Tormenta
perfecta es la que viene
Los
usuarios argentinos no pueden pagar precios internacionales de la energía
cuando sus ingresos por habitante se encuentran 30% por debajo de los ingresos
por habitante vigentes en los países que pagan precios internacionales de la
energía.
Por
lo tanto, cualquier política tarifaria tiene que prever el cuadro de ingresos
de la sociedad:
Conclusión
lógica de la columna de Rafael Guerschanik.
El
autor tiene una ventaja:
Conoce
todos los lados del mostrador:
Fue
asesor del Ministerio de Economía pero también CEO de Volvo Sudamericana.
En
estos tiempos está volcándose al periodismo de investigación, habiendo
colaborado en varios programas periodísticos.
Por
RAFAEL GUERSCHANIK
Recordando
la película del mismo nombre ("La Tormenta Perfecta"), en la que un
avezado marino, pierde su vida al sufrir una concatenación de hechos
climáticos, hay peligro de un paralelismo con el dilema energético argentino.
Basta
releer las declaraciones de los candidatos a ministros de Energía y de Hacienda
y Finanzas durante la campaña electoral 2015, acerca de su propuesta de
modificaciones tarifarias:
Entre
2 puntos y 3 puntos porcentuales del déficit fiscal provenía del subsidio
energético, principalmente concentrado en la franja media del AMBA (Área
Metropolitana Buenos Aires).
Se
argumentó, entre otros conceptos que, a causa de los bajos costos energéticos,
los consumidores climatizaban sus piscinas pagando, en promedio, tarifas
mínimas de $50 para el gas, y otro tanto para la electricidad.
Entonces,
a ese segmento, con aumentarle un 400%, pagarían facturas de $250 promedio,
aumento de la tarifa que provocaría que la gente redujera el consumo en un 30%.
La
suba equivaldría a lo que se paga por la TV por cable o 1 o 2 pizzas, todo muy
sencillo y poco traumático.
Pero
ocurrió que llegaron a ‘la fiesta’, 2 elementos que no fueron invitados:
>
el aumento en el agua, que no estaba incluido como parte de la crisis
energética, y
>
la meteorología, porque el de 2016 es un invierno más severo que el
pronosticado por los climatólogos.
De
pronto, el consumo no bajó en promedio 30% sino que subió 50%, la pizza se
convirtió en caviar y la TV por cable en una cuota de una pantalla LED de 60’’.
Tal
vez estos hechos, angustiaron hasta a los electores de clase media de
Cambiemos, frustrados por no poder pagar los aumentos de los 3 servicios juntos
(electricidad, gas y agua), ni incorporarse a la legión de los beneficiarios de
las tarifas sociales.
De
la angustia se pasó a la protesta (a veces en silencio y en otros casos en
forma de cacerolazo), la frustración individual dio paso a una bronca
generalizada que desmintió toda la publicidad logística que se difundía en los
medios de comunicación.
En
el interior argentino, donde siempre creyeron que desde hace mucho tiempo
pagaban tarifas sin subsidio, resultó que ahora han sido alcanzados por los
aumentos.
Ni
hablar de un 30% de los porteños que ya pagaban desde antes facturas muy
elevadas porque la Administración Cristina Kirchenr les había quitado el
subsidio, y por ese motivo abonaban tarifas aún mayores a las del interior.
¿Cómo
explicarles ahora las nuevas facturas, en especial ese argumento de que deberán
subsidiar a las empresas petroleras y a las provincias productoras de energía,
transferencia de riqueza poco mencionada, comparativamente, respecto de la baja
de retenciones a las mineras o al campo?
El
asunto provocó crisis en los defensores del mercado como único formador de
precios.
De
pronto, mudos, potenciaron la decepción y/o enojo.
Pero
la tormenta perfecta no se armó consecuencia del relato acerca de cómo se
concatenaron el clima invernal, el aumento del agua y los otros ajustes
tarifarios.
En
verdad, ésta fue solamente una tormenta pasajera:
Seguramente
la justicia diferirá la aplicación del aumento a tiempos más primaverales,
cercanos a las audiencias públicas, para postergar hasta el invierno venidero
el fuerte ajuste.
O
quizá se regrese a la racionalidad, simplemente quitando progresivamente los
subsidios que mostraban las facturas en los últimos años, difiriendo el aumento
a lo largo de 4 años.
La
nueva propuesta del Poder Ejecutivo que limita el aumento del 400% residencial
tiene como objetivo poner un tope al aumento de las tarifas más bajas, pero
también de las más altas.
Sucede
que, al limitar las subas a los usuarios del AMBA que pagaron sin subsidios y
que ya se les había aumentado más del 600% en gas en 2014, por mayor consumo,
de no aplicarse ese límite el costo energético se les iba al doble de los
valores internacionales, desvirtuando el concepto de pagar lo que vale.
En
verdad, cuando me refiero a la tormenta perfecta se trata de algo diferente.
Recordemos
que parte de las tarifas se congelaron en 2002, después de una devaluación del
300%, por estar ajustadas al valor internacional en dólares.
Sin
embargo, hoy día tanto el petróleo como el gas están en sus precios mínimos
históricos, casi la tercera parte de sus máximos.
Entonces,
el aumento del 400% genera un conflicto:
¿qué
pasará cuando los precios de los hidrocarburos se recompongan y la gente no los
pueda pagar tal como en 2002?
Los
inversionistas lo saben:
Por
más que se quiera internacionalizar el precio de la energía, la Argentina tiene
un ingreso per cápita del 30% promedio del que tienen los habitantes de los
países que pagan esos precios de la energía.
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