"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

viernes, 27 de julio de 2018

En el corazón de La Habana


Es nuestro segundo día en La Habana y acabamos de desayunar en el hotel con la idea de seguir recorriendo la ciudad.
¿Podemos ayudarlos en algo? nos dice una pareja de cubanos sonrientes, de mediana edad, que están parados en la puerta de un bar y nos ven caminar sin rumbo.
Cuando se enteran que somos argentinos nos regalan un billete de tres pesos cubanos con la imagen del “Che”.
Nos invitan a entrar a tomar algo y conversar.
El bar está lleno de fotografías de músicos y de conjuntos cubanos.
Están casados, se llevan quince años y tienen dos niños.
Él, de nombre Alexis, es músico y nos enseña, golpeando sobre una mesa, los distintos ritmos musicales de la Isla.
Nos cuenta que toda la música parte del “Son”, que es el padre de los ritmos, y da lugar a los restantes:
“rumba”, “cha-cha-cha”, “salsa”, “bolero” y “pilón”.
También nos muestra, en las fotos, las grandes luminarias de la música local.
Es de profesión en la orquesta toca la “tumbadora”. Ella, María, estudió baile y es profesora de salsa. Nos hace una demostración diciéndonos que la clave es mover el “coyunte” (la cintura). Al despedirnos, luego de una amable charla, la consumición sugerida y de dejarles la consabida propina nos dice algo: la zamba brasileña posee en su interior todos los “soldador industrial” y ritmos de la música cubana.
¡Sorprendente!
Ahora caminamos pocas cuadras y llegamos al Museo de la Revolución, montado sobre un majestuoso palacio que era el Palacio de Gobierno.
Justamente, están marcadas en el edificio las diversas circunstancias del ataque frustrado para matar al dictador Batista, en el año 1957.
En la puerta nos recibe un guardia, Esteban, con el que charlamos y nos dice que está muy conforme con la situación actual del país.
Ingresamos y, subiendo una majestuosa escalera, vamos visitando las distintas salas consagradas al Che Guevara, el único auténtico comunista junto con Raúl Castro.
Más allá de las ideologías nos emociona ver sus fotos y pertenencias personales y repasar su historia, sus viajes, su triunfo y su decepción del régimen soviético, lo que lo alejó del poder y lo hizo terminar muerto mientras comandaba una guerrilla sin futuro en Bolivia.
Fue un gran idealista, con métodos equivocados a nuestro gusto, pero un ícono para la sociedad actual que busca justicia.
Su lema era “Hasta la victoria siempre”.
Hay otra sala para Camilo Cienfuegos, que era un independentista no comunista, muy joven y simpático, querido por la gente y muerto en un poco claro accidente aéreo. Está el equipo de comunicación de “Radio Rebelde”, donde el “Che” proclamaba sus consignas y donde se transmitía que la guerrilla iba ganando batallas, aún cuando no fuera así.
Tengamos en cuenta que Fidel Castro fue un gran maestro en logística y en comunicación de masas.
Cuando fue juzgado y condenado a prisión, luego del frustrado intento de copamiento al cuartel de “Moncada”, dijo su famosa frase “la historia me absolverá”.
Quizás todavía sea pronto para un veredicto final…
En la plaza contigua, integrando el Museo, se exhibe el “Granma”, el yate con el que 83 hombres hicieron la travesía desde México para arribar al sur de Cuba e iniciar la guerrilla revolucionaria.
Nos parece muy pequeño y, de hecho, estuvo a punto de hundirse por sobrepeso.

También están los restos del avión espía norteamericano derribado en plena guerra fría cuando buscaba detectar los misiles soviéticos en Cuba.
Recordemos que en octubre de 1962 el mundo estuvo a punto de una tercera guerra mundial, esta vez nuclear, cuando para evitar una invasión norteamericana a Cuba se instalaron misiles nucleares soviéticos y fueron detectados.
Los EEUU dispusieron un bloqueo y mientras las naves rusas avanzaban y el choque parecía inevitable…
Los negociadores consiguieron un acuerdo de paz: Norteamérica se obligaba a nunca invadir la isla y Rusia a retirar los misiles.
Secretamente EEUU desactivó su base de misiles de Turquía y todos contentos.
Salvo los cubanos, ya que Fidel y el Che querían la guerra y quedaron desautorizados.
Durante la visita nos sorprende un grupo de japoneses, con su guía, muy interesados.
Para Leisy, de 38 años, que atiende el Museo los cambios serán graduales, aun cuando sabe que se está discutiendo una nueva Constitución. René, el mozo de la cafetería, se confiesa hincha de la selección Argentina, y que sufrió mucho por nosotros en el Mundial como todos aquí.
Nos emociona y reconforta el comentario.
Salimos y nos vamos para la “Ciudad Vieja”, para lo cual tomamos un taxi-moto de color amarillo y hacemos un lindo recorrido por la ciudad.
El chofer nos deja frente a la Iglesia de San Francisco, un hermoso templo con jardines, que hoy es un museo.
Se siente mucha paz afuera y adentro.
A su lado hay una iglesia ortodoxa griega y nos cuentan que muchos marineros de ese país recalaron para siempre en Cuba, enamorados de la isla.

Nos empezamos a internar por la ciudad vieja hasta la “plaza vieja”, pequeña, con colorida vegetación, donde pululan personajes típicos de la Habana, como viejos pidiendo ayuda y mujeres, fumando puros y vendiendo todo tipo de recuerdos.
Es la zona de las bici-taxis.
Todavía poseídos por la historia de la Revolución nos compramos gorros verde oliva como el de Fidel.
Caminamos con ellos y nos sentimos revolucionarios por un rato.
Seguimos caminando y nos aborda un joven ofreciendo un taxi pero le decimos que tenemos hambre.
Nos lleva cuatro cuadras caminando hasta la puerta del restaurante “Don Lorenzo”.
Mientras caminamos nos cuenta que se llama “Giovani”, que es profesor de educación física en la escuela, ahora de vacaciones, y que hace changas como taxista o para turistas, como ahora.
Nos cuenta que la medicina gratuita existe pero que los médicos dan turnos preferenciales a los que les llevan algún presente: una merienda o cualquier cosa así.
El restaurante es pequeño y hermoso, en un primer piso con vista a la calle, lleno de flores.
Detrás de la barra Arianna es la “bar-tender”.
Estudió criminalística pero se dedica a lo gastronómico, que es la posibilidad de progresar en Cuba y de tener propinas.
Nos cuenta que le gustaría conocer otros países pero que ama a Cuba y que jamás se mudaría.
Desde hace un tiempo tienen internet y pueden viajar libremente, siempre que tengan la plata, claro.
Hay un grupo de turistas en otra mesa.
Son afroamericanas de Georgia y están muy felices.
Vienen de una excursión de un crucero.
De golpe se escuchan gritos en la calle de vendedores ambulantes de tamales.
Muy pintoresco.
Salimos y caminamos un rato por la ciudad vieja viendo sus balcones con ropa tendida, sus casas grandes, viejas y destartaladas, y mucha gente pobre pero relajada.
En ningún momento sentimos inseguridad.
Luego de un descanso en el hotel nos vamos a recorrer el famoso “Malecón”, esa costanera de diez kilómetros sobre el Atlántico.
Nos lleva en un taxi Luis Crespo, quien estudió “Economía General”, luego trabajó para una casa exportadora de ron, lo que le dio oportunidad de conocer Argentina, y hoy está jubilado trabajando de taxista.
Hay que ayudar a mantener a la nieta, nos dice.
El paseo es encantador y la puesta de sol sobre el mar increíble.
Hay gente pescando, charlando o solo disfrutando de la brisa marina.

En un momento pasamos frente al Hotel Nacional, y nos cuenta Luis que era el centro de la mafia en Cuba durante los años 30, 40 y 50.
También que allí, en 1933, tuvo lugar un tiroteo dirigido por Batista, en la denominada “revolución de los sargentos”, que dio lugar a un gobierno popular, revolucionario y nacional, el de Grau San Martin.
Caramba, cómo cambió luego la historia, pensamos.
Después vemos la embajada norteamericana.
Un gran edificio sobre la costa.
Desde allí se le dio la orden a Batista de renunciar a la presidencia en 1959, cuando la situación política, por la corrupción, la mafia y la violencia policial, era insostenible. Cuando gran parte de la ciudadanía hacia manifestaciones y huelgas en las ciudades y cuando los guerrilleros de Sierra Maestra fueron presentados como modernos “Robin Hood” por la prensa norteamericana.
En esas condiciones Fidel Castro y sus guerrilleros, que no eran más de mil en todo el país, pudieron llegar a La Habana, tomar el poder y hacer rendir al ejército y a la policía casi sin disparar un solo tiro y quedarse con el poder revolucionario desplazando a otros grupos de rebeldes.

Ya es tarde y, con el mismo taxi, tomamos el túnel por debajo de la bahía y salimos para ver el Castillo del Morro, que sirve como faro, y luego para ir al Fuerte de San Carlos de la Cabaña.
En pocos minutos tendrá lugar el famoso “cañonazo” que todos los días, a las nueve de la noche, es la señal para el cese de actividades en la bahía.
Está oscuro y desde arriba seguimos la ceremonia de desfile, carga, proclama y fuego, que es encantadora, con personajes vestidos como en el siglo XVIII.
El fuerte está muy bonito, iluminado y con tiendas de recuerdos.
Acude una multitud de turistas lo que permite medir la importancia de esa industria en Cuba, que es la primera y ha desplazado a la del azúcar.
Terminamos la jornada cenando, muy cerca, en el restaurante “Cañonazo”, con música en vivo, baile y una curiosa orquesta integrada solo por jóvenes y con mayoría de mujeres
¿Quién dijo que las orquestas cubanas son solo cosa de viejos?
Volvemos al hotel en taxi, es un Ford 55 propiedad de los jóvenes hermanos Gonzalez, heredado de su bisabuelo.
No arrancaba y ayudamos empujando.
También así es Cuba.
Es tarde en la noche y ya estamos en el hotel.
Mañana iremos a Varadero para descansar cinco días y hacer vida de turistas en una hermosa playa del Caribe.
Ahora sentimos que la verdadera Cuba está en La Habana, en su música, en su comida, en su historia y en su gente.
Y nos damos cuenta que, en apenas dos días, esta ciudad nos tocó el corazón. 

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