“El
socialismo es como una trampa para ratones. Funciona porque el ratón no entiende
por qué el queso es gratis”. Alexander Staudt
Hace
unos años una compatriota relataba que su hija dio a luz en París y que el
parto había sido gratis.
Corriendo
un riesgo le comenté que la intervención no había sido gratis.
“¿Qué
quieres decir?”, me respondió algo incómoda.
“Que
tu hija no hubiera sido la paganini es diferente a que el parto fuera gratis”.
“No te entiendo…”, replicó.
“El
parto por supuesto tuvo un costo… y un costo importante en los servicios del
hospital y los honorarios médicos…”, le contesté…
“Pero
dichos costos los cubrieron, no tu hija, sino los contribuyentes franceses”.
La
anterior conversación hubiera podido replicarse con cualquiera de los
estudiantes que con sus cacerolazos exigen educación y salud pública gratuitas.
No
es fácil explicarles que educación y salud, especialmente aquellas de calidad, de gratuitas no tienen nada:
El
costo de los profesores, de los médicos, de las enfermeras, de las aulas, de
los hospitales y de los laboratorios es bastante alto.
Lo que ocurre es
que ellos pretenden que los paganinis no sean ellos, ni sus padres
o familiares, sino nosotros, los contribuyentes.
¿Qué
explica el éxito de aquellos demagogos y populistas que ponen el queso?
El
ex presidente de México Vicente Fox da una explicación convincente: “(Los
populistas) tiran granos de maíz a la gente de manera indecente e indigna. La
gente en su pobreza recibe lo que le regalen y por lo pronto está contenta
esperando un futuro promisorio, que estos falsos profetas les van a llevar al
desarrollo. Cuando despiertan y ven que ese camino no funciona, entonces el
populismo se convierte en dictador y ya no deja que se le escapen las
gallinas”. “El populismo”, afirma Álvaro Vargas Llosa, “no solo arruina
económicamente a los países, también desnaturaliza la democracia y las
políticas genuinamente liberales”.
“No
existe almuerzo gratis”, advertía el nobel de Economía Milton
Friedman.
Dicho
de otra forma, no existen servicios o subsidios que sean en realidad gratuitos:
Todos terminan
siendo financiados por los mismos ciudadanos, que se ven obligados a pagar más impuestos
para cubrir los costos implícitos en dichos subsidios o a trabajar
para el gobierno de forma obligatoria.
Un país que
quiere hacer de su pueblo un rebaño lo primero que hace es subsidiarlo y de
esta manera hacer seres dependientes de quien les da de comer.
Finalmente,
buena parte de los que asisten a los cacerolazos, antes de salir a la calle,
deberían agradecerles al padre y la madre, quienes son los que les dan techo,
pagan la luz, el agua caliente, les dan de comer y les lavan la ropa.
Pero
sobre todo, en vez de despreciar y en ocasiones mofarse de la empleada, el
oficinista, el tendero, el vendedor o el empresario que pasan a su lado camino
a la oficina, la casa, la fábrica o la tienda, les deben es agradecer,
ya que en su calidad de trabajadores y contribuyentes son los paganinis que
terminan asumiendo el costo de la salud y la educación.
La
enorme tragedia de nuestros sindicalistas, magistrados, legisladores y
estudiantes es que todos tienen claridad en lo que tienen que ser derechos
inalienables.
La mayoría, lamentablemente, no tiene la más remota idea —ni les
importa— que somos nosotros, los contribuyentes, los paganinis que terminamos
pagando la cuenta.
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