Por
María Zaldívar
Es
difícil remar contra las modas pero es aún más difícil traicionar las
convicciones.
Por
eso, y porque el feroz embate feminista de los últimos tiempos no es sinónimo
de unanimidad, es necesario levantar la voz y decir que el escrache mediático
es tan repudiable como la indiferencia judicial frente al delito, de la
naturaleza que sea.
Hay
muchísimas mujeres que no ven con agrado la caza de brujas ni el escrache como
mecanismo de comunicación de nada.
Porque escrachar
es un acto fascista por completo inaceptable,
porque
el fin nunca justifica los medios
y
porque la justicia por mano propia es una salvajada impropia de sociedades
civilizadas.
Sin
embargo, repudiamos con igual énfasis cualquier ataque a la libertad y eso
incluye condenar categóricamente el acoso, el abuso y todo delito sexual que
implique vulnerar la voluntad de la víctima.
De
nuevo la sociedad argentina falla en el modo de expresarse.
Es
sano que lo haga.
No es tan sana
la elección del cómo.
Un
tribunal popular apuntando sobre un individuo no es la manera de saldar un
presunto delito.
En
un caso de estricta intimidad habrá dos involucrados y dos versiones pero una
sola verdad.
Uno miente.
Fardin
a Darthés: "Él sabe que fue cierto, yo tengo la verdad, que es
demoledor"
A
los que acusan como a los que observan solo les queda opinar.
Unos
creerán una versión, otros, la otra.
Y
nada sumará al descubrimiento de las cosas tal cual ocurrieron.
Solo
la justicia podría aportar luz sobre los hechos, dictar sentencia válida y castigar
a quien corresponda.
Al que miente.
Pero
para eso es imprescindible una justicia proba, recta, ágil e implacable.
Lo
que no tenemos.
Y
cuando la sociedad no encuentra las respuestas en las instituciones, busca la
manera de canalizar sus reclamos.
Macri:
"Lo
que antes parecía normal ya no lo es, y mucho más para los hombres"
Más
allá del caso particular que disparó esta explosión, lo que se puso de
manifiesto, otra vez, es la impericia
del Estado para resolver los problemas del ciudadano.
Más allá de las
declaraciones, regularmente desafortunadas, del ministro de Justicia, en la
Argentina urge acceder a un sistema de justicia con el que el ciudadano se
sienta efectivamente protegido de la impunidad de los delincuentes y de los
tribunales populares.
Es
importante reflexionar qué nos lleva a ensuciar causas justas con metodologías
cuestionables.
Del monstruo de
una sociedad sin justicia el péndulo nos arroja al monstruo de un poder que, por
informal y difuso, atemoriza.
Porque
así como la presión social ejercida por esos tribunales “ad hoc” consigue
visibilizar conductas perversas y antisociales, también condiciona a los medios
de comunicación y quién sabe si no alcanza al mismo Poder Judicial.
Cuando
el carro viene antes del caballo todo puede ser.
Cuando
la condena social antecede a la judicial todo puede ser.
El
Estado argentino viene fallando hace décadas.
Falla
al no crear las condiciones para el desenvolvimiento pleno del ser humano sacando
lo mejor de cada uno a través de un sistema de incentivos correcto.
Y falla en sus
obligaciones innatas de brindar seguridad y justicia.
Las
consecuencias de esa mora hoy vuelven a asomar y la sociedad se pregunta a
dónde nos llevará esta vez...
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