseguir su propia Argentina paralela.
Lo cierto es que la gente vive del otro lado donde la realidad se impone al relato.
En varias ocasiones por esa distorsión, la gente marchó.
Salió a la calle, buscó hacerse oír pero la mandataria sufre de sordera voluntaria.
Jamás hubo respuesta.
Grupos aislados o convocatorias masivas de ciudadanos terminaron como termina una obra de teatro.
Se baja el telón y al día siguiente nada varió.
La función sigue siendo la misma, y en ella, Cristina sigue siendo Cristina.
Ajena, ausente, autista…
Desde la Plaza de los dos Congresos – colmada después del asesinato de Axel Blumberg -, hasta aquel 8N en que los argentinos empezaron a reconocer la diferencia entre ser habitantes y ser ciudadanos vivimos un sinfín de atropellos y maltratos. Si comparamos con otras gestiones, es dable afirmar que al kirchnerismo se le ha perdonado demasiado.
Lo cierto es que toda manifestación social fue ninguneada desde Balcarce 50 como si a ellos no les importara.
Pero ahora no es un reclamo aislado.
Nos topamos con un muerto.
Y un muerto obliga, exige, impulsa, y golpea.
Considerando la reacción apática que el oficialismo daba a la metodología social, se podría creer que una marcha no molesta ni les altera nada.
Sin embargo, la fatua y vulgar verborragia que salió como una balacera de la Casa Rosada muestra una dirigencia alterada, devastada.
Ellos solos se ponen el traje a rayas.
Ahora bien, si ninguna movilización les produzco escozor, ¿por qué ahora esta reacción?
La respuesta es simple:
No es eterna la impunidad.
Quizás es la primera vez que los ministros, y la misma Presidente advierten que la fiesta está llegando al final, que perdieron toda chance por estirarla y quedarse un poco más.
Como dice el refrán “más vale tarde que nunca“.
El Poder Judicial se les empieza a retobar.
Se envalentonan.
En este mismo espacio avisamos que empezaba el tiempo de ponerse los pantalones largos.
Frente a eso, la desesperación oficial.
Saben que la convocatoria del 18F será silenciosa pero hará hablar al fiscal que ya no está.
Alberto Nisman va a decir tanto desde su sepultura como lo hubiera dicho en el Congreso Nacional.
Ahí esta el problema.
La conmoción provocada en la familia judicial lleva al occiso al tribunal y sienta en el banquillo a Cristina Kirchner, Héctor Timerman y otros laderos que merodean el despacho presidencial.
Nadie se atreve a especular hasta adonde llegará la trama.
La historia es larga.
Nunca se vivió nada igual, y nos ha tocado ser protagonistas de esta inédita ignominia. Consecuentemente, hay que actuar.
Esto no implica ningún golpe, ni duro ni blando.
Se trata apenas de una demostración de sanidad y madurez social.
Después de 12 años, el miedo no puede ser excusa para guardarse.
Si hoy se indaga sobre la conducta de la gente durante la dictadura militar, sepamos que mañana se nos indagará para saber qué hemos hecho durante la barbarie de los K.
Un corazón detenido provoca miles de latidos.
Es como si Nisman hubiera donado sus órganos a un pueblo enfermo y apático que ya casi ni sentía los cachetazos que le propiciaran a diario.
Somos la mujer golpeada por el marido que perdona, y vuelve al hogar porque es más difícil independizarse que cicatrizar.
Todo tiene que ver con todo, y no en vano dinamitaron la cultura del trabajo e impusieron la ley del mínimo esfuerzo.
Ese trastrocamiento es funcional a sus deseos.
El ambiguo: “¡Bienvenido Estado que tanto mal has provocado!”.
Con tal de no trabajar aguantamos las valijas de Antonini Wilson, las aduanas paralelas, las coimas de Skanska, la alianza con Venezuela, las bóvedas de Lázaro, las falsas promesas, y el siniestro clientelismo que confirma la perpetuidad de la pobreza.
Ahora vemos cuán alto es el costo de dedicarse únicamente a la computadora, al celular y al control remoto.
Nadie que marche por recuperar la dignidad, los valores y resucitar la República que han matado está ejerciendo un acto subversivo ni nada parecido.
Si se observa detenidamente, las marchas pudieron generar presión, pero no los obligaron a cambiar el modo y el cómo hacen tanto daño.
Sabemos que luego, el Ejecutivo, apelará a su artilugio preferido: el gatopardismo.
Es parte del circo.
No menguará el ataque.
Por el contrario, redoblarán la apuesta, y vendrán meses oscuros para los argentinos.
La guerra de bandos es la concepción política kirchnerista por antonomasia y estamos en plena batalla.
Todo se convierte en un Boca-River.
Es factible que la patada que le diera el ex mandatario a los soldaditos de Máximo, más que un símbolo sea una radiografía de cómo actúan cuando algo les interfiere el paso.
Avasallan.
No les importa nada.
Pueden perder una contienda, pero cuando eso sucede es inexorable la venganza.
Venganza que, en el año 2003, sintieron las Fuerzas Armadas al ser descabezadas sin causa.
Escasos fueron los argentinos que entendieron el significado de ese desgüase.
Sin embargo, ese fue el comienzo de aquello que el kirchnerismo haría durante todo su mandato: Desmantelar las instituciones, apoderarse de sus funciones, y manejarlas a conveniencia de sus intereses personales.
Lo hicieron al asumir, lo siguen haciendo al partir.
Pero a nadie le interesa la calidad institucional cuando hay dinero para consumir y evadirse.
Cuando iniciaron el desmantelamiento de las Instituciones, la gente estaba distraída con el “veranito” que la reina soja y los comodities le sirvieron en bandeja al kirchnerismo.
Nadie se daba cuenta o nadie quería darse cuenta.
El Congreso devino escribanía, el Poder Judicial fue el fiel reflejo de Norberto Oyarbide y su anillo, y todo bajo el manto sagrado del garantismo.
También fueron por la Iglesia. Jorge Bergoglio, por ese entonces Arzobispo de la Argentina, pasó a ser el “demonio con sotana” y el “jefe de la oposición” que, en rigor era un ente indefinido y desorientado frente la habilidad y rapidez del Ejecutivo para lograr sus caprichos.
La Corte decapitada y el matrimonio igualitario fueron algunas de las venganzas.
La movilizaciones se produjeron cuando todo y nada estaba sucediendo.
Todo, porque la gente en forma masiva daba evidencia empírica de su condición ciudadana.
Y nada, porque al otro día, la Presidente volvía a ningunear a la sociedad con un relato autoreferencial, soberbio y falaz.
En lo inmediato no hubo cambios pero aun así, las convocatorias sumaron, oxigenaron esperanzas asfixiadas y despertaron conciencias anestesiadas.
Marchar puede no resolver el corto plazo pero hace que se viva y se muera con dignidad.
Cuando el Tribunal condenara a Sócrates, – cuyo inconformismo lo impulsó a enseñar a discernir y pensar en libertad -. no faltó la irrupción de Critón proponiéndole fugarse sobornando jueces y acudiendo al cohecho y la venalidad.
Si Sócrates hubiese aceptado esas condiciones, hubiera auto-aniquilado su esencia, la mayéutica y sobre todo, la verdad.
La decisión de morir tal como vivió fue la resurrección de la democracia ateniense.
Quizás la muerte de Nisman redima la bastardeada democracia argentina.
Y finalmente, la actitud de la gente marcará el destino que tendremos cuando – en el último round -, el kirchnerismo caiga por nocaut.
Mientras, es el ciudadano común quien debe impartir el espíritu democrático porque el gobierno siembra violencia en cada uno de sus actos.
Es bueno recordarle que la calle ya no le pertenece a ningún “ismo”.
Y es sabido que una cosa son los derechos fundamentales de todos, y otra las ambiciones y proyectos políticos de algunos.
Desde luego, la legitimidad de la movilización tendrá su punto culmine cuando se abran las urnas en octubre.
La duda que siempre queda es saber si al menos, de este incordio inédito, saldremos habiendo aprendido algo…
Gabriela Pousa
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