El
poderoso creador del ciclo que encarna algunos de los peores rasgos de la
argentinidad mueve a gusto su influencia en la escena política como si no
supiera que sus jugadas debilitan a la democracia
Fernando
Iglesias. (1)
Comenzó
con su programa en 1989 y se hizo famoso durante los años 90, pero alcanzó su
apogeo durante la década ganada.
Cambiaron
el nombre y las apariencias, pero, en lo esencial, su programa sigue siendo el
mismo, como siguen siendo los mismos su público, sus fanáticos y sus
detractores.
Son nada menos
que seis afirmaciones implícitas, ninguna de ellas banal, que pueden aplicarse
tanto a Marcelo Tinelli como al Partido Justicialista, última edición.
Mientras
se duplicaba el presupuesto en educación, se creaban centros historiográficos
revisionistas, se invertían millonadas en cultura y tecnología y se creaban
institutos para la promoción y el disfrute del pensamiento nacional, por debajo
proliferaba el lado oscuro de la fuerza.
El único que
quedó en pie.
El
que terminó sintetizándolo todo:
Marcelo Tinelli
(Bolívar, 1960), la cara oculta de la batalla cultural.
Se
me acusará, apuesto, de elitista.
Se
me adjudicará desprecio por lo popular.
Quienes
así lo hagan sepan que definen como populares al hábito de reírse de los
japoneses porque no entienden el castellano;
de
los transeúntes porque son incapaces de alzar una valija fijada al pavimento
con bulones;
del
pobre tipo al que le destrozaron el auto para hacerle una jodita en Videomatch.
Total, la
producción paga.
Así
aprendimos a razonar con Tinelli.
Para
no hablar de los chistes machistas y homofóbicos, no de la pose socarrona y la
xenofobia, ni del soft-bullying con 30 puntos de rating.
O
de la disputa de peluquería y la pelea de conventillo disfrazadas de
autenticidad.
Un
programa para quienes se sienten fracasados y necesitan que un poderoso se
burle de alguien débil para sentirse un poco menos mal.
Eso es
Showmatch.
Si
no hubiera llegado a la presidencia, Cristina Kirchner habría sido
extraordinaria como jurado o bailando por un sueño con el hijo no reconocido de
Martín Karadagian.
Así,
mientras los muchachos barroquistas de Carta Abierta esperaban el surgimiento
del Hombre Nuevo, Tinelli reinaba.
Imponiendo
el estilo del debate argentino, creando el formato que adoptarían futuros
programas políticos, estableciendo plusvalías y minusvalías decisivas en la
balanza electoral.
Temido
por todos, deseado como aliado por casi todos, charlatán, habilidoso, canchero,
Marcelo Tinelli se transformó en el álter ego clase media de Diego Maradona.
Entre
ambos lograron lo imposible, la expresión más genuina de la argentinidad.
Un
país de arquitectas egipcias y wachiturros.
Una
patria de indignaciones fáciles y de impunidad.
Silenzio stampa
sobre los abusos del poder y la corrupción galopante, lágrimas de cocodrilo
para las tragedias populares, cargadas a Brasil por el siete a cero, colchones
y frazadas para los inundados.
Fascismo,
afano y solidaridad.
Abrazo
en primera plana televisiva a la recién estrenada viudez de Cristina.
Un
chanta nacional y popular.
Podrían
ser suyos los tres apotegmas que emanó Néstor al comienzo del proyecto.
Las
cosas que nos pasaron a los argentinos.
Vengo
a proponerles un sueño.
Y,
sobre todo, el "Sean transgresores".
Sean
transgresores porque la ley es para otros y es mejor reemplazarla por códigos
mafiosos.
Sean
transgresores porque ser triunfador consiste en exhibir mal gusto, riqueza y
cinismo; si es posible, por cadena nacional.
Sean
transgresores, pero controlen ante quién transgreden.
No
vaya a ser que le bajen los pantalones al presidente incorrecto.
No
vaya a ser que no se entienda que lo hacíamos de jodones, nomás.
Corría
diciembre de 2000 y las muchas bombas que había sembrado el peronismo menemista
no habían explotado. Preocupados,
confusos, agobiados, los argentinos entrábamos al tercer año de recesión con la
esperanza de que hubiera un futuro después de una década de menemismo y
convertibilidad.
No
todos lo saben, pero De la Rúa estaba enfermo.
Entonces,
entre innumerables errores, uno más:
Para
contrastar una imagen declinante, decidió asistir a Video match.
No habían
transcurrido veinte segundos de su aparición en cámara cuando un desconocido
entró, lo tomó de la solapa y gritó que en La Tablada se estaban muriendo de
hambre.
Si
eso no fue una operación, yo no sé qué es una operación.
Si
el programa más visto de la TV argentina no es capaz de controlar quién entra
en cámara…
Por
favor, díganmelo, que me mudo a Uruguay.
El
resto lo conocemos todos.
Ya
es leyenda.
El
nerviosismo creciente de un atribulado De la Rúa, el error con el nombre de la
mujer de Tinelli, la salida del estudio por el lado equivocado.
El
final.
Dicen
que a De la Rúa lo voltearon sus errores, en especial su negativa a jugarse el
todo por el todo y salir de la convertibilidad.
Es
cierto.
Pero la crisis
económica y la pobreza no siempre tumban gobiernos.
Cristina
resistió cuatro años de recesión y cepo cambiario, la versión nac&pop de la convertibilidad.
Duhalde
no cayó aunque fue durante su gobierno -y no con la Alianza- cuando se
alcanzaron los récords históricos de pobreza (57,5%) y desocupación (21,5%).
Vaya
a saber por qué, sin que los compañeros le hicieran siquiera un miserable paro
general.
Quiero
decir que las crisis económicas y la pobreza son condiciones necesarias para
que caiga un gobierno, pero no condiciones suficientes.
La
otra condición necesaria para que caiga un presidente es la existencia de un
manual de procedimientos y un sujeto conspirador.
Un
manual peronista de desestabilización de gobiernos, como lo llamó Cristina en
2012.
Alguien que
maneje a la bonaerense y declare zonas liberadas en el conurbano.
Alguien que
aliente a la gente a saquear supermercados y tomar la Casa Rosada como única
solución.
Algún partido
que se considere encarnación de la unidad patria, pero que en el momento en que
el presidente de un país en llamas convoca a un gobierno de coalición nacional
prefiera ir por todo.
Ésos
son los que tumbaron a De la Rúa y con ellos colaboró la escena montada en
Video match.
Así
lo dijo, con toda corrección, Fernando de la Rúa:
"Tinelli
tuvo que ver con mi caída".
Tuvo
que ver.
Es
decir:
No
lo hizo solo, pero colaboró.
Me
vendrán con que la gente no es zonza y los medios no cuentan.
Una
banalidad que enuncian muchos periodistas profesionales a quienes, si los
medios no contaran, nadie les pagaría el sueldo.
Si
lo hacen, si invierten fortunas en la televisión, es porque poner un consejo
publicitario en boca de Tinelli incrementa masivamente las ventas.
¿Cómo
no va a influir lo que diga del presidente enfermo de un país en bancarrota, en
plena dificultad?
También en esto
el querido Marcelo de la gente encarnó lo peor de nuestra sociedad.
La
que se resistía a cualquier intento racional de enderezar la economía y pocos
meses antes del colapso seguía exigiendo que continuara la convertibilidad.
La
que salió a cacerolear en diciembre de 2001 para evitar todo ajuste y en el 2002 de Duhalde obtuvo una
devaluación del 75% en un día,
una inflación
del 40% con salarios congelados
y que le
quitaran sus dólares y se los dieran a los bancos.
Después,
Duhalde puso a Néstor de presidente,
Néstor
puso a Cristina, y tuvimos la década ganada que supimos conseguir.
Dignos
televidentes de Tinelli, la cara oculta de la batalla cultural.
A
propósito.
Ya
había asumido Kirchner y Freddy Villarreal, por encargo de Tinelli, hacía de
las suyas en la Casa Rosada.
Le
abrió la puerta el propio Néstor, mientras miraban la escena el jefe de
Gabinete, Alberto Fernández, y la ministra de Economía, Felisa Miceli.
"Ahí
está el lugar en el que te pasabas todo el día ", le dijo Néstor al
imitador.
Después
señaló una mesa como "la mesa de los sobornos" y bromeó con las
pastillas que tomaba De la Rúa.
A
Cristina nunca le pasó…
(1)
Ex diputado nacional y miembro fundador de Democracia Global
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