Sartorio
Fuente:
El Manifiesto.com
Los
españoles nos casamos menos.
Según
las estadísticas del INE, en nuestro país se produjeron 173.626 matrimonios en
2017, un repunte frente a los 153.375 de 2013, pero que quedan muy lejos de los
271.347 de 1975, cuando la población era de 35 millones de habitantes, no los
46 que somos ahora.
De
hecho, desde el año 2007 los matrimonios no superan los 200.000, mientras que
en los años 60, con una población que apenas superaba los 30 millones, se
produjo un máximo de 239.692 (1969) y un mínimo de 228.265 (1965).
Desde
2005 las tasas de nupcialidad no levantan cabeza, pero sí lo hacen las de
suicidio masculino.
Lo
normal en España era que se suicidaran unos 2.000 a 2.200 varones al año, y
desde 2005 esa cifra se dispara a los 3.000, aunque el método del INE para
contabilizar los suicidios peca de disminuir su número en vez de engrosarlo.
¿Tendrá
algo que ver con estos datos la aprobación en diciembre de 2004 de la Ley de
Violencia de «Género»?
Extrapolar
cifras tiene sus peligros, pero es curioso que los españoles estemos entre los
europeos que más se divorcian (96.000 rupturas en 2016) y que los europeos sean
los humanos que más afición tienen a romper sus matrimonios frente a los
asiáticos y africanos.
Lo
evidente es que la familia tradicional o natural agoniza y que los poderes
públicos hacen todo lo que está en su mano para disuadir a la gente de
reproducir esa institución.
Si a esto le
unimos las decenas de miles de abortos anuales y el aumento en la edad de
contraer nupcias o de tener el primer hijo, tenemos la decadencia demográfica
de Occidente garantizada.
En
De Marx a Malthus, un artículo publicado en este periódico, indiqué cómo la
cruzada maltusiana de los grandes poderes económicos tiene unas bases
ideológicas fomentadas artificialmente para crear una guerra de sexos que ha
permitido detener el crecimiento de la población occidental, pero que alcanza
un éxito nulo en el islam y muy relativo en el resto de las civilizaciones.
Pero,
aparte de los datos objetivos, está la percepción subjetiva del individuo, que
es mucho más poderosa que la realidad a la hora de determinar las conductas
sociales.
Así,
la comprensible alergia hedonista del español a contraer nupcias se refuerza
por la evidente reducción a ciudadano de segunda clase que se produce al unir
su vida a la de una mujer.
Como
acaba de recalcar la inefable vicepresidenta del Gobierno esta semana, a la
mujer hay que creerla en los juzgados «sí o sí», aunque se presenten evidentes
dudas acerca de su denuncia.
Por lo visto,
las señoras y señoritas no mienten ni manipulan, carecen de magines para ello y
deben ser protegidas por el Estado en su doncellil inocencia.
Como
el salvaje de Rousseau y las princesas de los cuentos de hadas, son buenas por
naturaleza.
No
es de extrañar que esta veracidad congénita de las malcasadas sirva para que
sus abogados puedan amenazar con una denuncia al hombre y a éste no le quede
más remedio que ceder a las condiciones que le imponga su ex mujer, por lo
general leoninas.
A
nadie le gusta ir a la cárcel por nada.
Sin
embargo, y pese al dogma feminista del 0,001% de denuncias falsas, lo cierto es
que
Se desestiman el
80% de las denuncias por maltrato que se presentan
se desestiman el
80% de las denuncias por maltrato que se presentan,
ya
sea por falta de pruebas o por evidente inverosimilitud, pese a que la política
procesal es claramente persecutoria del varón.
¡Cómo
deben de ser tales denuncias para que un sistema judicial hostil y androfóbico
las desestime!
De
ahí la intromisión totalitaria de la vicepresidenta:
Hay que dar la
razón sí o sí a cualquier denuncia para justificar el mito del cero por ciento.
Y
eso que a ningún juez se le ocurre perseguir de oficio las falsas denuncias:
Al
producirse en un ámbito privado es dificilísimo establecer la verdad, y el
beneficio de la duda hace que el varón no culpable (innovación jurídica que ha
servido para arruinar el tradicional concepto de inocencia) no pueda entablar
acciones contra una denuncia de consecuencias gravísimas para él.
Además,
¿qué
magistrado está dispuesto a jugarse su carrera defendiendo los derechos de los
hombres?
En
España, con las políticas hembristas del régimen, hay barra libre para el
linchamiento jurídico del varón.
Las
medidas contra la violencia de «género»:
Un negocio
multimillonario para el hembrismo
Seríamos
unos bobos solemnes si pensáramos que lo que se trata con las leyes de
"género" es de hacer justicia o ayudar a las víctimas de esa lacra
social.
Para
empezar, esta legislación es un negocio
multimillonario para el hembrismo, cuyas organizaciones viven de la caza del
varón y hasta reciben una cantidad por cada cabeza masculina que se cobran…
Hablamos
de centenares de millones de euros, de miles de empleos y de vías de
financiación paralela de la extrema izquierda.
Por otro lado,
el objetivo a largo plazo de toda esta legislación es la destrucción de las
naciones y pueblos, poner término a la identidad e impedir la reproducción de
los valores tradicionales en el entorno de la familia natural, para poder
realizar sin gran oposición los proyectos de ingeniería social de la superélite
globalista.
La
mujer, sin duda, es el elemento decisivo de esta revolución antropológica, ya
que es el centro de toda familia y la transmisora de los valores elementales
del cuerpo social.
El
cristianismo se impuso gracias a los confesionarios y a la influencia del cura
en la feligresa.
Con las
políticas hembristas del régimen, hay barra libre para el linchamiento jurídico
del varón.
Y
el mundialismo busca el mismo fin, puesto en bandeja por las hembristas con su
intromisión de lo público en lo privado y su instrumentalización del sexo como
elemento de conflicto social.
La
conducta femenina es más sociable y también más conformista que la masculina,
más comunitaria y cumplidora de sus deberes.
El
hombre suele ser más rebelde y tiene una tendencia natural a la desobediencia y
a poner en duda los valores establecidos.
Darle el poder
absoluto a la mujer y desposeer al varón, castrarlo, es el sueño dorado de
todo proyecto verdaderamente totalitario.
Una
sociedad feminizada nunca será rebelde ni violenta.
No
es casualidad que la usura del microcrédito en el Tercer Mundo se centre en las
mujeres y no en los hombres.
Sin
victimización no hay superioridad
No
nos extraña, pues, que la ideología de género tienda a la imposición del
homomatriarcado, un modelo de sociedad que prioriza a mujeres y homosexuales
sobre los varones y convierte a dichos
colectivos en referentes morales a través de su condición de víctimas.
Sin
victimización no hay superioridad.
El
varón sólo puede entrar en esta casta privilegiada des virilizándose,
haciéndose inofensivo, auto castrándose, ya sea en sentido figurado o
literalmente, con operaciones de mutilación genital.
El eunuco es el
nuevo modelo masculino que el homomatriarcado ofrece al varón.
Cualquier
variante de la emasculación es fomentada, apoyada y defendida por los poderes
públicos y las élites que los pagan.
Esa
desvirilización de la sociedad se culmina al abolir la figura del padre:
Al
quedar el varón desposeído de su prole, que se halla en manos de una mujer
resentida y fanatizada por la ideología de género.
En tales
condiciones, el abuso mental y la manipulación de los niños por las madres
castradoras es irrefrenable.
No
olvidemos tampoco el afán androfóbico de los educadores, que buscan la
feminización de los varones desde el jardín de infancia, mientras hacen todo lo
posible por hacerles sentirse culpables de ser hombres y ridiculizan los
valores de la masculinidad:
Coraje,
honor, jerarquía, fidelidad al grupo, empleo ritualizado de la violencia,
etcétera.
La
vida del varón occidental es un perpetuo reproche por parte del matriarcado
imperante:
No
es de extrañar que la palabra coñazo tenga las connotaciones que tiene.
Sin
embargo, sólo la civilización europea ha dado a la mujer un papel tan exaltado
entre todas las grandes culturas del globo.
Y
sólo en los países de Occidente triunfa la aberración del hembrismo.
El
lector masculino se preguntará si los millones de hombres que a lo largo de la
Historia han sido sacrificados en guerras y trabajos físicos aniquiladores no
eran también víctimas.
No,
no lo son.
Los
varones monopolizan el censo de mendigos, sin techo, parados y suicidas, pero
son los tiranos explotadores de las intelectuales, ejecutivas y empresarias
europeas de clase media alta.
El
pordiosero de la esquina o el tío al que su ex mujer ha dejado viviendo en un
coche son privilegiados frente a las universitarias europeas que cursan un
máster en estudios de género.
Por el mero
hecho de ser hombre se es en potencia violador, asesino y abusador.
Los
mensajes institucionales de las autoridades inciden descaradamente en semejante
monstruosidad moral y a las mujeres se
les transmite con absoluta desvergüenza la idea de que si tienen relaciones con
un hombre serán asesinadas, maltratadas o violadas.
Por
supuesto, a los muchachos nadie les advierte de que si unen su vida a una mujer
serán manipulados, vejados psicológicamente, explotados económicamente,
arruinados, difamados, linchados por la justicia y llevados al suicidio.
La debilidad
congénita del homomatriarcado
Sin
embargo, el homomatriarcado presenta una terrible debilidad que le llevará a la
ruina y a la inevitable restauración del modelo patriarcal.
El
homomatriarcado es radicalmente antihumano, es una violación de las leyes de la
naturaleza, en especial de las de Eros y de la genética, lo que acabará
ocasionando su fin.
No se puede ir
contra las esencias de la condición humana, reflejadas en la eterna atracción
mutua de hombres y mujeres, en la necesidad física y psíquica de vivir en el
marco de una familia estable y con roles sexuales bien definidos.
Una sociedad
homomatriarcal es imposible porque sus preceptos impiden algo tan esencial como
la reproducción misma de este modelo,
porque
el hembrismo llevado a su fin lógico supone la abolición del sexo heterosexual,
causa de la "opresión" femenina.
Y
eso nunca pasará.
Cada
pareja que hace el amor es un mentís a este sueño dogmático, que sólo sirve
para destruir, pero no para crear.
La
coerción acabará por ceder y Eros por imponerse, pese a la represión
totalitaria de los zelotes de la ideología de género.
Semejante
constructo, edificado sobre el delirio de unas intelectuales burguesas
rebosantes de envidia de pene, se vendrá abajo porque es
infinitamente endeble y sólo admite paralelo con la teoría de la vernalización
de Lysenko, aquel «biólogo» bolchevique que negaba la genética.
Si
mediante la coerción legal, el despotismo político y la superstición académica,
la ideología de género consigue sobrevivir en Europa, será el islam el que la
barra cuando Eurabia sea una realidad a la que el hembrismo allane el camino.
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