Eduardo
Favier Dubois
¿Huevo
o tostada?, nos pregunta la azafata para despertarnos, mientras volamos sobre
el mar Caribe.
Al
rato ya estamos llegando a Cuba y desde la ventanilla del avión vemos campos
verdes y sembrados.
En
el momento de aterrizar en el aeropuerto José Martí de La Habana (Havana en
inglés), todos los pasajeros del vuelo de COPA, que partió desde Panamá,
aplauden con alegría.
Nos
sentimos ingresando a un mundo absolutamente latino.
Estoy
decidido a conocer el país en pocos días, su pasado, presente y futuro y, para
ello, voy a aplicar la regla “converse con desconocidos”.
Me
acompañan mi esposa Lucía y mi hija menor, Victoria de 11 años.
Nos
recibe en tierra una linda mulata de “Cubatur”.
Mientras
nos acompaña hasta el taxi asignado por la agencia oficial de turismo, nos dice
que se llama “Yamilet” y, ante nuestra consulta por el nombre, nos cuenta que
cada año hay un letra de moda para empezar los nombres de los nacidos.
¡Qué
curioso!
Ahora
conversamos con el taxista, Efraín Oramas.
Nos
cuenta que la mayoría de los taxis son del Estado y los conductores los
alquilan.
Que
todos aquí, tienen derecho a ciertos productos básicos (por libreta de
racionamiento) que les alcanzan para pocos días, cobran un sueldo oficial por
su trabajo, también bajo (o son cuenta propistas como él), y nos dice que la
posibilidad de llegar a fin de mes es con changas y propinas.
Él,
como la mayoría aquí, ha podido estudiar, siguió la carrera de diseñador y, en
sus ratos libres, ayuda a refaccionar casas.
Tiene
música grabada que ejecuta según los gustos de cada pasajero y aire
acondicionado.
¡Un
lujo!
Vamos
por la carretera y nos llama la atención la enorme cantidad y variedad de autos
antiguos, de los años cincuenta, que podrían formar parte de clubes de autos
especiales.
Hay rodados norteamericanos pero también rusos y chinos.
Algunos
están destartalados pero otros se ven relucientes y cuidados, con dueños
orgullosos que los manejan.
Los
descapotados, de brillantes colores, son los que más alquilan los turistas.
Camino
al hotel pasamos por la Plaza de la Revolución, donde está el monumento al
héroe nacional José Martí, poeta y político, que estuvo exiliado y luego
combatió en una de las guerras de la independencia contra España, muriendo en
combate.
Es
el autor de los famosos versos que dieron lugar a la canción “Guantanamera”
(“Yo soy un hombre sincero de donde crece la palma y antes de morirme quiero
cantar mis versos del alma…”).
Al
pié de su monumento se reunían las multitudes para escuchar los largos y
encendidos discursos de Fidel Castro.
En
edificios aledaños se ven las gigantografías del Che Guevara y de Camilo
Cienfuegos.
Ver
el rostro del Che nos emociona como argentinos, y más aún sentir el cariño con
el que los cubanos nos tratan cuando nos identifican (cosa muy rara en otros
países).
En
nuestro recorrido vemos mucha gente con enormes sombrillas de colores o,
directamente, con paraguas, para mitigar los rayos del sol.
Nos
llama la atención que no haya carteles publicitarios y solo algunos vinculados
a propaganda política o a la violencia de género.
Luego
de hacer el check in en el hotel, y de conversar con el maletero, salimos a dar
una vuelta.
Enfrente
encontramos un edificio barroco español que era de la Junta Asturiana y hoy es
el Museo de Bellas Artes, sección internacional.
¡Hermoso!
Muy
cerca está el Parque Central, desde el que vemos el edificio del Capitolio,
idéntico al de Washington, y un colorido edificio neobarroco:
El
Gran Teatro de La Habana, que fuera antes el Centro Gallego.
Luego
nos ponemos a caminar por la famosa calle Obispo.
De
entrada nos topamos con “La Floridita” el bar donde Hemingway tomaba los
famosos “daiquiri”.
Probamos
uno.
Es
muy fuerte y nos pega.
El
local mantiene su ambientación original y presenta una estatua del escritor
tomando en la barra, fotografías y recuerdos de su larga estancia en Cuba.
Aquí
escribió “El viejo y el mar”, cuento que le reportaría el Premio Nobel de
literatura y donde dijo su famosa frase:
“Un
hombre puede ser destruido, pero no derrotado”.
Finalmente
Hemingway terminó su vida, sintiéndose enfermo y perseguido, suicidándose.
Quizás
fue su forma de evitar la derrota.
Si
bien la gran mayoría del país es blanca, caminando por las calles de La Habana
vemos muchos negros y mulatos, con predominio de éstos últimos.
Casi
todos con alegría y buen humor.
No
hay que olvidar que Cuba, descubierta por Colón, quien dijo de ella “la tierra
más hermosa que ojos humanos vieran”, y colonia Española, estaba densamente
poblada por originarios, recibió millones de esclavos africanos y que, luego de
la independencia de España, hubo una inmigración europea y china.
Es
curioso que muchos de los españoles que pelearon por su país contra Cuba en la
guerra de la independencia, la que perdieron por la intervención norteamericana
en 1898, volvieran como inmigrantes pocos años después de la contienda.
La
mayoría eran gallegos y, entre ellos, vino el papá de Fidel Castro, que empezó
sin nada y terminó como importante hacendado.
Entramos
a almorzar a un restaurante típico local.
Se
llama “Plaza Bologna”.
Es
aquí donde experimentamos la “ropa sucia”, una carne deshilachada y
condimentada que es un manjar.
Pedimos
vino local, pero al final nos quedamos con la cerveza.
De
repente llegan unos jóvenes músicos, se instalan en un rincón y empiezan a
tocar “Rumba”.
Una
pareja baila y, después de un rato, bailan algunos del público.
La
percusión y el movimiento nos atrapan.
Conversamos
con el mozo, Roberto Velazquez, quién nos cuenta que estudió gastronomía y
quiere progresar.
Cree
que va a haber un cambio en Cuba pero que no será rápido.
Volvemos
caminando hacia el hotel. En el trayecto, tanto en la calle como en cualquier lugar
que no tenga cuatro paredes, todo el mundo fuma y es lo más natural del mundo.
Nos
cuentan que el tabaco es americano, que cuando Colón llegó a Cuba, a la que
llamó “La Juana” en honor a uno de los hijos de los reyes católicos, vio a los
indios en la extraña ceremonia de doblar hojas, encenderlas e inhalarlas
expidiendo un exquisito olor.
Con
el tiempo el tabaco llegó a Europa pero su mayor difusión provino de la
invasión inglesa de 1762/63.
Es
que, una vez que los invasores se fueron, llevaron el tabaco a todo el mundo
anglosajón y a sus colonias.
El
tabaco fue la primera gran producción de Cuba, desplazada por la caña de azúcar
con motivo de la revolución negra en Haití y la huída de los productores de
caña a Cuba.
Después
de una siesta reparadora vamos a la agencia de viajes donde nos atiende
“Anabel”.
Nos
cuenta que es profesora de lenguas extranjeras pero que trabaja como promotora
de ventas de turismo en el Hotel.
Nos informa, al
pasar, que hoy Cuba es un lugar con gran aceptación del turismo gay.
Es
cierto, vimos muchas parejas así.
También
que los mayores contingentes de turistas vienen de Canadá.
Le
decimos que queremos reservas para ir al “Tropicana”, un emblemático cabaret,
pero como estamos con Victoria, nuestra hija menor de edad, dice que no se
puede.
Nos
recomienda el “Buena Vista Social Club”.
Luego
de un descanso, tomamos un taxi hacia el espectáculo pero le pedimos pasar
antes por el Hotel Habana Libre, antes Habana Hilton.
Al
contemplarlo nos cuenta el taxista que fue inaugurado en 1958, justo antes de
la revolución, y que en el piso 23 se había instalado el comando revolucionario
en 1959. Hoy es el centro de una multitud de servicios para los turistas y
desde el piso 25 se divisa toda la ciudad.
Llegamos,
finalmente, al “Buena Vista Social Club”.
Vamos
a la cena y al show.
En
el escenario van desfilando músicos cubanos de fama internacional que hoy
integran el conjunto “Sierra Maestra”.
Son
todos de cierta edad y una pantalla posterior da cuenta de los éxitos y premios
de cada uno.
A
veces tocan solos y por momentos en conjunto.
A
ratos hacen contrapuntos entre dos instrumentos.
La
percusión es envolvente y el ritmo te hace mover el cuerpo.
Hay
también cantantes femeninas de similar estirpe.
Se
tocan todos los estilos cubanos.
Se
llega un punto en el que los artistas fluyen en el escenario y nosotros en las
butacas.
Luego
la maestra de ceremonias pregunta por las nacionalidades presentes y a cada una
le dedican un aplauso y una canción.
Hay
canadienses, mexicanos, chilenos, brasileños, ingleses y franceses.
También
estamos nosotros y otra mesa de argentinos.
Cuando
nos nombran somos los menos aplaudidos y nos duele, aunque entendemos las
razones.
En
un momento el animador hacer un desafío de percusión y Lucía, mi esposa, sube
al escenario y toca muy bien.
Es
un broche de oro para nuestro primer día.
En
el taxi al hotel pienso cómo la música, una de las experiencias humanas que no
puede ser descripta por el lenguaje, tiene el poder de transportar, de hacer
fluir y también de fusionar pueblos, culturas y razas en un todo compartido.
Nos
dormimos enseguida, felices y agotados.
Demasiado
para un solo día...
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