Nada
perderían Rajoy y los suyos
Javier R. Portella
Fuente: El Manifiesto.com
La victoria
electoral del separatismo representaría simplemente, para Rajoy y los suyos, la
vuelta al statu quo anterior.
La continuación de esos cuarenta años de plomo.
Cuando, so pretexto de alzarlo a lo
más alto, los dirigentes de un país logran hacerlo caer a lo más bajo,
desgarrándolo, entre otras cosas, en dos partes irreconciliablemente opuestas,
semejante país no puede recomponerse, es manifiesto, ni en las pocas semanas que van de aquí a
las elecciones del 21 de diciembre, ni en los seis meses que habría podido
durar, como máximo, la aplicación del artículo 155.
En seis años
se podría empezar a pensar, tal vez,
en algo parecido a un comienzo de recomposición…
Pero sería preciso, para ello, que
después de cuarenta años de constantes claudicaciones frente a las imposiciones
separatistas, las cosas se llevaran a cabo de muy distinta y mucho más enérgica
manera.
¿Cuál va a
poder ser, en tales condiciones, el resultado de las próximas elecciones?
Ciertos
sondeos predicen la repetición, con escasa diferencia, de la actual mayoría
secesionista.
Otros
anuncian una mayoría de los partidos unionistas; pero sería insuficiente para
gobernar, quedando la llave en manos de los perro flautas de Podemos, bastante
astutos como para presentar su secesionismo bajo un aspecto un poquitín menos
insolente.
La victoria
de los unionistas, sin embargo, tampoco se puede excluir:
Lo
determinante para ello será, sin duda, la movilización del electorado hasta
ahora abstencionista.
Es posible
que se produzca dicha movilización, dado el creciente hartazgo de una población
que ha visto desaparecer sus posibilidades de prosperidad económica (más de
1.000 empresas ya han establecido su domicilio fiscal en otras regiones) y
dada, sobre todo, la forma como la población catalano-española ha recuperado su
impulso patriótico, el fervor por su doble identidad nacional que tan
cruelmente se había echado en falta durante estos años de plomo.
Como dicho
impulso nunca fue fomentado por las autoridades españolas, siempre temerosas de
indisponer a la oligarquía catalana con la que hacían y hacen tan buenas migas,
ha sido necesario esperar que el independentismo llevara el país al borde mismo
del precipicio —¡gracias le sean dadas!—
para asistir al renacimiento del fervor patriótico en toda España.
También se
empieza a observar cierto cansancio entre los independentistas. Así, después de
la detención del gobierno golpista, tardaron bastante en lanzar sus hordas a la
calle.
Sólo lo
hicieron el pasado sábado 11 de noviembre.
Había, por
supuesto, mucha gente, pero menos que otras veces, y menos, sobre todo que en
las dos gigantescas manifestaciones a favor de España de estas últimas semanas
(1 y 1,2 millones respectivamente frente a los 750.000 manifestantes que, según
los organizadores, había el sábado, de modo que lo podemos dejar fácilmente en
medio millón como máximo).
Por otra
parte, resultó un completo fracaso la “huelga general” decretada el 8 de
noviembre por un “sindicato” ultra minoritario a cuyo frente se halla un
antiguo terrorista de Terra Lliure que, habiendo cometido un asesinato, ha
cumplido más de diez años de cárcel.
Los
abundantes retrasos y paros laborales que hubo aquel día se debieron a los
sabotajes cometidos por grupúsculos de manifestantes que cortaron autopistas y
vías férreas, sin que el Gobierno se atreviera a enviarles la policía, temeroso
de que se le reprocharan los mismos “actos-de-inhumana-salvajería” (cuando sólo
hubo dos heridos hospitalizados…) por los que la prensa del buenismo
internacional atacó tan duramente a España con ocasión del referéndum ilegal
del 1.º de octubre.
En suma, el
próximo 21 de diciembre la victoria electoral de España (¡pobre España!,
¡hallarse en el brete de tener que competir en las urnas!) sigue siendo
posible, pero esta victoria dista mucho de estar asegurada.
¿Por qué
entonces ha tomado Rajoy el inmenso riesgo de convocar elecciones en un plazo
tan breve?
¡Por la sencilla razón, faltaría más,
de que, para él y los suyos, no hay nada que temer, no hay riesgo alguno!
La
reconstitución, con o sin el concurso de Podemos, de un gobierno anti español
(pero ya no “unilateralmente independentista”) no representaría ni para Rajoy
ni para el conjunto de la oligarquía española la catástrofe que ello
constituiría para un pueblo español cuya identidad, tanto en Cataluña como en
las demás regiones, está conociendo actualmente un renacer. Puesto que, dada la
actual situación, es impensable que los secesionistas vuelvan a plantear en lo
inmediato la independencia pura y dura, su victoria electoral representaría
simplemente, para Rajoy y los suyos, la vuelta al statu quo anterior: a estos
cuarenta años de plomo que, para ellos, han constituido en realidad cuarenta
años de rosas.
Es posible
que algunas rosas suplementarias (o algunas toneladas de plomo) pudieran
entonces, en forma, por ejemplo, de algo parecido a una de componenda
confederal, ser volcadas en la misma cesta.
La cuestión
sería entonces:
¿Lo toleraría el pueblo
español?
© Boulevard
Voltaire.
Traducción
del autor
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