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martes, 29 de agosto de 2017

Reflexiones sobre la calle y la política

Emilio J. Cárdenas    

La política contemporánea parece haber incorporado un instrumento que ciertamente no es nuevo, pero que pareciera estar ganando impulso.                     
Me refiero al uso y abuso de las manifestaciones callejeras que, al atraer la inmediata atención de los medios de comunicación masiva, se transforman en una verdadera caja de resonancia.
América Latina no está exenta –para nada- de ese fenómeno.
En algunos de sus países, como es el caso de la Argentina, las manifestaciones callejeras apuntan perversamente a lastimar y generar el mayor daño posible a terceros, mediante la interrupción del tráfico, provocando el consiguiente mal humor social y daños de diversos tipos nunca medidos adecuadamente.

No obstante, tampoco cabe la actitud de exagerar fácilmente cuál es la verdadera magnitud del uso y abuso de las calles con fines políticos en algún escenario concreto.
En Chile, Ricardo González, investigador del Centro de Estudios Políticos, acaba de hacer algunas primeras observaciones y conclusiones sobre las manifestaciones sociales.
Vale la pena referirse brevemente a ellas con el objeto de hacer al menos una primera aproximación a la realidad social que reflejan.
Chile, en líneas generales, es uno de los países más ordenados y, excepción hecha de lo que ocurre con los aborígenes del sur del país, uno de los más severos y respetuosos de nuestra región.
Pero sólo el 17% de los chilenos asegura haber asistido por lo menos a una marcha o manifestación el año pasado.
Si recordamos que en el 2005 ese porcentaje era de apenas unos 2 puntos menos, una primera conclusión nos lleva a aceptar que el uso y el abuso de la calle por razones políticas está lejos de ser una explosión y se ha mantenido más o menos constante a lo largo de la última década.
Al menos esto es lo que parece haber ocurrido en Chile.

Una segunda observación es que quienes asisten a las marchas tienden a ser, principalmente, personas entre 18 y 34 años, en general de bajos ingresos económicos.
Como telón de fondo de este mismo tema hay también que recordar que el 48% de los chilenos asegura –muy suelto de cuerpo- no tener “mayor interés” en la política.
Por ende, para ellos las participaciones personales en las manifestaciones están –en principio- descartadas.

En situaciones extremas, sin embargo, como las que sucedieron en la República Argentina al final de la lamentable gestión de Cristina Fernández de Kirchner, o como las que están ocurriendo hoy en Venezuela como reacción de protesta frente al desastre del que es responsable Nicolás Maduro, las manifestaciones pueden transformarse fácilmente en ejercicios a los que concurren verdaderos gentíos.

En las protestas contra Cristina Fernández de Kirchner, que se realizaron siempre ordenadamente y en paz, participaron personas de todas las edades y orígenes sociales.
Especialmente las pertenecientes a la clase media, en general, o sea a la clase media alta y a la clase media baja, por igual.
Cientos de miles de manifestantes, con frecuencia auto-convocados electrónicamente, comenzaron a mostrar la enorme disconformidad y hasta el hartazgo que existieron sobre las fracasadas y arbitrarias gestiones del matrimonio Kirchner.

Las manifestaciones políticas son, en muchos casos, expresiones críticas y hasta demostraciones de apego a la democracia y a las libertades civiles y políticas.
Otras veces son una expresión de cansancio frente a las crisis y a las escaseces que hacen difícil la vida cotidiana.
Pero, si son pacíficas, ellas no son necesariamente incompatibles con la democracia, sino una de las expresiones legítimas con las que se canaliza la protesta.

Una primera aproximación a este tema, como la realizada en Chile, sugiere que las manifestaciones no son hoy sustancialmente más masivas que antes.
Comparado con el conjunto del pueblo, quienes manifiestan pueden o no, tener distintos grados de relevancia.
Lo cierto es que la verdadera e indiscutible conformidad o disconformidad de los ciudadanos es –en las democracias- aquella que surge de las urnas, al tiempo de votar.

Para cerrar este breve comentario parece necesario hacer una última reflexión.
El aumento de la frecuencia de las manifestaciones parece haber generado una verdadera “industria” en derredor de ellas.
Ocurre que son convocadas y organizadas por verdaderos “profesionales” que hacen de su especialidad, la movilización de la gente, una herramienta política.
Ellos ofrecen transporte y maneras de calmar la sed o el hambre de sus participantes.

Otras veces aparecen “viáticos” o remuneraciones por concurrir, lo que es una aberración.

Con un peligro siempre evidente, porque ellos son quienes “movilizan” a los que protestan y, con frecuencia, exageran groseramente sus reclamos en busca de sonoridad.

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