Es
nuestro segundo día en La Habana y acabamos de desayunar en el hotel con la
idea de seguir recorriendo la ciudad.
¿Podemos
ayudarlos en algo? nos dice una pareja de cubanos sonrientes, de mediana edad,
que están parados en la puerta de un bar y nos ven caminar sin rumbo.
Cuando
se enteran que somos argentinos nos regalan un billete de tres pesos cubanos
con la imagen del “Che”.
Nos
invitan a entrar a tomar algo y conversar.
El
bar está lleno de fotografías de músicos y de conjuntos cubanos.
Están
casados, se llevan quince años y tienen dos niños.
Él,
de nombre Alexis, es músico y nos enseña, golpeando sobre una mesa, los
distintos ritmos musicales de la Isla.
Nos
cuenta que toda la música parte del “Son”, que es el padre de los ritmos, y da
lugar a los restantes:
“rumba”,
“cha-cha-cha”, “salsa”, “bolero” y “pilón”.
También
nos muestra, en las fotos, las grandes luminarias de la música local.
Es
de profesión en la orquesta toca la “tumbadora”. Ella, María, estudió baile y
es profesora de salsa. Nos hace una demostración diciéndonos que la clave es mover
el “coyunte” (la cintura). Al despedirnos, luego de una amable charla, la
consumición sugerida y de dejarles la consabida propina nos dice algo: la zamba
brasileña posee en su interior todos los “soldador
industrial” y ritmos de la música cubana.
¡Sorprendente!
Ahora
caminamos pocas cuadras y llegamos al Museo de la Revolución, montado sobre un
majestuoso palacio que era el Palacio de Gobierno.
Justamente,
están marcadas en el edificio las diversas circunstancias del ataque frustrado
para matar al dictador Batista, en el año 1957.
En
la puerta nos recibe un guardia, Esteban, con el que charlamos y nos dice que
está muy conforme con la situación actual del país.
Ingresamos
y, subiendo una majestuosa escalera, vamos visitando las distintas salas consagradas
al Che Guevara, el único auténtico comunista junto con Raúl Castro.
Más
allá de las ideologías nos emociona ver sus fotos y pertenencias personales y
repasar su historia, sus viajes, su triunfo y su decepción del régimen
soviético, lo que lo alejó del poder y lo hizo terminar muerto mientras
comandaba una guerrilla sin futuro en Bolivia.
Fue
un gran idealista, con métodos equivocados a nuestro gusto, pero un ícono para la
sociedad actual que busca justicia.
Su
lema era “Hasta la victoria siempre”.
Hay
otra sala para Camilo Cienfuegos, que era un independentista no comunista, muy
joven y simpático, querido por la gente y muerto en un poco claro accidente
aéreo. Está el equipo de comunicación de “Radio Rebelde”, donde el “Che”
proclamaba sus consignas y donde se transmitía que la guerrilla iba ganando
batallas, aún cuando no fuera así.
Tengamos
en cuenta que Fidel Castro fue un gran maestro en logística y en comunicación
de masas.
Cuando
fue juzgado y condenado a prisión, luego del frustrado intento de copamiento al
cuartel de “Moncada”, dijo su famosa frase “la historia me absolverá”.
Quizás
todavía sea pronto para un veredicto final…
En
la plaza contigua, integrando el Museo, se exhibe el “Granma”, el yate con el
que 83 hombres hicieron la travesía desde México para arribar al sur de Cuba e
iniciar la guerrilla revolucionaria.
Nos
parece muy pequeño y, de hecho, estuvo a punto de hundirse por sobrepeso.
También
están los restos del avión espía norteamericano derribado en plena guerra fría
cuando buscaba detectar los misiles soviéticos en Cuba.
Recordemos
que en octubre de 1962 el mundo estuvo a punto de una tercera guerra mundial,
esta vez nuclear, cuando para evitar una invasión norteamericana a Cuba se
instalaron misiles nucleares soviéticos y fueron detectados.
Los
EEUU dispusieron un bloqueo y mientras las naves rusas avanzaban y el choque
parecía inevitable…
Los negociadores
consiguieron un acuerdo de paz: Norteamérica se obligaba a nunca invadir la
isla y Rusia a retirar los misiles.
Secretamente
EEUU desactivó su base de misiles de Turquía y todos contentos.
Salvo
los cubanos, ya que Fidel y el Che querían la guerra y quedaron desautorizados.
Durante
la visita nos sorprende un grupo de japoneses, con su guía, muy interesados.
Para
Leisy, de 38 años, que atiende el Museo los cambios serán graduales, aun cuando
sabe que se está discutiendo una nueva Constitución. René, el mozo de la
cafetería, se confiesa hincha de la selección Argentina, y que sufrió mucho por
nosotros en el Mundial como todos aquí.
Nos
emociona y reconforta el comentario.
Salimos
y nos vamos para la “Ciudad Vieja”, para lo cual tomamos un taxi-moto de color
amarillo y hacemos un lindo recorrido por la ciudad.
El
chofer nos deja frente a la Iglesia de San Francisco, un hermoso templo con
jardines, que hoy es un museo.
Se
siente mucha paz afuera y adentro.
A
su lado hay una iglesia ortodoxa griega y nos cuentan que muchos marineros de
ese país recalaron para siempre en Cuba, enamorados de la isla.
Nos
empezamos a internar por la ciudad vieja hasta la “plaza vieja”, pequeña, con
colorida vegetación, donde pululan personajes típicos de la Habana, como viejos
pidiendo ayuda y mujeres, fumando puros y vendiendo todo tipo de recuerdos.
Es
la zona de las bici-taxis.
Todavía
poseídos por la historia de la Revolución nos compramos gorros verde oliva como
el de Fidel.
Caminamos
con ellos y nos sentimos revolucionarios por un rato.
Seguimos
caminando y nos aborda un joven ofreciendo un taxi pero le decimos que tenemos
hambre.
Nos
lleva cuatro cuadras caminando hasta la puerta del restaurante “Don Lorenzo”.
Mientras
caminamos nos cuenta que se llama “Giovani”, que es profesor de educación
física en la escuela, ahora de vacaciones, y que hace changas como taxista o
para turistas, como ahora.
Nos
cuenta que la medicina gratuita existe pero que los médicos dan turnos
preferenciales a los que les llevan algún presente: una merienda o cualquier
cosa así.
El
restaurante es pequeño y hermoso, en un primer piso con vista a la calle, lleno
de flores.
Detrás
de la barra Arianna es la “bar-tender”.
Estudió
criminalística pero se dedica a lo gastronómico, que es la posibilidad de progresar en
Cuba y de tener propinas.
Nos
cuenta que le gustaría conocer otros países pero que ama a Cuba y que jamás se
mudaría.
Desde
hace un tiempo tienen internet y pueden viajar libremente, siempre que tengan
la plata, claro.
Hay
un grupo de turistas en otra mesa.
Son
afroamericanas de Georgia y están muy felices.
Vienen
de una excursión de un crucero.
De
golpe se escuchan gritos en la calle de vendedores ambulantes de tamales.
Muy
pintoresco.
Salimos
y caminamos un rato por la ciudad vieja viendo sus balcones con ropa tendida,
sus casas grandes, viejas y destartaladas, y mucha gente pobre pero relajada.
En
ningún momento sentimos inseguridad.
Luego
de un descanso en el hotel nos vamos a recorrer el famoso “Malecón”, esa
costanera de diez kilómetros sobre el Atlántico.
Nos
lleva en un taxi Luis Crespo, quien estudió “Economía General”, luego trabajó
para una casa exportadora de ron, lo que le dio oportunidad de conocer
Argentina, y hoy está jubilado trabajando de taxista.
Hay
que ayudar a mantener a la nieta, nos dice.
El
paseo es encantador y la puesta de sol sobre el mar increíble.
Hay
gente pescando, charlando o solo disfrutando de la brisa marina.
En
un momento pasamos frente al Hotel Nacional, y nos cuenta Luis que era el
centro de la mafia en Cuba durante los años 30, 40 y 50.
También
que allí, en 1933, tuvo lugar un tiroteo dirigido por Batista, en la denominada
“revolución de los sargentos”, que dio lugar a un gobierno popular,
revolucionario y nacional, el de Grau San Martin.
Caramba,
cómo cambió luego la historia, pensamos.
Después
vemos la embajada norteamericana.
Un
gran edificio sobre la costa.
Desde
allí se le dio la orden a Batista de renunciar a la presidencia en 1959, cuando
la situación política, por la corrupción, la mafia y la violencia policial, era
insostenible. Cuando gran parte de la ciudadanía hacia manifestaciones y
huelgas en las ciudades y cuando los guerrilleros de Sierra Maestra fueron
presentados como modernos “Robin Hood” por la prensa norteamericana.
En
esas condiciones Fidel Castro y sus guerrilleros, que no eran más de mil en
todo el país, pudieron llegar a La Habana, tomar el poder y hacer rendir al
ejército y a la policía casi sin disparar un solo tiro y quedarse con el poder
revolucionario desplazando a otros grupos de rebeldes.
Ya
es tarde y, con el mismo taxi, tomamos el túnel por debajo de la bahía y
salimos para ver el Castillo del Morro, que sirve como faro, y luego para ir al
Fuerte de San Carlos de la Cabaña.
En
pocos minutos tendrá lugar el famoso “cañonazo” que todos los días, a las nueve
de la noche, es la señal para el cese de actividades en la bahía.
Está
oscuro y desde arriba seguimos la ceremonia de desfile, carga, proclama y
fuego, que es encantadora, con personajes vestidos como en el siglo XVIII.
El
fuerte está muy bonito, iluminado y con tiendas de recuerdos.
Acude
una multitud de turistas lo que permite medir la importancia de esa industria
en Cuba, que es la primera y ha desplazado a la del azúcar.
Terminamos
la jornada cenando, muy cerca, en el restaurante “Cañonazo”, con música en
vivo, baile y una curiosa orquesta integrada solo por jóvenes y con mayoría de
mujeres
¿Quién
dijo que las orquestas cubanas son solo cosa de viejos?
Volvemos
al hotel en taxi, es un Ford 55 propiedad de los jóvenes hermanos Gonzalez,
heredado de su bisabuelo.
No
arrancaba y ayudamos empujando.
También
así es Cuba.
Es
tarde en la noche y ya estamos en el hotel.
Mañana
iremos a Varadero para descansar cinco días y hacer vida de turistas en una
hermosa playa del Caribe.
Ahora sentimos que
la verdadera Cuba está en La Habana, en su música, en su comida, en su historia
y en su gente.
Y
nos damos cuenta que, en apenas dos días, esta ciudad nos tocó el corazón.
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