Por
Carlos Mira
El
presidente Alberto Fernández tuvo su primera reunión regional desde que asumió
el cargo con los otros tres mandatarios del Mercosur más el representante de la
Unión Europea, Josep Borrel, del otro lado del Zoom.
A
la importancia natural del encuentro se le sumaba el hecho de que, con Jair
Bolsonaro, era la primera vez que Fernández se veía, aun cuando ambos no
cruzaron palabra en el encuentro virtual.
Fernández
sobreactuó esa diferencia -que va en directo perjuicio de la Argentina- al
tratar cariñosamente a los demás mandatarios y ni siquiera nombrar al
brasileño.
El
presidente dijo algo en lo que manifiestamente no cree, si nos tenemos que
guiar por lo que son sus propias acciones en particular y las del movimiento al
que pertenece, en general.
En
efecto, Fernández dijo que “todos estamos de paso en nuestra función y
lo que nosotros creamos individualmente no debe interponerse en los planes de
unidad de la región”.
Pero
en realidad todos sabemos que el kirchnerismo tiene una visión hegemónica del
poder y, al mismo tiempo a que aspira a permanecer en él siempre, se maneja
como si fuera el propietario del país, de sus activos, del Estado y de sus
recursos.
De modo que
allí, a la sobreactuación sentimental del presidente, deben sumársele
afirmaciones que se dan de bruces con los hechos y los procedimientos de su
gobierno y del movimiento político al que pertenece.
Ese
giro tanguero de Fernández con el que quiso congraciarse con el “querido amigo”
Lacalle Pou, con “Marito” Abdo Benítez y con el “amigo” Borrell -por oposición
al innombrado Bolsonaro- no alcanza para borrar lo que son las posturas
fácticas del país que, en definitiva, son las que cuentan para tomar decisiones
en el bloque.
Y
en ese terreno, lo que se ve es que, gracias al gobierno que la representa, la Argentina es hoy una incrustación
jurásica en el Mercosur, una especie de caricatura de los años ’40 en
pleno siglo XXI.
Desesperadamente
echa mano cada dos minutos a “la pandemia” con cara de circunstancia y rictus
de alarma, como si allí encontrara un último salvavidas que le justificara sus
extravagantes reclamos proteccionistas y de nacionalismos aislacionistas.
Como
era de esperar, ese recurso, que el presidente y todo kirchnerista de pura cepa
repite como un mantra dentro de la Argentina (“es la pandemia”, “estamos en
medio de una pandemia”, “la pandemia no obliga a estos sacrificios”)
también estuvo presente en la reunión del Mercosur.
Allí
el presidente aseguró que “la pandemia de coronavirus obligará al mundo a
repensar los procesos económicos” y agregó que había que unirse para “enfrentar
el desafío” de un modo que deje de lado a quienes “buscan su suerte
individualmente”, en lo que seguramente él creyó era un cascotazo para
Bolsonaro que ni se dio por aludido y tampoco se mostró interesado en remarcar
que el único miembro del grupo que estaba manifestando una postura tendiente a
“buscar su suerte individualmente” era justamente la Argentina, toda vez que es el único país de los cuatro que
intransigentemente se opone (desde que Fernández es presidente)
a que el bloque vaya a una postura más abierta al mundo, a que negocie
asociaciones de libre comercio con otros países o con otros bloques comerciales
y a que se integre a la economía mundial por la vía de bajar el promedio de su
arancel externo común.
En
ese terreno la Argentina es la única “individualista”; todos los demás
-Benitez, Bolsonaro y Lacalle Pou- están de acuerdo en que el aislamiento prehistórico
al que aspira la Argentina no va más en el mundo actual.
Por
lo demás, el país sorprende con giros tan violentos en la forma de ver sus
relaciones exteriores.
Bajo el
presidente Macri la Argentina iba en la dirección que hoy estimulan Uruguay,
Brasil y Paraguay.
Fue un motor
protagónico en ese sentido y jugó un rol decisivo en la integración con la UE y
con el mundo entero.
Ahora,
bajo Fernández, y rogando al cielo que “la pandemia” le haga un favor, aspira a
liderar un modelo de encierro y aislamiento más propio de la televisión en
blanco y negro que del actual mundo de las apps.
La
responsabilidad que le cabrá a Fernández y a todo el movimiento al que él
pertenece por marginar al país de una ola de modernidad y liberación -que
llevará a quienes la identifiquen a mejores niveles de vida, al confort y a la
afluencia- será oceánica, de dimensiones descomunales.
La
Argentina, bajo estos patrones jurásicos de decisión (que representan los
Fernández y los Kirchner), va camino de quedar colgada de una palmera antigua y
maltrecha a la que nadie le preste atención, un jugador marginal al que nadie
quiere de socio y al que todo el mundo mira con la mueca que se le dedica a los
malogrados sin sentido.
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