Mi
casa es esta mujer que ahora duerme a mi lado.
Como
ella, con ella, todo a mi alrededor reposa.
Cuando
ella despierte, también lo harán las cosas.
Volverán
a abrirse las puertas, correrá el agua otra vez, los pasos avivarán la vieja
escalera, caerá de nuevo la luz sobre las plantas.
Yo
retornaré a mi mesa, a las palabras, y su voz, como un halo, circundará mi día.
Cuando
ella se haya ido a su trabajo, alzaré los ojos de la página, y un tapiz, un
clavel, un amuleto inesperado en la cocina de la casa repetirán el nombre de
esta mujer que todo lo pobló con su presencia y el acierto de sus manos.
Ella
es mi casa, puerta mayor de acceso al sentido de estos cuartos.
Si
el egoísmo o la indiferencia quiebran nuestro encuentro, la casa se oscurece.
Como
una dura denuncia de soledad sin remedio, las paredes se cargan de presagios,
se repliega el color de cada cosa, la casa se vacía, y habitarla es quedar a la
intemperie.
Mi
casa es esta mujer que ahora duerme a mi lado.
Cuando
ella anda lejana, todo es lejano en la casa…
Con
ella se van en tropel las cosas de mi entorno, y estar aquí se vuelve una
tortura…
Acosa
cada sitio, cada paso lastima, rincones y objetos se hacen inservibles.
Y
la casa recuerda, en un susurro triste, que alguna vez supimos ser mejores.
Si
renace la alegría, renace la casa.
Cuando
la lucidez o el deseo vuelven a reunirnos, la casa otra vez se ilumina:
Tienen
sentido mis papeles, cada cuarto es la evidencia de un proyecto.
La
casa entera es una fiesta y por la vieja escalera vuelve a correr el aliento
suave y denso de la vida.
Santiago
Kovadloff.
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