Por Lorena
Udaeta Siles
Sobre
mediados de la década del '20 La Argentina descolgó históricamente un pasado
efímero.
Con
un crecimiento sostenido por más de doce años y una alternancia política
estable maduró presta a recibir futuros embates sísmicos.
No
alcanzó.
Un
nuevo movimiento político asomó alegre y festivo.
Prometió todo y más,
hasta las reservas de aquella aventajada República.
Y
fuimos otros...
Las
dos grandes guerras nos alertó sobre la necesidad de implementar rápidamente un
país industrializado, norma que fue claramente desalentada por una clase
terrateniente que intentaba un país agrícola ganadero con el apoyo británico
(préstamos a cambio de dádivas impositivas y balances fraguados en sus
empresas).
Entonces
creció débilmente una siderurgia sobre la nueva metrópoli cosmopolita pero sin
alcanzar el desarrollo necesario para evitar costosas y escasas importaciones.
A
partir de estas combinaciones mal aprovechadas o desestimadas la historia nos
hizo a un lado.
El
sainete Criollo siguió representándose más allá de las tablas y terminó
haciendo realidad la vida del conventillo.
Más tarde
cobraría gravedad con el salto del humilde traficante de ilusiones al desenfado
provocador del desprolijo y bandolero funcionario público.
La
llaga devino en úlceras.
Es
cierto que el imperialismo marcó un trayecto conveniente a sus intereses.
Un
tercio se apartó, cobró peaje y terminó estafando a incrédulos idealistas
(marxismo).
Otros, aliados
por conveniencia, cobraron en divisa los favores prestados y viven de los emergentes.
Nosotros
fuimos la tercera posición (Atilio Bramuglia) intentando imitar movimientos
europeos de tendencia semejante.
Un
peronismo teatral fue su líder que más tarde una "juventud maravillosa" la
hizo sangre, disgregación, espanto y abismo atroz jamás alcanzado en nuestras
memorias.
Tres
hijos tenía la "tana" lavandera: Tango, "furbo" y carrera.
Del
viejo sainete criollo y sus obras breves nacieron los personajes que
tristemente primero (conventillo), sostén y equilibro más tarde (casa propia) y
profesionalismo finalmente, crearon una Argentina próspera.
De la
humillación y el grotesco se pasó a un equilibrio sólido y permanente que
ofreció una Argentina inmigrante y necesitada de mano de obra barata y
consistente pero a su vez agradecida.
Valores
y palabra fue el común denominador de una sociedad en ascenso.
Convivían
el proxeneta y el quinielero, el médico de barrio y el almacenero, el
"poli" y el ladrón, el maestro y el alumno, el "doctor" y
el "simpatizante", la "prosti" y el cliente, el compadrito
y la "percanta", el bodegón y el restaurante...
La
plaza y el potrero.
Hoy
nos olvidamos todos de aquella Argentina.
No
posible por hábitos, tiempo, progreso, pero si íntegra, ecuánime, honesta...
Degradada,
yace enferma.
"Cambalache,
siglo veinte" es su definición por antonomasia.
El
populismo nos quitó todo.
Nada
nos avergüenza y hasta lo patético y trágico es ditirambo de miles de
espectadores sedientos de la nota más absurda, cruel y sádica.
La
Parábola de Pablo (Salazar) o los Ciento veinte días de Gomorra (Pasolini) parecen literatura infantil ante la
barbarie asesina que nos asola a diario.
Jueces
corruptos imparten injusticia y talegas de oro brillan en pertenencias mal
habidas.
Bastardos
menean la soga que sostiene a débiles y excluidos…
No
buscan su óbito sino permanencia como cobayos de laboratorio.
Mucamas,
cocineras y asistentes escalan fortunas incomparables y millonarias mientras
funcionarios, políticos y policías demandan de sus esbirros recaudaciones
inverosímiles.
Hay
muertos que hablan y otros enmudecen.
Gobernadores
que ante la pérdida del cetro devalúan una sociedad inventada para servir al
amo.
El
absurdo y el grotesco se viralizan en una sociedad más acostumbrada a la
Giménez que a Pirandello.
El
primero que entró al conventillo fue Cambalache (Discépolo) y el que cerró sus
puertas Salsa Criolla (Pinti). Aquel sainete costumbrista revelaba, al menos,
la verdad tras las máscaras, evocaba lo trágico y lo cómico, apelaba a la risa
que se ahoga al hacer entre la angustia o el dolor.
Era
auténtico y a la vez humilde en la parodia.
Todos
ellos personajes que nos acompañaban en la cotidianidad de la vida.
El
inmigrante, el patio, la enredadera y las habitaciones cargadas de enseres,
recuerdos y trastos empolvados.
Crecimos
en el circo criollo y avanzamos hacia el sainete más prolijo y elaborado pero
grotesco y cómico-dramático en la pluma de Discépolo, "tito" Cosa y
Pinti y casi sin advertirlo volvemos a nuestros orígenes:
El circo criollo.
Todo
el día todo el tiempo, en la gráfica como en los medios audiovisuales el circo
cobra fama y ante las principales atracciones como el exhibidor de animales
domados, malabaristas, payasos, magos, tramoyistas e ilusionistas, la farsa se
revela auténtica y todo parece realidad ante el asombro de una multitud que no
cree lo que ve por ser magia…
pero
al mago no se lo delata por su truco: Se lo aplaude...
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