José
Vicente Pascual
Fuente:
elmanifiesto.com
Cuando
un gobierno y las fuerzas político-sociales que lo apoyan empiezan a reinventar
el lenguaje, malo.
Cuando
se introducen eufemismos para designar una realidad inmediata y perjudicial (en
el caso que nos ocupa, desoladora) para la mayoría de la población, peor.
Cuando
se empieza a tachar de “insolidaria”, “irresponsable”, “antidemocrática” la
posición crítica y enfrentada a la manipulación, entonces ya no cabe duda:
Nos encontramos
ante desalmados cuyo único propósito es sorber el tuétano de la sociedad y
convertirnos en esclavos agradecidos.
La
mentira, cuando es evidente, se convierte en un clamor por la verdad.
Si
un gobierno (el nuestro por ejemplo), dedica esfuerzos y tiempo y medios y
mucho dinero en crear un nuevo paradigma de futuro en el que se suplantan la
solidez y la fiabilidad por la ideología, misérrimo imaginario común
aceleradamente compuesto de evasivas sin materia ni fondo, medias verdades,
lugares comunes y “palabros” inventados sobre la marcha, se despeja el camino a
la única verdad que debería inquietarnos:
Nos hallamos en
manos de aprendices de dictadores.
Cada
vez que escucho el repugnante eufemismo
“Nueva Normalidad”, me viene a la cabeza el sucedáneo utilizado por la
dictadura castrista... “Período especial”
Cada
vez que escucho el horrendo, repugnante eufemismo “Nueva Normalidad”, me viene
a la cabeza el sucedáneo utilizado por la dictadura castrista para referirse a
la época posterior a la caída del bloque comunista en Europa, en los años
noventa del siglo pasado.
“Período
especial”
lo llamaron.
En efecto, fue
especial porque la Cuba sostenida y mimada por la Unión Soviética se vio sola y
desnuda,
y el hambre y la miseria normalmente derivadas del socialismo fueron
espectacularmente especiales.
Hace
menos de tres años, en 2017, visité la isla.
La
gente del común aún recordaba el famoso “período especial” y rara era la
conversación en que no aparecía este siniestro sintagma.
Fue
el tiempo en que no quedó gato ni perro vivo de Las Tumbas a Punta de Maisí, en que se comía la pulpa de naranja frita
en grasa de leche y se bebía agua con azúcar para evitar la hipoglucemia por
inanición.
¿Les
parece que exagero, o que subrayo en exceso la extrema necesidad padecida por
un desdichado pueblo y por capricho de su canalla dirigente?
Pregunten
a cualquier cubano, de aquí o de allí…
Pregunten
cómo es que al día de hoy las terrazas de La Habana están pobladas de
gallineros en previsión de rebrotes de aquella atrocidad…
Gallos
y gallinas que viven en total sosiego (a menos que caigan al puchero), sin
temor a los gatos depredadores porque, naturalmente, en Cuba sigue sin haber
gatos; y si alguno apareciese, a la cazuela de la que se ha escapado volvería
pronto.
Ahora,
piénsenlo un segundo:
¿Nueva
Normalidad?
¿Qué
va a haber de nuevo?
Mejorar,
lo que se dice mejorar…
No
creo que de la noche a la mañana, libres y felices tras el confinamiento,
vayamos a vernos en mejor situación que hace dos meses.
¿Entonces,
peor?
¿Mucho
peor?
¿Muchísimo
peor?
Por
el momento, los datos que manejan todas las agencias y observatorios
internacionales nos dicen que España se
enfrenta al desplome económico más importante de nuestra historia desde la
guerra civil.
Hay
dos millones de parados sobrevenidos, vertiginosamente incorporados a la
estadística, y la perspectiva de reconstruir y recuperar lo perdido, por
supuesto, no es tan inmediata.
En
materia económica, a destruir se nace sabiendo pero construir y recuperar un
país siempre se presenta como tarea ímproba.
Nuestro
gobierno enfrenta esta alarmante situación con el recurso de todas las
dictaduras que en el mundo han sido: inventarse un nuevo término, un concepto
vago y primoroso, un eufemismo que diluya el vinagre caído a chorreón sobre la
conciencia de la ciudadanía: Nueva Normalidad.
Cierto:
las dictaduras son expertas en inventar
conceptos huecos por dentro, crueles por fuera y, además, de mucha retórica:
Cualquier
tiranía es una "democracia orgánica" o peor aún, una "democracia
popular"; los disidentes son "maleantes", “enemigos del pueblo”
o “parásitos antisociales”;
un
linchamiento se convierte en "juicio sumarísimo" y el latrocinio del
poder en “expropiación” o “propiedad del Estado”;
al
desempleo, la hambruna y la falta de recursos y abastecimiento se los describe
como “heroica lucha del pueblo contra la
adversidad”;
a
la liquidación física de la oposición, “justicia popular contra los
indeseables”;
a
los campos de concentración y exterminio, “reasentamiento”, “colonias de
reeducación”, etc, etc y un etcétera tan largo como ustedes quieran.
Alguien
dijo alguna vez que: La política es el arte de mentir a tiempo y evitar verdades a
destiempo.
No
podemos negar a nuestro actual gobierno su extrema diligencia en cumplir tal
máxima la política es el arte de mentir a tiempo y evitar verdades a
destiempo.
No
podemos negar a nuestro actual gobierno socio-podemita su extrema diligencia en
cumplir esta máxima.
Por
una verdad a destiempo fueron eliminados los uniformes de la TV pública (de
todos, nada menos), ya que un sincero general de la Guardia Civil tuvo la
ocurrencia de redefinir la libertad de expresión en tiempos de la Nueva
Normalidad.
Otra
verdad inconveniente, la del número real de fallecidos por causa del virus de
Wuhan, se conocerá cuando Pedro Sánchez acabe de escribir su próximo libro.
O
sea, ya mismo.
Por
dos o tres mentiras dichas con toda solemnidad en el congreso de los diputados
nos enteramos de que alguien está haciendo su agosto gracias a la pandemia,
comprando material sanitario barato a los chinos (defectuoso, claro… es de los
chinos), y llevándose caliente la
obligatoria comisión, mordida, “compensación de gestiones” o como se denomine
al agio en el diccionario de la Nueva Normalidad.
Las
verdades bien calladas y las mentiras a discreción, bien pensadas, son la base
más sólida para generar una sociedad de parias infantilizados que aplauden a
las antípodas desde los balcones de sus domicilios, donde cumplen arresto
voluntario sin quejarse y, lo peor de todo, sin nervio social ni
rescoldo de conciencia que les sugiera quejarse.
El
derecho al pataleo es de mala nota, insolidario, inadecuado como la verdad a
destiempo.
Hay
que anteponer los intereses del común a la crítica; y si es necesario, tapar la
verdad imprudente con mentiras piadosas.
Por
supuesto, en la lógica de nuestro gobierno (la misma lógica que nos ha llevado
a ser campeones del mundo en fallecidos por causa del virus chino), ahora lo
urgente es seguir combatiendo la pandemia y también (otro invento lingüístico)
iniciar la “desescalada”.
Las
disconformidades, dejémoslas para cuando España sea un país democrático con un
gobierno democrático.
Ahora
no procede.
El
estado de alarma es mucho estado.
Y ese es el
futuro de los Nuevos Ciudadanos de la Nueva Normalidad:
Callar
hasta en casa y aplaudir en los balcones, convencidos en lo funesto de sus
espíritus de que, al igual que ha sucedido a muchos miles de víctimas del
virus, nadie aplaudirá ni pondrá siquiera lágrimas en su discreto entierro.
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