Malú
Kikuchi
Dice
el diccionario que “víctima” quiere decir persona que sufre un daño o perjuicio
a causa de determinada acción o suceso.
Del
latín, “victus”, vencido. Ha sido vencido por un victimario, es decir, aquel
que por acción convierte a otra persona en víctima. Tanto el victimario como la
víctima, son sujetos que sufren o ejercen violencia.
El
siglo XXI es el siglo de la tecnología.
Se
supone que todos los organismos del Estado se manejan con computadoras, que los
datos sobre las personas se cruzan entre los organismos nacionales y reciben
información de los países con los que estamos relacionados.
Pero
no siempre es así.
Si
a esta falta de información, o de lectura de la misma, se le suman jueces
salidos de la escuela de Zaffaroni, abolicionistas
del código penal (no son
garantistas) garantistas son los que
respetan las garantías constitucionales,
el resultado es un trágico sainete rioplatense.
Rioplatense
porque el sainete fue un invento de las dos márgenes del Río de La Plata, no
porque el Uruguay carezca de sentido común.
Ese privilegio
es nuestro.
Desde
los piqueteros que impiden que lleguen al trabajo a los que los mantienen con
sus impuestos, -y las calles no se cortan ni en La Habana ni en Miami-,
los victimarios
tienen más derechos que las víctimas.
Una razonable
ley que intentaría terminar con los “barras bravas”, no es votada en el
congreso, dispuesto a defender a los delincuentes en contra de los hinchas
auténticos.
Los
victimarios de las canchas de futbol, son amparados por los que dicen
representarnos a nosotros, las víctimas.
Y
la Argentina no puede organizar un partido por la Copa Libertadores.
El
proyecto de ley contra los moto chorros, es otra ilusión del ejecutivo, que en
un año electoral no tiene muchas chances de ser aprobada en el congreso.
Los victimarios
se siguen imponiendo a las víctimas y lo hacen desde el poder legislativo y casi siempre desde el poder judicial.
El
ejecutivo no tiene la fuerza suficiente como para imponerse.
Hablando
de moto chorros, hechos.
La
semana pasada la policía detuvo a un uruguayo, Antonio José Franco, en Boedo,
con varios celulares robados.
Franco
tenía 3 condenas previas y orden de expulsión del país.
La
jueza, a cargo del juzgado Nª 62, Patricia Guichandut, lo liberó en menos de
24hs. Ha sido nuevamente detenido robando, a razón de 9 a 10 celulares por día.
La
misma juez liberó hace poco a un colombiano, Jair Jurado Mora, que entró al
país sin problemas a pesar de estar condenado en el suyo por hurto, tráfico de
armas y violencia familiar.
Este
individuo a bordo de su moto, le arrebató el celular a una chica que cruzaba la
Av.+ La Plata, en Caballito.
Detenido in
fraganti.
En
menos de 48hs, la jueza lo multó con $ 700 (¡era todo lo que tenía!), una
probation y: “pórtate bien”.
Quizás
la jueza pueda alegar que las leyes no le permiten dejarlos detenidos.
Puede
ser, todo es posible en el país del absurdo desde hace tantísimos años.
Pero
señora jueza, existe algo llamado sentido común, sin el cual alguien
con la responsabilidad de impartir justicia, no puede ejercer un cargo tan
importante para con la sociedad.
Ha
llegado la hora de poner las cosas en su sitio, las víctimas son víctimas y los victimarios son victimarios.
Eso
de poner sobre los hombros de la sociedad que trabaja, paga impuestos, mantiene
a los poderes del gobierno (ejecutivo, legislativo y judicial), la culpa de
haber convertido en delincuente al delincuente, debe terminar.
El delincuente
que infringe la ley, debe ser castigado.
Es
el victimario, el malo del cuento, el lobo de Caperucita, y no es cuestión de
empezar acusando a Caperucita de haber entrado al bosque, de ir a visitar a la
abuelita…
Este
disparate es lo que está sucediendo en Argentina.
El
Consejo de la Magistratura debería revisar los fallos de todos los jueces.
Los
ciudadanos debemos saber a quienes votamos para representarnos en el congreso.
Personas
con valores que no tengan precio.
Personas
dispuestas a castigar a asesinos y ladrones, no a fabricar leyes que los
beneficien, mientras los ciudadanos son víctimas de los malhechores.
Los
delincuentes libres, a sus anchas, los ciudadanos encerrados en sus casas,
enrejados, con cámaras, claves de advertencia, custodios privados (también
mantienen a las Fuerzas de Seguridad), aterrorizados, sin saber al salir de sus
casas, si volverán o no, o si lo harán sus hijos.
Ya
basta, todo tiene un límite.
Es tiempo de
evitar que haya víctimas y de encarcelar y/o deportar a los victimarios.
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