Este realizar
corresponde tanto a la previa transformación del concepto en real, como a la
realización momento a momento de un universo complejo y movilizante, que muta
con el pensar, el sentir y el hacer del hombre.
Por eso el mundo
se convierte en un hacer humano.
En una
interacción permanente, al mismo tiempo que construyen su existencia, los
hombres construyen su mundo.
Esto cambia la
concepción tradicional que sostenía que tanto el mundo como la naturaleza están
hechos para el hombre y a la medida del hombre.
El mundo está
hecho por el hombre, que aun hace lo que no puede y lo que no debe hacer.
El camino de su
construcción está determinado, en mayor o menor medida por el comportamiento
humano.
Y muchas de las
supuestas realizaciones naturales, no son más que la consecuencia de la acción
humana.
La naturaleza es
inmutable, no permite una segunda vez, y a cada causa desencadenará
inexorablemente un efecto.
Un único y mismo
efecto para cada caso similar.
La experiencia
debería servir al hombre para comprender que no puede cambiar los principios
naturales y que siempre que produzca "a" saldrá "b".
Como bien dijo
el poeta, cada vez que sembré rosales, coseché rosas.
¿Pero que mundo
será posible?
En verdad hay
muchos mundos posibles y dependerá de la actitud y el comportamiento que
asumamos ante la realidad.
En principio hay
que diferenciar lo posible de la posibilidad, lo posible es un potencial,
aquello que según que circunstancias y que condiciones se impongan se
producirá, la posibilidad es la aptitud, potencia o actitud para ser o
para suceder en el orden de las cosas, o de hacer o no hacer en el orden de la
voluntad.
También se
diferencia de lo probable, considerado como lo más verosímil, o en otro
sentido, lo que se puede probar.
Vale decir es
aquello que se cree verosímil o que va a suceder apoyándose en buenas razones,
computando los datos correctos y haciendo una proyección de los mismos hacia el
futuro.
En este orden de
cosas, las previsiones para un mundo futuro son inciertas y complejas.
Es verosímil
creer hoy con las condiciones que imperan, y con la proyección de las ideas, el
sentir y el deseo del hombre, que tendremos un futuro de paz y armonía social.
Evidentemente
no. Si no se produce un cambio sustancial tanto en el pensar como en el actuar
de la gente, seguirá esta escalada de menor a mayor y de mayor a menor de
rencillas, odios, discriminaciones, pequeñas guerras y batallas tanto
culturales como ideológicas y físicas.
Es verosímil
creer que tendremos en el futuro un mundo de bondad, solidaridad, y amor entre
los hombres.
Se hace difícil
asegurarlo.
Tropezamos con
dos cuestiones elementales que hacen a la base y fundamento de la cuestión.
La primera es la
libertad, que puede ser ejercida para mejor o para peor, para bien o para mal,
para lo correcto y lo incorrecto, para lo justo o lo injusto.
La segunda es el deseo de poder
y de riqueza que anida en el corazón de los hombres y el lugar que ocupa el
mismo, en la jerarquía de valores personales de cada uno.
Para que sea
posible un mundo mejor, debe primar la igualdad, cada hombre y cada grupo
social debe tener las mismas posibilidades y las mismas condiciones, y las
diferencias deben surgir de la conducta y la voluntad de cada uno, en querer
crecer de determinada manera.
Mientras no
existe igualdad en las condiciones de los grupos, de las comunidades y de las
naciones, será inexorable que haya contiendas, discriminaciones y
autoritarismos.
Por eso creemos
que un mundo posible es un mundo de paz, de amor, de solidaridad, de armonía y
equilibrio.
Pero la
probabilidad que eso sucede, sólo crecerá en tanto y en cuanto cambie el sentir
y el actuar de los hombres, y su conducta esté regida por el amor.
Elías D. Galati
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