"Trata
de ser siempre honesto contigo mismo". Andrea
Camilleri
La
semana ha sido sumamente complicada, y se han gastado ríos de tinta en
comentarlo.
Entonces,
me limitaré a decir que el final del acto de la CGT me dejó un horrible sabor a
dejá vu…
Es
que ver a las organizaciones trotskistas comenzar a operar, y al kirchnerismo
convertido en su compañero de ruta, trajo a mi memoria lo sucedido a partir de
los hechos de Ezeiza, cuando Perón volvió al país.
En
el marco del conflicto docente aún vigente –y que se transformó en otro de los
frentes elegidos por quienes quieren destrozar a la democracia-, me parece más
importante formular propuestas para un país mejor, y hoy será entonces el turno
de la Universidad pública.
Es
mentira que ser pública y gratuita la convierta en una igualadora social y, por
eso, no lo es en Cuba, China, España, Brasil, Ecuador, etc.
Ese
mantra populista perpetúa privilegios:
¿qué
porcentaje de alumnos proviene de las clases media-baja y baja?,
¿resulta
lo mismo estudiar para alguien mantenido por sus padres que integrar una
familia obrera, que necesita del trabajo del propio alumno para subsistir?,
¿es
igual ir en automóvil que viajar horas en medios públicos para llegar a clase?
Y
ya que se sostiene con impuestos que pagamos todos,
¿es
justo que los más pobres soporten una Universidad que carece exigencias y será
inalcanzable para sus hijos?
Pensemos
por qué toda la comunidad tiene que pagar para que algunos pocos estudien
carreras que no sirven al conjunto social y que, en la enorme mayoría de los
casos, los graduados no encontrarán inserción laboral en el campo elegido,
produciendo frustración y resentimiento.
Finalmente,
la vigente Ley Federal de Educación, al prohibir la difusión pública de las
evaluaciones de establecimientos educativos de niveles secundario y
universitario, iguala hacia abajo,
porque impide la sana competencia basada en la calidad y en la calificación de
los títulos que otorga cada uno, mucho de lo cual depende, precisamente, de los
maestros y profesores, que necesitan actualización y perfeccionamiento
permanentes.
El
promedio de permanencia de estudiantes de carreras de cinco años, es siete y se
gradúa sólo el 22% de quienes ingresan.
Esa
prolongación artificial de la vida universitaria genera mayores gastos en
salarios, en infraestructura, en medios para la investigación, etc., y todo
recae sobre la población en general, inclusive de aquellos sectores cuyo único
consumo son los alimentos de primera necesidad, gravados con el IVA.
Lo
reducido de los salarios docentes en todos los niveles hace que sólo puedan
ingresar a la enseñanza aquellos que, amén de una increíble vocación, disponen
de otros medios de subsistencia o que buscan, en la cátedra, un galardón
social.
Ello
no siempre es acompañado por la calidad de la enseñanza impartida.
Finalmente,
y para no extenderme más en el diagnóstico, un solo ejemplo:
En
Japón (115 millones de habitantes), hay sólo 18 mil abogados autorizados a
ejercer la profesión;
en
Francia (55 millones), 15 mil;
en
la ciudad de Buenos Aires (3 millones), somos más de 70 mil.
El
exceso de competencia hace que se bastardee el ejercicio profesional, los
honorarios sean más magros, y que cada día menos letrados consigan vivir de su
talento.
Sin embargo, la
UBA sigue graduando futuros frustrados, y el costo lo soporta toda la población…
¡Suena
raro!
Mientras
tanto, grandes conglomerados internacionales en industrias de punta ven
dificultada su instalación en el país porque no encuentran suficientes
ingenieros, expertos en alimentación, informáticos, petroleros, geólogos,
químicos, físicos, matemáticos, geógrafos, etc..
Mi
propuesta es establecer cuántos nuevos graduados universitarios y terciarios de
cada una de las disciplinas necesitará el país a tres y cinco años vista.
Basta
con introducir en una computadora la información que suministren las empresas y
el sector público, incluyendo a los potenciales inversores.
Con
el resultado de esa investigación, se constituirá un primer cupo de ingresantes
a la Universidad.
Para
formar parte de él, los aspirantes deberán rendir un muy exigente examen de
ingreso –en matemáticas, lengua, ciencias y ciencias sociales-, en especial
para las carreras docentes, y mantener el nivel de excelencia durante toda la
carrera, comprobado mediante pruebas semestrales.
A
los miembros de ese primer cupo no se les cobrará matrícula alguna y, además,
se les pagará un sueldo razonable para mantener a su familia durante sus
estudios.
Como
es obvio, quienes lograran graduarse integrando ese primer cupo encontrarán una
clara salida laboral, ya que tanto el Estado cuanto las empresas los buscarán
afanosamente.
Luego,
crear un segundo cupo que tuviera en cuenta la capacidad física (instalaciones)
de cada una de las facultades.
Quienes
lo integren, es decir aquellos que opten por carreras que el país no necesitará
–y, por ende, es injusto que deba soportar- o por estudiantes que no lograran
el nivel de excelencia requerido para el primero, deberá pagar para estudiar:
¡si quieres hacerlo, báncalo tú!
Incorporaría,
además, a esas normas una ley que impusiera al sector público la obligación de
contratar, como consultora externa, a la Universidad, y pagar los honorarios
correspondientes.
Veamos,
antes de rechazarla in limine, qué efectos produciría la solución propuesta.
En
primer término, mejores graduados y, con ellos, el país dispondrá de
profesionales excelentes en las disciplinas más indispensables.
Luego,
impedirá la permanencia del “estudiante crónico”, ese al cual el bajo nivel de
exigencia le permite eternizarse en los claustros por muchos años, incordiando
a los verdaderos estudiantes, que quieren aprender.
Con
el producido de las matrículas pagadas por los integrantes del segundo cupo,
más los honorarios que la Universidad generará por sus servicios de consultoría
externa y la generación de ingresos por nuevos desarrollos propios aplicables a
la industria, se formará un incremento presupuestario que permitirá mejorar
sensiblemente los salarios de los docentes e invertir en infraestructura y en
medios de investigación.
Al
pagar verdaderos salarios, aumentará la aspiración por enseñar, y así permitirá
exigir más calidad a los profesores –incluyendo la verdadera dedicación
exclusiva de algunos de ellos- y el círculo virtuoso se cerrará con el nivel de
excelencia en los claustros, lo cual transformará a la Universidad en un
verdadero faro capaz de iluminar el futuro del país, dejando de ser otro triste
fanal que sólo permite ver la pendiente descendente en la que la Argentina está
embretada desde hace décadas.
Bs.As.,
11 Mar 17
Enrique
Guillermo Avogadro
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