Me
siento en la obligación de comenzar con una declaración de intenciones.
Y
es la siguiente:
No
voy a hablar de Teresa de Avila, ni de Sor Juana Inés de la Cruz, ni de
Hildegarda de Bingen, ni de Margarita Porretas, ni de la monja Egeria...ni, ni,
ni.
Es
tan simple como que no puedo hablar de la mujer y lo sagrado en el contexto del
monoteísmo si no es dando una complicada vuelta que me sitúe en la mística, que
es el atajo para trascender a lo divino burlando la religión. Pero tampoco esto
me interesa ahora.
Supongo
que no es casual el título que se le ha querido dar a esta conferencia, porque
no se trata de "la mujer y lo divino" ni de "la mujer y la
religión", no.
Se
trata de "La Mujer y lo Sagrado".
Y
aquí comienzan mis problemas, porque tanto en griego como en latín existen dos
palabras para designar a lo "sagrado".
En
griego están hierós y hagios, pero mientras la primera significa sagrado en lo
que tiene de referencia a lo divino como fuerza y luz, la segunda, hagios,
implica también la acepción de maldito.
En
latín sucede algo parecido, pues si bien sanctus corresponde al concepto de
sagrado y santo, así como al de respetable y virtuoso, la palabra sacer, de la
que provienen sacro, sacerdote o sacrificio, también conlleva el significado de
maldito, execrable o consagrado a los dioses infernales.
Entre lo santo y
lo maldito, la mujer siempre ha sido relegada a esta última instancia.
Incluso
ha sido identificada con el Mal en sí, tal como afirmaban los inquisidores
Kramer y Sprenger, autores de "El martillo de las brujas": "Toda maldad es nada comparada con la
maldad de las mujeres".
Ya
desde los orígenes Eva y Pandora representan la causa de todos los males que
luego nos han sobrevenido a los humanos.
La
mujer es un ser impuro por su sangre menstrual, que tenía la capacidad virtual
de contaminar a toda la comunidad, por lo que era incluso apartada de ella.
Pero
también era impura por el hecho de gestar y alumbrar a una criatura.
Ejemplo
de ello lo tenemos en la purificación preceptiva de María después del nacimiento
de Jesús, teniendo que ofrecer en el Templo el sacrificio de un par de tórtolas
o pichones para lavarse de la incomprensible mancha de haber parido.
Sin
embargo, la sangre del sacrificio ofrecido a Dios purifica a los hombres y es
grata a Yahvéh, pues el mismo rey David reconoce el interés de su dios por los
sacrificios rituales, ya que para reconciliarse con Él le brinda la
satisfacción de "oler una ofrenda".
Y
en la consagración del templo de Jerusalén por Salomón se sacrificaron
veintidós mil bueyes y ciento veinte mil carneros:
Una
múltiple hecatombe, ya que esta palabra significa "cien bueyes" o el
sacrificio de esos cien bueyes.
El
Falo y el Grial
Lo
sagrado se refiere también a determinados objetos o lugares que forman parte
del culto y que poseen una especial virtualidad de transformación.
Dos
de estos objetos son el Falo y el Grial, que merecen una comparación.
El
Falo, símbolo masculino de la fecundidad, era especialmente venerado en los
cultos dionisíacos.
Tal vez ese falo
haya pasado a ser la famosa escoba de las brujas, que además de
estar untada con sustancias alucinógenas, servía para las copulaciones en
aquellos ritos de fecundidad que eran los akelarres, y que darían lugar a la
leyenda del pene frío y rígido del diablo.
El
Falo, como objeto de veneración, supone una metonimia de lo masculino en la que
se toma la parte por el todo y cuya presencia o ausencia instaura un tipo de
lógica, según Julia Kristeva en su correspondencia con Cetherine Clément sobre
"Lo femenino y lo sagrado".
Supone,
pues, la condición mínima del sentido en la dualidad sí/no, uno/cero, ser/no
ser:
"Podría
decirse que el órgano macho encarna potencialidades lógicas que hacen de él...
Nuestro
ordenador corporal:
La
condensación de ese binarismo 0/1 que está en la base de todos los sistemas de
sentido".
Sin
embargo, el Falo no es el pene, ya que aquél sólo tiene sentido en la presencia
erecta que significa el 1.
Cuando
no está en erección es un 0, no tiene valor: es como una oreja.
Por
lo tanto, el ser o no ser masculino se debate en torno a ese Falo objeto de
veneración, pero también de alienación, ya que como dice Lacan, el alienado
vive fuera de él mismo, prisionero del significante, prisionero de la imagen de
su yo o de la imagen del ideal.
Vive
de la mirada del otro hacia él.
Pues
bien, esa identificación con un significante que se considera supremo y que
otorga el ser desde una metonimia en la lógica de lo binario, hace posible el
posterior monoteísmo en el que Dios es Uno y Unico y tiene la plenitud del ser:
"Yo soy el que soy", dice
Yahvéh a Moisés.
En
este sentido es esta vez la interlocutora de Kristeva, Catherine Clément, la
que aventura lo siguiente:
"No
hay duda que existe una relación entre el hombre y Dios.
Pero
¿y
entre el hombre y lo sagrado?
¿Y
si por casualidad la adoración del dios único cerrara el paso de lo masculino a
lo sagrado?"2.
El
Grial, por el contrario, que posee múltiples significantes, pero un sólo
significado, es la metáfora de la plenitud, de la realización.
En
todas las leyendas es el hombre puro, un héroe religioso, quien busca el Grial
pasando por aventuras y desventuras sin cuento.
En
la versión de "Parsifal" de Wolfram von Eschenbach el héroe llega al
castillo de Montsalvatch y penetra en la estancia luminosa en la que le esperan
cuatrocientos caballeros junto al rey enfermo.
Arturo
le hace sentarse a su lado y en ese momento se abren las puertas y aparece un
grupo de bellas vírgenes que desfilan de dos en dos.
La
última de ellas, Respanse de Joie, portaba una copa resplandeciente.
"Delante
de ellas avanzaba la reina, con el semblante brillante.
Todos
imaginaron que anochecería.
Uno
vio que la doncella estaba vestida con muselina de Arabia.
Sobre
un cojín de seda verde llevaba la Perla del Paraíso.
La
reina sin mancha, orgullosa, pura y serena, depositó ante el huésped el Grial.
Y
Parsifal, así cuenta la leyenda, no
dejó por un instante de contemplar a quien portaba el Santo Grial”
Recurriendo
de nuevo a Lacan, que analiza el inconsciente de acuerdo con el modelo del
lenguaje, vemos que tanto la metáfora como la metonimia suponen una ruptura del
significante con el significado, que emerge en lo consciente bajo una máscara.
La
metáfora funciona por condensación, la metonimia, por desplazamiento.
La
metáfora se elabora en una relación de sustitución de significantes que
ostentan entre sí un vínculo de similitud según el simbolismo universal.
La
metonimia, sin embargo, es una figura retórica en la que los significados
tienen entre sí relaciones de contigüidad en un contexto, expresada por tanto fragmentariamente.
La
metonimia supone siempre un absurdo aparente por una especie de resistencia a
la significación.
La
metáfora es más diáfana;
la
metonimia se esconde, se fragmenta en sucesivos significantes.
Repito:
el Falo, como objeto sagrado, constituye
una metonimia;
el
Grial es una metáfora.
El Falo se refiere a un
significante fragmentario con el que se identifica lo masculino.
El Grial supone un
significante completo que nos remite a un significado claro representado por
una copa, un cáliz, pero teniendo en cuenta que el cáliz es la sublimación
cristiana del caldero céltico, que significa abundancia y transformación
iniciática, por tanto vinculado intrínsecamente con el atanor de los
alquimistas.
El caldero
señala claramente al útero materno y, según Jung, todo el simbolismo del
renacimiento y de la regeneración nos remite a la Madre.
En
su versión personificada, el Falo se identifica con antiguos y oscuros
diosecillos, los cabiros y los dáctilos, a los que se asimila posteriormente la
figura del héroe.
El
héroe, primitivo adorador de Hera, se transforma en un matador de monstruos,
que constituyen la versión maldita de las Diosas, la "madre
terrible".
Cuando
Edipo se enfrenta a la Esfinge, que es uno más de los monstruos del repertorio,
y descifra el sentido del enigma "No sabía que el ingenio del hombre
nunca será suficiente para el enigma de la Esfinge (...)
Porque
su enigma era Ella misma, esto es, la imagen de la madre terrible"3,
afirma Jung.
Este
error de cálculo es el que conduce a Edipo hasta su posterior desgracia, por
más que en un primer momento sea aclamado como héroe y proclamado rey de Tebas.
También
el símbolo fálico aparece en el "Fausto" de Goethe en forma de llave,
pero ¿qué puerta abre esa llave?
Al
despedirse Mefistófeles de él le entrega esa llave, o clave, que tiene un
sentido muy determinado.
"FAUSTO.-
¡Qué insignificancia!
MEFISTÓFELES.-
Acéptala y no quieras despreciarla.
FAUSTO.-
¡Crece en mi mano!
MEFISTÓFELES.-
¿Notas ya cuánto tienes al tenerla? La llave indicará el camino justo; baja
tras ellas: irás hasta las Madres.
FAUSTO.-
(estremecido) ¡Las Madres! ¡Lo oigo siempre como un golpe! ¿Qué palabra es que
no la puedo oír?"4
Y,
finalmente, cuando Fausto abre con esa llave la puerta de los infiernos que le
conducirá a las Madres, lo primero que se encuentra es el trípode con el
caldero.
Mi
interpretación es que la figura del héroe, que encarna el arquetipo masculino
por excelencia en nuestra civilización patriarcal, ha errado el camino.
La
lógica binaria del Patriarcado es la que escindió los arquetipos de las Diosas
en dos.
Una
de esas partes, la condenada a la oscuridad o maldita, la transforma en figuras
monstruosas que los héroes se dedican a combatir.
Los
despojos del arquetipo original los rehace en imágenes que se adecuan a las
funciones impuestas a las mujeres en una sociedad dominada por los hombres: la
madre, la esposa, la puta y la virgen esencialmente.
Por
el contrario, Goethe tiene la visión de que el hombre se puede salvar,
"saliendo de graves confusiones", como él mismo escribirá en una
carta a su amigo Eckermann, cuando su búsqueda se vuelva hacia aquellas Diosas
perdidas:
"Quien se
atrevió a llegar hasta las Madres no tiene nada ya que superar", leemos en el
"Fausto".
Al
igual que Parsifal, que queda prendado de la reina que porta el Grial, porque
el Grial siempre es portado por las mujeres.
Ahora
bien, ¿saben o sabemos las mujeres que somos nosotras las portadoras del Grial?
¿Qué
significado encierra esta metáfora?
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