María
Zaldívar
La
administración Macri pasará a la historia como la imagen de la esperanza y la
desilusión...
El
marketing político, lo más político que
tuvo su armado, fundió en el nombre de la alianza una promesa de campaña
con el deseo colectivo de salir de la pesadilla kirchnerista.
Pero
el tiempo, implacable, lo vació de contenido.
Cambiemos
pasó de estandarte de futuro a la nada misma porque, en la gestión, los
argentinos se percataron de que no estábamos cambiando; el engranaje político
colectivista de Estado obeso, paternalista y repartidor seguía intacto y la
intención de modificarlo no asomó ni en los dichos ni en los hechos.
El
pecado original del PRO fue su error de diagnóstico y resultó letal:
Mauricio
Macri creía en las virtudes de las personas más que en las del sistema.
Por eso se
empeñó en reunir "el mejor equipo de los últimos 50 años".
Independientemente
de no lograrlo, apostó a que reemplazando malos funcionarios por otros,
supuestamente idóneos, el cambio se produciría por impronta.
El
tiempo le demostró que las virtudes personales no echaban raíces en tierra
infértil, ni daban frutos.
Y
a una herencia espantosa se sumó la medicina equivocada.
Era el sistema
lo perimido, obsoleto y probadamente fracasado.
El
peronismo, en su momento, arrancó a la Argentina del ranking de países líderes
y el radicalismo se quedó a mitad de camino entre su discurso republicano y el
contagio de los nuevos formatos de gestión pública.
El
PRO condensó ambos males y de esa alquimia nació un ente sin perfil ideológico
constituido por peronistas, radicales y gente sin pertenencia política ni
preferencia filosófica.
¿Qué
podría fallar?
Durante
los años dulces, el macrismo optó por enfocarse en la Subsecretaría de
Movilidad Sustentable y Segura, los cursos de paseo de perros y el uso de la
correa,
el
operativo "te prestamos el termo y el mate", las bici-sendas…
El
día de la comunidad: venezolana, cubana, asiática o italiana;
las
charlas, convenciones, coloquios y jornadas dedicadas al lenguaje inclusivo o
el empoderamiento femenino;
la
inauguración de la primera estatua de Perón en la capital de la república y la
reducción del presupuesto militar.
Y cuando se
sintió en problemas, arrojó sobre la mesa la discusión sobre la legalización
del aborto.
Pavada de
distractivo.
Ahora,
a pocos meses de empezar la campaña por su reelección, el Presidente está
pensando en empujar cambios imprescindibles que se resistió a encarar cuando
las condiciones económicas y políticas le sonreían.
Intenta
las reformas laboral y tributaria, recortar del déficit y achicar gastos con
tres años de atraso y en medio de la tormenta, sin convicción ni demasiados
aliados, con escaso apoyo interno, mar de fondo en sus filas y su propia
herencia de haber evadido hacer lo que había que hacer mientras transitaba sin
sobresaltos el plan Perdurar. Un crimen
casi imperdonable porque las oportunidades perdidas se miden en fracasos
colectivos, en familias divididas con hijos que emigran, en profesionales
frustrados y en poblaciones escépticas que van perdiendo las fuerzas y las
ganas.
Un
crimen.
Un
triste crimen porque es seguro que tamaño fracaso no era lo que Mauricio Macri
tenía en mente para el país.
Tal
vez no tuviese del todo claro el plan (de ahí las marchas y contramarchas) pero
sin duda no era este.
Porque
no reparó la ruina económica heredada del infierno K pero en el maltrecho
tejido social tampoco logró restituir lo que Thomas Wolfe describe como
"el fuerte sabor del estilo de vida… la madurez de la vida en común".
Seguimos
siendo un montón de gente enojada entre sí que comparte un territorio.
Cambiemos
alcanzó el récord absoluto en gasto social de la historia argentina con la
consiguiente multiplicación de planes de reparto de dinero;
obsequio
de tierras públicas a los usurpadores;
el
dúo inseparable de aumento sostenido del gasto y nombramientos oficiales,
sinónimo de engrosamiento del Estado;
vigencia
de la ley "los amigos primero";
apertura
de la primera casa "trans" en el país y tantos otros
"emprendimientos" impulsados por la elefantiásica burocracia estatal,
todos
solventados con fondos públicos obtenidos del ahogo al sector productivo, único
contribuyente exprimido con voracidad.
La
actual administración, un auténtico engendro ideológico con cara de "gente
bien" y corazón populista, ha hecho un daño superior al sistema político
argentino. Algunos de sus personeros surgieron en 2001 durante la última crisis
(tal vez ya deberíamos empezar a llamarla la penúltima) al grito de "que
se vayan todos" y cuando tuvieron la oportunidad histórica de torcer el
rumbo de decadencia, lo profundizaron.
Mientras
tanto el liberalismo, históricamente en minoría, se debate en rencillas menores
y no consigue ofrecer alternativa alguna.
El
radicalismo hace décadas que no lo es.
La
izquierda sigue su tarea incendiaria, irresponsable y destructiva.
Así
las cosas, para 2019 el peronismo será la única alternativa al macrismo.
El
pueblo argentino, entonces, deberá optar entre peronismo con radicales e
independientes o peronismo sin mezcla.
Alternativa
pobre si las hay.
La
novedad es que, esta vez, la culpa no será del peronismo…
La
autora es licenciada en Ciencias Políticas (UCA) y profesora universitaria.
Periodista y miembro del Club Político Argentino
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