Contar la realidad
Aristóteles
enseñó que la única verdad es la realidad, por lo que es verdadero aquello
adecuado a lo real.
Lo que no es
verdadero es falso, y quien afirma
una falsedad miente.
Por
lo tanto los juicios son verdaderos o falsos, como las expresiones, los dichos
y cualquier exposición humana.
Pero
en este mundo post moderno, a despecho de la realidad, se ha creado una
categoría gris de juicios y afirmaciones que no son tan verdaderas ni tan
falsas.
Hay
como un punto intermedio en el cual caben situaciones poco claras, no
determinadas o semiocultas.
Pero
en realidad la verdad se afirma, se niega o se oculta.
Negar
u ocultar la verdad es atentar contra la misma, y entra en la misma valoración
de lo falso, es decir mentir.
Si
bien la mentira es manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa y
su objetivo es conducir al error o falsificar alguna cuestión, como fingir o
disfrazar una cosa, debemos señalar que también es mentir no comunicar a alguna
persona algo a lo que tiene derecho a saber.
Esta
ocultación es también una mentira, porque cuando alguien no quiere que una
situación se sepa, la oculta, y este ocultamiento de la verdad lo pone en una
situación más fácil ya que no debe crear otra escena, ni recordar la falsedad
que se pudo decir, porque simplemente no dijo nada, pero era su deber
comunicarlo.
La
excusa es que no se dice nada falso, entonces mi actitud y mi comportamiento no
es malo.
Pero
a veces no basta con el ocultamiento, y para evitar que otro llegue a la
conclusión que uno le ha negado, o porque hay una evidencia que algo sucedió,
se falsea la verdad y se crea otra realidad ficticia.
Hay que
distorsionar la verdad y crear una falsedad, para hacer creer algo que no es
cierto.
Son
pequeñas trampas de la mente en relación con nuestra conducta y con la
valoración que se da a las mismas, tanto por nosotros como por los demás.
No
he hecho ni dicho nada de malo, sólo mantuve en secreto, para mí, una
información.
El
error conceptual es no comprender que el conocimiento de esa información era
necesario y que había quien tenía derecho a saberlo, para a partir de dicha
información adecuar su conducta y su acción.
Y
si no pudo hacerlo, o lo hizo mal, ha sido por no haber recibido la verdadera
realidad.
A
veces ocultar nos lleva a tener que falsear y dar datos erróneos.
Porque
la realidad es una, puede verse desde distintos lugares, tener distintos
matices, ser valorada de manera diferente pero la verdad es que hay una sola
realidad que hace a la verdad de las cosas.
Un
acontecimiento puede ser considerado
bueno y digno, pero hay quien piense que no es bueno y otros que creen
que es inocuo o indiferente.
Son
valoraciones subjetivas, principios o ideas, o apreciaciones que todos los
seres humanos tenemos, pero el sustento de esa apreciación, el hecho que dio
motivo a las diversas interpretaciones es uno sólo, y no puede falsearse ni
ocultarse.
El
hombre debe aprender a ver y contar la realidad y a diferenciarla de la
interpretación que le dé.
El
suceso debe ser expuesto con absoluta veracidad y tal cual, y aquello que
sentimos o lo que pensemos de él, o como nos afecte, formará parte de otro
apartado que hace a nuestros ideales, a nuestra doctrina, a lo que apetecemos o
deseamos.
Decir
la verdad es un acto moral, un comportamiento ético, que muchas veces se deja
de lado porque se cuenta la interpretación que le damos.
Contamos
no los hechos en sí, sino lo que nos parece que fueron, y más aún lo que
hubiéramos deseado que fueran.
Está
bien añadir al relato de los hechos lo que pensamos y creemos y lo que
interpretamos, pero relatarlos desde nuestra interpretación, en lugar de contar
la realidad es falso, es mentir lisa y llanamente.
Por
eso debemos ser honestos con nosotros y con los demás y diferenciar el hecho en
sí de aquello que interpretamos.
Elias D. Galati
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