"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

sábado, 11 de noviembre de 2017

Circo Criollo.


Por Lorena Udaeta Siles

Sobre mediados de la década del '20 La Argentina descolgó históricamente un pasado efímero.
Con un crecimiento sostenido por más de doce años y una alternancia política estable maduró presta a recibir futuros embates sísmicos.
No alcanzó.
Un nuevo movimiento político asomó alegre y festivo.
Prometió todo y más, hasta las reservas de aquella aventajada República.
Y fuimos otros...

Las dos grandes guerras nos alertó sobre la necesidad de implementar rápidamente un país industrializado, norma que fue claramente desalentada por una clase terrateniente que intentaba un país agrícola ganadero con el apoyo británico (préstamos a cambio de dádivas impositivas y balances fraguados en sus empresas).
Entonces creció débilmente una siderurgia sobre la nueva metrópoli cosmopolita pero sin alcanzar el desarrollo necesario para evitar costosas y escasas importaciones.

A partir de estas combinaciones mal aprovechadas o desestimadas la historia nos hizo a un lado.
El sainete Criollo siguió representándose más allá de las tablas y terminó haciendo realidad la vida del conventillo.
Más tarde cobraría gravedad con el salto del humilde traficante de ilusiones al desenfado provocador del desprolijo y bandolero funcionario público.
La llaga devino en úlceras.
Es cierto que el imperialismo marcó un trayecto conveniente a sus intereses.
Un tercio se apartó, cobró peaje y terminó estafando a incrédulos idealistas (marxismo).
Otros, aliados por conveniencia, cobraron en divisa los favores prestados y viven de los emergentes.
Nosotros fuimos la tercera posición (Atilio Bramuglia) intentando imitar movimientos europeos de tendencia semejante.
Un peronismo teatral fue su líder que más tarde una "juventud maravillosa" la hizo sangre, disgregación, espanto y abismo atroz jamás alcanzado en nuestras memorias.

Tres hijos tenía la "tana" lavandera: Tango, "furbo" y carrera.

Del viejo sainete criollo y sus obras breves nacieron los personajes que tristemente primero (conventillo), sostén y equilibro más tarde (casa propia) y profesionalismo finalmente, crearon una Argentina próspera.
De la humillación y el grotesco se pasó a un equilibrio sólido y permanente que ofreció una Argentina inmigrante y necesitada de mano de obra barata y consistente pero a su vez agradecida.
Valores y palabra fue el común denominador de una sociedad en ascenso.
Convivían el proxeneta y el quinielero, el médico de barrio y el almacenero, el "poli" y el ladrón, el maestro y el alumno, el "doctor" y el "simpatizante", la "prosti" y el cliente, el compadrito y la "percanta", el bodegón y el restaurante...
La plaza y el potrero.
Hoy nos olvidamos todos de aquella Argentina.
No posible por hábitos, tiempo, progreso, pero si íntegra, ecuánime, honesta...

Degradada, yace enferma.
"Cambalache, siglo veinte" es su definición por antonomasia.
El populismo nos quitó todo.
Nada nos avergüenza y hasta lo patético y trágico es ditirambo de miles de espectadores sedientos de la nota más absurda, cruel y sádica.
La Parábola de Pablo (Salazar) o los Ciento veinte días de Gomorra (Pasolini) parecen literatura infantil ante la barbarie asesina que nos asola a diario.
Jueces corruptos imparten injusticia y talegas de oro brillan en pertenencias mal habidas.
Bastardos menean la soga que sostiene a débiles y excluidos…
No buscan su óbito sino permanencia como cobayos de laboratorio.
Mucamas, cocineras y asistentes escalan fortunas incomparables y millonarias mientras funcionarios, políticos y policías demandan de sus esbirros recaudaciones inverosímiles.
Hay muertos que hablan y otros enmudecen.
Gobernadores que ante la pérdida del cetro devalúan una sociedad inventada para servir al amo.
El absurdo y el grotesco se viralizan en una sociedad más acostumbrada a la Giménez que a Pirandello.

El primero que entró al conventillo fue Cambalache (Discépolo) y el que cerró sus puertas Salsa Criolla (Pinti). Aquel sainete costumbrista revelaba, al menos, la verdad tras las máscaras, evocaba lo trágico y lo cómico, apelaba a la risa que se ahoga al hacer entre la angustia o el dolor.
Era auténtico y a la vez humilde en la parodia.
Todos ellos personajes que nos acompañaban en la cotidianidad de la vida.
El inmigrante, el patio, la enredadera y las habitaciones cargadas de enseres, recuerdos y trastos empolvados.

Crecimos en el circo criollo y avanzamos hacia el sainete más prolijo y elaborado pero grotesco y cómico-dramático en la pluma de Discépolo, "tito" Cosa y Pinti y casi sin advertirlo volvemos a nuestros orígenes:
El circo criollo.

Todo el día todo el tiempo, en la gráfica como en los medios audiovisuales el circo cobra fama y ante las principales atracciones como el exhibidor de animales domados, malabaristas, payasos, magos, tramoyistas e ilusionistas, la farsa se revela auténtica y todo parece realidad ante el asombro de una multitud que no cree lo que ve por ser magia…

pero al mago no se lo delata por su truco: Se lo aplaude...

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