El caso chino tiene importantes lecciones económicas para países que necesitan, como nosotros, sacar rápidamente a millones de personas de la pobreza.
En 1978, cuando comenzó su apertura internacional, China padecía hambrunas severas y el PBI per cápita era de apenas de US$200 al año.
Desde entonces, 800 millones de personas salieron de la pobreza y el PBI per cápita se multiplicó exponencialmente: hoy es de US$10.000 por habitante, similar al argentino.
¿La diferencia?
Ellos crecen y nosotros retrocedemos.
Deng Xiaoping, el padre de las reformas, en 1987 instaló esta visión rectora:
"Para conseguir la verdadera independencia política uno debe salir primero de la pobreza".
De joven, Deng Xiaoping trabajó en Renault en Francia, vivió en Moscú y, más tarde, vio el asombroso desarrollo económico de Taiwán, Singapur y Hong Kong.
Esto lo convenció de que China debía abandonar el aislamiento, la lucha de clases y la economía cerrada y centralizada.
Admito que el modelo político de China para mí es condenable, porque es una dictadura policial que viola derechos humanos elementales.
Pero sus lecciones económicas son muy útiles para la Argentina, donde gran parte de la dirigencia política e intelectual progresista mantiene un fuerte apego a viejas ideas anticapitalistas y antiimperialistas más propias de la Guerra Fría.
"Paren el mundo, que me quiero bajar", decía Mafalda en los años 70, afligida por los conflictos que asolaban a nuestro planeta.
Y es verdad, la realidad es compleja.
Pero a estas alturas los argentinos deberíamos haber comprendido que el mundo avanza a pasos acelerados, que no nos podemos bajar ni, mucho menos, atrasar el reloj para que se amolde a nuestras preferencias.
Esperemos que el presidente Fernández y su ministro Kulfas, que tienen importantes decisiones entre manos, lo hayan comprendido…
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