"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

viernes, 22 de septiembre de 2017

El cuento de la isla desconocida

Sinopsis e interpretación de MARGARA AVERBACH
Como en sus novelas, los protagonistas de El cuento de la isla desconocida, muy bien traducido por Pilar del Río, son el amor y la comprensión humanos
enfrentados a un mundo autoritario y abusivo, 
representado aquí por el rey y su castillo.
Saramago plantea este conflicto básico desde el primer párrafo, donde ya aparecen el hombre que pidió un barco, la mujer de la limpieza, el rey y el palacio (con resonancias de Kafka).
Todo es simbólico en El cuento de la isla desconocida, incluso el título que, como siempre en Saramago, juega con el nombre de los géneros:
Aquí, cuento es cuento de contar y cuento de mentira, y la mezcla de ambos da como resultado una verdad inmensa.

Saramago está hablando de justicia, de política, de vida humana y lo hace a través de la utopía, la mayor de todas las mentiras y la más necesaria.
La búsqueda de la isla desconocida en un momento en que los poderosos dicen que ya no hay islas desconocidas se convierte así en una aventura simbólica, heroica y maravillosa que Saramago sazona con humor y obstáculos cotidianos 
(la basura, la falta de voluntad de muchos, el desprecio de los que no comprenden el deseo de buscarla).
Y si se acepta que, como es evidente, la isla representa una vida mejor, un nuevo comienzo (la palabra utopía no aparece nunca en el cuento, pero la definición de utopía lo recorre todo), es lógico que lo que se cuente sea un principio y no un final, que la estructura sea de final abierto.

En el otro extremo de ese final esperanzado, el palacio del que huyen los dos personajes principales también está lleno de símbolos.
Las dos sillas -el trono por un lado y la humilde banqueta de la mujer de la limpieza por otro- repiten como en un espejo la oposición básica de la novela.
Así, el hecho de que el rey tenga que sentarse en la silla de paja funciona como principio de esperanza porque subvierte la jerarquía.
Pero el símbolo central de la primera parte son las puertas.

La puerta de los obsequios, donde está instalado el rey, 
y la de las peticiones, que nunca quiere atender personalmente, son las dos primeras.
Pero hay una más, la muy importante puerta de las decisiones, que casi nunca se usa pero que lo define todo cuando la eligen.
Así, el palacio y sus muchas entradas y salidas se convierten en un pozo de sentidos de profundidad infinita.

Más allá de los símbolos, lo más fascinante del relato es la forma en que Saramago combina en él un tono general de cuento de hadas - impuesto no por la lengua-, sino por los elementos narrativos: 
Un rey, un palacio, puertas y peticiones, islas desconocidas con anacronismos permanentes y una base político social comprometida, totalmente contraria a la de los relatos con hadas y princesas.
La combinación en sí parece posmoderna por la falta de conflicto, por la facilidad con que conviven los distintos grupos de recursos y elementos.
Y sin embargo, el fondo de esta obra de Saramago es el conflicto.
Este está presente en la mirada piadosa y comprometida de la voz narradora, que no es ni imparcial ni indiferente y que proclama, como siempre en Saramago, su deseo de dar un espacio escrito a los humildes, a los que viven del otro lado de la historia oficial.
Es decir, a las mujeres de la limpieza y no a los reyes.

Esta mezcla diferente, particular, y la seriedad amarga y al mismo tiempo esperanzada que tiñen: El cuento de la isla desconocida, son la marca de fábrica del gran escritor portugués, concentrada aquí en la estructura económica y corta de un cuento.

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