¿Quién se beneficia más con la grieta?
María
Zaldívar
Parte
de la sociedad vuelve a consumir la falacia de la disyuntiva "Macri o
Cristina" impuesta a puro marketing político.
Es
una falsa opción que fogonea el oficialismo casi como único (y poderoso)
argumento de campaña para convencer al electorado de que los elija nuevamente.
Pocos volverían a votar a Cambiemos por el resultado de su gestión, pero
muchos, como en 2015, lo harían para evitar el regreso del kirchnerismo.
Ahogados
de corto plazo, no se repara en que el punto clave no es quién le gane a
Cristina hoy sino quién derrota definitivamente al kirchnerismo.
Cambiemos
no pudo o no quiso y los argentinos necesitamos aventar el riesgo de la
sobre vida del engendro kirchnerista.
Tiene
que aparecer el antídoto y tiene que ser ahora.
Dilatarlo
por especulaciones electorales ha sido una mezquindad suicida que nos tuvo
caminando en círculos y al borde de la cornisa los últimos tres años.
Quien puede
defenestrar a Cristina Kirchner y sus acólitos es el propio peronismo.
"No
hay peor astilla que la del mismo palo" dice la sabiduría popular y la ex
Presidente dio fe de ello cuando fue uno de los suyos quien aguó su delirio
re-reeleccionista.
En
pleno auge kirchnerista, Sergio Massa, un actor de modesto rango político, le
hizo frente, el público lo acompañó y aquello significó la primera derrota de
una fuerza que parecía imbatible.
Esa
historia deberá repetirse en 2019 para no ser los argentinos, eternamente,
rehenes del remanido mal menor, un verdadero círculo vicioso de mediocridad.
No
es que el rejunte del peronismo variopinto sea la excelencia, pero es un paso
obligado en el camino a la sanación del sistema político; no el único pero sí
el primero.
Y hay que darlo.
El
peronismo dio a luz su peor versión en los dos personajes nefastos que
gobernaron la Argentina entre 2003 y 2015, pues es el peronismo quien debe
aniquilar sus posibilidades de reproducción y vigencia.
Nos
lo debe a la sociedad y es también una condición indispensable para sí mismo si
pretende mantenerse como alternativa de poder.
Luego
podremos comprobar si Cambiemos tiene valor político intrínseco o si solo
cumplió el rol, histórico por cierto, de desalojar del poder a uno de los
peores gobiernos de la historia.
A
esta altura de los acontecimientos ya nadie duda de que ambos son
recíprocamente funcionales, pero dar por terminada esa lógica también es
necesario para nuestra recomposición institucional.
Este
es el momento de acabar con los fantasmas y la política del miedo:
"Vote a
Cambiemos para que no vuelva Cristina" o "Vote a Cambiemos para no
ser Venezuela".
Porque,
además, ninguna de las dos premisas es cierta.
Cambiemos
no significó la extinción de Cristina, y no somos Venezuela ni lo seremos
nunca.
No
por la existencia de Cambiemos, sino porque aquel régimen se sostiene por la
fuerza de las armas y en nuestro país, desde Raúl Alfonsín hasta Mauricio
Macri, todas las administraciones, sin excepción, se encargaron de desmantelar,
humillar, ignorar y arrinconar a nuestras fuerzas armadas.
Acá
no hay fusiles para sostener dictadura alguna.
El
kirchnerismo, abocado a vaciar las arcas públicas, solo se blindó en la
Justicia, por lo que es hora de jubilar de una vez por todas al fantasma
Venezuela.
Hay
que exigir a los cerebros de campaña que dejen de subestimarnos, que no nos
asusten más y propongan a la ciudadanía algo mejor que huir.
De
tanto votar temblando nos hemos enterrado vivos, profundizando nuestros
problemas y entronizando una casta política cada vez más incapaz.
Parece
evidente que no se sale del estancamiento con administraciones cerradas.
El
kirchnerismo lo fue y la actual tampoco se muestra proclive al diálogo.
Podríamos
debatir eternamente el motivo.
Más
práctico es reconocer el evidente fracaso de las gestiones endogámicas.
Llevamos
décadas de desencuentros y particularmente 15 años de un malhumor que escala a
diario sin que nadie intente detenerlo.
Una
oposición dispuesta a construir entre estos extremos que, hasta el presente, no
pudieron resolver el malestar social y que no pocos acusan de alentarlo, no es
una mala idea.
En
principio, es la única idea que sobrevuela la oferta electoral de este año.
Hay
que madurar y esa es una tarea individual aún pendiente en la sociedad
argentina, todavía muy adolescente.
Con
madurez se aceptan las cosas como son y no como uno quiere que sean y se
trabaja por cambiarlas o solucionarlas sin negaciones infantiles.
Se
acepta que uno no elige las alternativas sino entre las alternativas.
"Sin
peronistas" es una opción repetidamente escuchada que no está en la mesa.
Los
peronistas existen y hay que encontrar la mejor convivencia posible con ellos.
El
gorilismo es un hecho histórico válido en el siglo XX.
Hoy
nadie que haga un análisis serio de nuestros conflictos puede acusarlos de ser
los únicos responsables de este desastre en el que nos hemos convertido.
Ha
habido cómplices y partícipes necesarios que colaboraron por acción u omisión:
otros partidos políticos, sectores empresarios y sindicalistas conformaron una
casta prebendaria que son uno a la hora de defender sus privilegios.
Y
ahí no hay color político que los enfrente.
El
exitoso marketing de Cambiemos instaló que ellos son la alternativa al
peronismo y con eso siguen obteniendo simpatías.
Sin
embargo, tienen una interesante proporción de peronistas en puestos clave de su
gestión y, aun así, muchos quieren seguir viéndolos como el no peronismo. Son
falacias instaladas que sirven para ganar elecciones pero, pruebas a la vista,
no para sacarnos del estancamiento.
Nuestro
problema es mucho más frondoso que el peronismo.
Si
a la opción "Macri o Cristina" se le sumara una tercera que intentara
interpretar el descontento y tuviese como prioridad la necesidad imperiosa de
acercar posiciones, se estaría abarcando un universo más amplio que podría
atraer a quienes no comulgan con ninguno de los extremos.
Tal
vez por eso este posible armado es rechazado por ambos.
Tendría
que tratarse de un espacio de coincidencias pero no de mimetización, porque es
necesario entender que hay un mundo de distancia entre la alianza y el
consenso.
Claro
que el castigado votante argentino se irrita apenas escucha sobre proyectos de
gente apilada.
Las
alianzas no han sido exitosas (ni siquiera la que nos gobierna).
Manteniendo
individualidades, ponerse de acuerdo distintas fuerzas políticas sobre temas de
fondo y comprometerse a respetar las coincidencias a mediano plazo sería el
comienzo del cambio para una sociedad partida y repetidamente engañada.
De
darse esa confluencia opositora, el ciudadano tendría la oportunidad de optar
entre el partido de gobierno, conformado por peronistas, radicales y proístas
(léase, gente sin definición ideológico-política)
Cristina
y lo que queda de ese lote (en estos dos casos, con una verticalidad
comprobada); y un tercer grupo, que serían peronistas, socialistas, algún que
otro liberal supérstite y todos los que se consideran independientes.
Ya
sé.
No
entusiasma pero seamos realistas:
Es
esto o esto y llegamos hasta acá producto de ilusiones y atajos.
El de este año
deberá ser un voto muy razonado.
Por
ejemplo, si usted vota con el corazón, es muy probable que se vuelva a
equivocar como cuando votó a Ricardo López Murphy, que, sin intención pero
haciendo gala de una falta de visión estratégica notable, dividió el voto
opositor a Kirchner y consolidó su triunfo. Esta vez, el ballotage vuelve a ser
el punto clave.
Cambiemos
sabemos que es número puesto; su piso ronda los 30 puntos y eso lo pone en la
segunda vuelta.
No
así Cristina.
No
se deje engañar.
Los
operadores del kirchnerismo dicen y los ignorantes repiten que "la ex
presidente tiene 30 y hasta 35 puntos de intención de voto".
Cierto,
pero en la provincia de Buenos Aires, no a nivel nacional.
Y
recuerde que aún en ese distrito en 2017 perdió contra dos, políticamente
hablando, pesos pluma.
No
está tan fuerte como nos quieren hacer creer los kirchneristas y los
cambiemitas.
Este
análisis hace pie no en quién puede ganarle, sino en quién puede vencerla.
Cambiemos
no le roba ni medio voto al kirchnerismo.
Otro
armado sí, pero para eso es necesario una oferta amplia, libre de mezquindades.
Si
el polo anti kichnerista no se fortalece lo suficiente, Cristina podría entrar
segunda.
En
fin, falta tiempo.
Los
posibles candidatos están orejeando sus cartas.
Ninguno
se quiere apurar a mostrar el juego.
Hay
pocos datos, aunque el abrazo de Macri a
María Eugenia Vidal confirma la fortaleza de Vidal y la debilidad de Macri,
mientras
que el silencio de Cristina habla más de sus dudas que de sus certezas.
Una
reflexión final: no se enoje conmigo.
Lo
dicho no es una expresión de deseo, es la descripción de nuestras pobrezas.
La
autora licenciada en Ciencias Políticas (UCA) y profesora universitaria.
Periodista
y miembro del Club Político Argentino.
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