Gabriel J. Zanotti (1)
Al
Sr. Presidente de la Nación,
Ing.
Mauricio Macri:
Sé
que en este momento tiene temas más urgentes que el que le voy a plantear.
El
submarino y el problema de los Mapuches son temas que demandan su atención ya,
sin dilación, y no quisiera yo distraerlo de su concentración.
Por
eso, por suerte para usted, lo más probable es que esta carta, despachada a la
nueva y aleatoria nube que nos rodea, nunca le llegue.
Pero,
si así sucediera, le aseguro que no es mi intención molestarlo.
Yo
voté por usted sin mayores expectativas, sabiendo que iba a seguir la Argentina
de siempre, excepto por la salida de los
psicópatas del poder más peligrosos con los que se enfrentó la Argentina en
toda su historia.
Lo
único que yo esperaba, usted lo hizo:
Sacarnos
del camino a Venezuela.
Por
ende, gracias.
No
espero nada más.
Pero no esperar no
es igual a no deber.
Y
debo decir ante usted y ante todos que, por favor, nos escuche.
Los
liberales hemos recibido todo tipo de epítetos a lo largo de la historia
argentina.
Bueno,
en realidad habría que ver quiénes son los liberales.
Al
menos yo, un liberal clásico, partidario de la democracia constitucional
anglosajona y la economía de mercado fundada en la Escuela Austríaca (y, para colmo, católico) he recibido
todo tipo de elogios.
Fascista,
demente, utópico, esquizofrénico, neoliberal y,
el
último que se ha puesto de moda, también: liberalote.
Usted,
Señor Presidente, no confía en nosotros.
Le
asiste algo de razón:
Contrariamente
a lo que piensan muchos, nunca hemos
sido gobierno.
La
primera y última vez fue con la Constitución de 1853.
Luego,
hubo de todo, desde lo parecido hasta lo grotesco:
Conservadores,
antiperonistas, autoritarios, menemistas, y se me acabaron los adjetivos.
Así
que tiene razón: ¿qué esperar de quienes nunca se embarraron las manos en la política
concreta?
La
única respuesta a eso puede ser la esperanza de lo nuevo.
Como
dice un famoso título de un famoso autor: ¿por
qué no probar la libertad?
Señor
presidente, escúchenos.
Sé
que sus asesores más cercanos le dirán que no lo haga, pero, finalmente,
uno de los
dramas del poder
es que usted, finalmente, está solo.
Solo
con su conciencia.
Finalmente,
es esta última la que tiene que escuchar.
Usted
juega el papel, aunque no lo haya buscado, de ser una esperanza.
Eso
no es raro en una Argentina bipolar que siempre cae tan bajo.
El
autoritarismo de los conservadores.
El
golpe del 30, casi nazi.
El
ascenso del Mussolini argentino.
El
peronismo sin Perón del 56 en adelante.
El
golpe del 66, con toda su rudeza.
Las
guerrillas que ya se estaban preparando.
La guerra de los
70, con la corrupción, bajeza y banalidad del gobierno de Isabelita.
El
golpe del 76.
La
guerra sucia.
Su
tristísimo final.
Pero
ahora, escuche más:
El Alfonsín cuya
economía no le deja terminar su mandato.
El
Menem que sigue con el gasto público, la deuda pública y la presión impositiva.
Su
enorme corrupción.
Y
de vuelta, la esperanza democrática.
El
gobierno de la Alianza.
Que sigue, sin embargo, con lo mismo.
La
explosión de la deuda pública y la deuda externa.
El
default.
Otra
vez, el tristísimo final, y lo que sigue es tan sencillamente horroroso que no
quiero, ni hace falta, que se lo recuerde.
Usted
tiene ahora dos alternativas.
O
dentro de algunos años es uno más en esta lista de fracasos,
o pasa a la
historia como el estadista que quiere ser.
Yo,
Señor Presidente, no soy nadie como para explicarle de política concreta.
Yo
jamás podría haber hecho lo que usted hizo:
Vencer al
kirchnerismo en las elecciones.
Jamás.
Soy
sólo un profesor de filosofía, pero me atrevo a seguir porque sé distinguir
entre el corto y el largo plazo.
A
corto plazo está haciendo lo que puede y lo que pudo.
Pero
permítame hablarle del largo.
Si,
sé que es un largo camino, pero es usted el presidente.
Usted sabe
perfectamente que el gasto no puede seguir como está.
Lo
sabe en su conciencia, aunque mucho no lo pueda decir.
Usted
sabe que no puede emitir moneda para financiarlo.
Usted
sabe que no puede elevar más la presión impositiva.
Y
usted sabe que, según fuentes serias, la
deuda pública llega en estos momentos a 293.789,
3
(¿importa que sea 293.790 millones de dólares)
Usted no confía
en nosotros porque lo han convencido de que somos unos locos e insensibles
que
en lo único que pensamos es en echar a todo el mundo a la calle.
No.
No
es verdad, aunque injusto es que los argentinos en general miren bien a los que
engañan sumando al estado la desocupación real de la economía en subdesarrollo.
Pero
no se trata de echar gente y que luego le incendien la Casa Rosada.
Aunque,
recuerde, a De la Rúa se le incendió.
Nunca
lo olvide.
Por favor le
pido que piense en las funciones del estado.
Usted
tiene más o menos unos 35 organismos, entre ministerios y secretarías, sin contar las sub, sub y
sub y etc. Tiene todo ello porque cree que todo ello es necesario.
Ha
sacado a los corruptos y ha puesto a gente honesta, pero cree que todo ello es
necesario.
No.
Si
usted sabe cómo funciona una economía de mercado y una sociedad libre, y creo
que lo sabe,
usted puede
quedarse con una Secretaría de Hacienda y un Ministerio de Relaciones
Exteriores.
No
mucho más.
Todo
lo demás, usted lo puede eliminar.
Y
al mismo tiempo, eliminar todas las legislaciones y reglamentaciones que esos
organismos se encargan de controlar.
Piense en todo
el gasto que se reduciría ipso facto.
Piense
en todos los impuestos que podría bajar y eliminar, comenzando con el de la
renta. ¿Y qué sucedería? Que todos los emprendedores de los que usted siempre
habla, quedarían libres para emprender
todas esas funciones, que burócratas
detrás de sus escritorios creen que pueden ejercer cuando, claro, no tienen nada que perder.
Al
mismo tiempo, formalizaría ipso facto a todos esos sectores carenciados que no
pueden pasar a la economía formal porque esas reglamentaciones y organismos se
lo impiden.
Así sí, a
mediano plazo, las cuentas públicas podrían comenzar a reordenarse.
¿Y
los empleados públicos?
Mantenga
a todos los de planta, aunque no vayan a ejercer funciones.
Déjelos
si es necesario tres años cobrando sus sueldos, mientras amortiza las cuentas públicas con el ahorro que implica
todo el conjunto de medidas anteriores.
Las
cuentas dan.
Reúnase
con los directores de la Fundación Libertad y Progreso (Agustín Etchebarne,
Aldo Abram, Manuel Solanet) y haga las cuentas.
Dan.
Porque
no es sólo cuestión de calculadora, sino
de concepción del estado.
¿Y
las provincias?
Olvídese
de la coparticipación.
Prepare
una reforma de mediano plazo.
Las provincias
no deben depender más de Nación.
Pero
no todas las provincias son económicamente auto-sustentables.
Divida al país
en 6,
no muchas más, regiones administrativas autosustentables, que comiencen a
financiarse solas, y suspenda toda relación económica entre Nación y
Provincias.
El
estudio fue hecho por Roberto Dania y Constanza Mazzina en el 2008.
Será la primera
vez, además, que habrá un federalismo genuino, con
gobernadores realmente autónomos del poder ejecutivo nacional.
Y
el estado no tiene por qué dejarse de ocupar de salud, educación y seguridad
social.
Sencillamente,
una vez hecha esta transformación, delegue todo ello en las seis regiones
mencionadas.
No
tiene por qué ponerles un nombre, son
sólo regiones administrativas.
Y
desregule totalmente al sector privado en materia de salud, educación y
seguridad social.
O
sea, des-monopolice, quite
las regulaciones nacionales, abra al país a la diversidad, tan nombrada, y tan
poco practicada en un país monopólico y unitario.
Y
hable con la CGT.
Usted
sabe cómo, yo no.
Pero
explique ante la opinión pública que nuestro sistema sindical es el de la
Italia Fascista de Mussolini.
La
gente no lo sabe.
Vaya,
dígalo, explíquelo.
Y
elimine el sindicato único por actividad.
¿Le
parece mucho?
Creo
que es poco, pero si no, usted sabe cuál es la alternativa.
Usted
puede seguir con todo como está, y puede ser que los organismos internacionales
le sigan prestando.
Como
si la escasez no existiera.
Pero usted sabe, en conciencia,
en esa conciencia a la que estoy apelando –jamás
podría apelar, por ejemplo, a la de una nueva senadora muy conocida- que
ello no es posible.
Si
usted no hace estas reformas estructurales de fondo, va camino al default.
Tal
vez no ahora, pero sí dentro de unos años.
Lo sabe, lo
sabe perfectamente.
No
hay salida.
Se
le acabarán los dólares, terminará en el control de cambios, será como Kicillof
pero le terminarán diciendo Macrillof.
¿Quiere
usted eso?
¿No?
¿Y
entonces?
Señor
presidente, hay una diferencia entre un simple político y un estadista.
El
político sigue a la opinión pública, el
estadista, en cambio, la cura.
Le
hace una especie de terapia social, y eso sólo se logra con auténtico liderazgo
moral e intelectual.
Mandela,
Gandhi, educaron a su pueblo.
No
fueron demagogos, ni siguieron lo que todos pedían, ni engañaron:
Tenían
un norte, sabían a donde iban, tenían
un sólido fundamento moral y lo supieron decir.
Su
decir fue resultado de su ser, y no al revés, como le recomiendan
algunos.
Señor
presidente, sea estadista.
Mire
para adelante, mire al largo plazo, y entonces sabrá AHORA qué hacer y cómo
decirlo.
La
verdad, no creo, en mi interior, que nada de esto suceda, pero sí creo que
tenía que decirlo.
Mientras
tanto, no estoy desilusionado, porque yo no me ilusioné con usted.
Seguiré
con mi docencia, en la Argentina de siempre, con sus males de siempre,
si
es que un piquete no me mata antes o algún otro joven idealista no me pone otra
bomba.
Pero
qué hermoso sería que me sorprendiera.
No
por mí: sorpresas, casi todas buenas, me dan mis
alumnos.
Pienso
en la extrema pobreza, en las zonas más subdesarrolladas, en los niños
desnutridos del Chaco y de 3 km a mi redonda.
Contrariamente
a la mayoría de los argentinos, sé que el mercado, para ellos, no es lo que
sobra, sino lo que les falta.
Vamos.
En
Venezuela ya no estamos.
Gente
honesta ya tenemos.
Vamos.
Sólo
falta visión.
La
suya.
La
argentina sigue siendo presidencialista.
No
hay otra salida.
Su
liberalote amigo…
(1) Gabriel
J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte
Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica
Argentina (UCA).
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