Por
Pablo Rossi
Donald
Trump es un millonario que llegó a la Casa Blanca por el partido emblemático de
la derecha conservadora y decide enfrentar a las grandes corporaciones
económicas de su país para devolver el trabajo nacional y popular a los obreros
estadounidenses empobrecidos.
Millones
de norteamericanos disconformes lo eligieron para reemplazar al liberal
progresista Barack Obama, quien cedió frente a los promotores de la gran
burbuja financiera de Wall Street para salir a duras penas de la crisis que
heredó.
Con su revolución de la esperanza para las minorías desplazadas y las
mayores expectativas políticas creadas desde John Fitzgerald Kennedy, el primer
presidente afroamericano de la historia apenas pudo organizar un costoso (y
efímero) sistema de cobertura médica para 30 millones de personas como
principal legado de equidad.
De
locos.
Los
ricos malos que siempre buscaron concentrar riqueza en otros ricos como ellos
ahora defienden a los pobres sin trabajo, descuidados u olvidados por sus
representantes lógicos, que terminaron gobernando para el establishment, dando la espalda al pueblo (the people) y
aceptando o rindiéndose ante las reglas salvajes de la globalización financiera
y corporativa.
Definitivamente
ya nada es lo que parecía ser ni se explica por las razones que hasta ayer
servían para interpretar el mundo.
Derechas
e izquierdas, liberales y conservadores, estatistas clásicos y abanderados del
libre mercado, nacionalistas y globalizadores están desorientados y confundidos
frente a la erupción continua de eventos que
ponen a prueba sus catecismos y
sus envejecidos postulados.
Unos
y otros, los fans del “american way of life” o los antiimperialistas de manual quedaron
azorados viendo cómo, de la noche a la mañana, Estados Unidos ha roto los
esquemas y ha dejado de ser el promocionado gendarme ordenador del mundo para
convertirse en una fuente inagotable de desorden, paradojas, contradicciones e
inestabilidad en todos los rubros.
Un
ejército de sociólogos, politólogos, expertos en política internacional y
periodistas especializados flota a la deriva chapoteando entre los restos del
naufragio de las viejas coordenadas ideológicas del siglo veinte que ya no
sirven para explicar ni entender este mundo posmoderno azotado por fenómenos
bizarros surgidos de un reality show planetario.
En
este mar de desconcierto me animo a sugerir que probablemente hoy asusta y
entretiene el árbol pero no se termina de distinguir las verdaderas trampas
escondidas en el bosque.
En
otras palabras.
La
amenaza mayor para Estados Unidos y el mundo hoy no es la persona (o el personaje) Donald Trump, sino
el tipo de populismo viral que exuda y emerge con él, quizás en la variante
más potente y extravagante que se haya conocido desde el final de la Segunda
Guerra Mundial.
Sí, el populismo…
Subestimado
por las academias y por el mundo anglosajón (que hasta hoy jamás lo había
padecido) casi como un fenómeno propio y periférico de países latinoamericanos
con algún contagio en sociedades emparentadas del sur europeo.
Algo
que jamás llegaría (eso pensaban) a las cimas del poder en las democracias del
norte por la fortaleza y los anticuerpos de sus sólidas instituciones.
Al
populismo siempre se lo caracterizó como un resabio menor (un primo inofensivo)
de los cruentos totalitarismos del siglo
veinte (el nazismo, el fascismo, el
comunismo, etc.).
Nunca se le
otorgó entidad exportable como método permanente de una gestión pública, como
sistema lógico de comunicación política para seducir masas de ciudadanos
heridos o desencantados.
Tal
vez ese desdén facilitó su supervivencia y transformación en la amenaza
autónoma que resulta hoy para las inestables e inermes democracias del siglo
veintiuno.
¿Cuál es el
peligro subestimado del populismo?
Su naturaleza
parasitaria en lo ideológico y su método pragmático/inescrupuloso en la
práctica política.
Al
no someterse a la coherencia de un conjunto de ideas determinado (da lo mismo
izquierda, derecha o centro), ni responder por un sistema estable de valores, puede
tener mil rostros y sostener las banderas ocasionales que exija la
coyuntura con el solo objetivo de conservar, incrementar y servirse del poder
en el nombre del pueblo.
Una
verdadera maquinaria destinada a ganar elecciones, inventar enemigos y
aplastarlos simultáneamente.
Si
usted hasta ahora no entendió claramente que quiero decir, se lo traduzco en
una frase ampulosamente argentina:
El
mundo, especialmente el anglosajón, tuvo el atrevimiento de subestimar la
potencialidad contagiosa y el alcance global… del peronismo.
Good
luck, baby.
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