The Post
“Los hijos de tus hijos vivirán bajo el comunismo. Ustedes los occidentales son tan crédulos que no aceptarán el comunismo directamente pero seguiremos alimentándoles con pequeñas dosis de socialismo hasta que finalmente despertarán y descubrirán que ya tienen comunismo para siempre.
No tendremos que pelear con ustedes.
Debilitaremos tanto su economía hasta que caigan como fruta madura en nuestras manos.”
Nikita Krushev, septiembre 1959
No caben dudas de que el estado mental dominante de
la sociedad argentina en las últimas seis décadas (como mínimo) ha sido el
estatismo del nacionalismo socialista y que, por lo tanto, todas las
consecuencias de estancamiento, pobreza, atraso, miseria, indigencia, ignorancia,
falta de progreso y aislamiento mundial son directa responsabilidad de esa
concepción ideológica.
Los resultados de la paupérrima performance
argentina y de su decadencia sin piso son la consecuencia de haber puesto en
práctica un orden jurídico compatible con ese engendro.
La principal evidencia del ataque salvaje a la
producción, a la inversión, al trabajo, a la innovación y a la generación de
riqueza es el sistema tributario argentino, preparado para lanzarse con toda su
potencia contra el que pretende crecer.
La sola idea de que a algún argentino se le ocurra
una idea que tenga que ver con crear, producir o generar una cuota marginal de
riqueza es suficiente para que el sistema impositivo le caiga encima.
Si la persona es lo suficientemente testaruda como
para seguir adelante, el Estado se quedará hasta con el 80% del fruto de su
trabajo.
Ese esquema demolió las ganas, la voluntad y el
espíritu de millones de aventureros argentinos que lisa y llanamente truncaron
sus ideas, pusieron en pausa sus proyectos o directamente levantaron su
campamento y se dirigieron a intentarlo en otro lugar.
No
hay sistema que calcule los millones de empleos que se perdieron y las cientos
de miles de empresas que no nacieron por esa simple estupidez cuya raíz no
puede hallarse en otro lugar que no sea en el embrión envidioso y resentido de
todo socialismo.
Menos aún pueden calcularse las pérdidas que se han
provocado en el siempre inasible campo psicológico, luego de que cientos de
miles de argentinos -quizás millones- hayan debido renunciar a sus sueños y
conformarse con algo mucho menor de lo que habían imaginado para sus vidas.
Del mismo modo, otras miserias tan o más graves que
las económicas son el producto directo del veneno del nacionalismo socialista,
la idea que, repetimos, impera casi sin competencia, en la mentalidad argentina
desde hace sesenta años.
El alarmante derrumbe educativo es también el
producto de una erosión paulatina pero sin descanso a la que el socialismo
nacional ha expuesto a todo el sistema de aprendizaje y enseñanza en la
Argentina.
El país había producido un salto cualitativo en
materia de educación de la mano del sistema de esfuerzo y mérito que Sarmiento
le había impreso al aula. Ese diferencial lo había destacado en la región y
había entreverado a la Argentina entre los países más y mejor educados del
mundo.
El pica sesos socialista comenzó entonces con su
cantinela contra el mérito y el esfuerzo. El maestro también dejó de serlo para
pasar a ser un “trabajador de la educación”.
Prácticamente no hubo mensaje subliminal tendiente a
socavar la excelencia que no se haya utilizado. Al contrario: toda la
imaginación disponible fue puesta al servicio de transmitir un mensaje clasista
de igualación hacia abajo y de desprecio por lo mejor.
Tampoco hay dudas de que el imperio de la mentalidad
nacional socialista demolió también la idea de lo que está bien y de lo que
está mal en materia de seguridad pública.
La reivindicación del delincuente como una víctima
de la sociedad capitalista fue otra cantinela que terminó por producir cientos
de miles de abogados (muchos de los cuales son jueces hoy) que han condenado a
los inocentes a vivir con miedo y entre rejas y a los facinerosos en libertad y
con la vía libre para cometer delitos y someter a la sociedad a una violencia
nunca antes vista.
Que lo que ha dominado la psiquis argentina de las
últimas décadas es esta concepción no puede haber ninguna duda.
Es verdad que, como parte de su insidiosa estrategia,
esta hidra ponzoñosa se las ingenió para trasmitir la idea de que la cultura
dominante es la cultura liberal capitalista para lograr con ello seguir
machacando con su poder destructivo.
Pero si uno analiza desapasionadamente las
decisiones concretas que se han tomado, el tipo de orden jurídico que tiene el
país, cuál es el espíritu de su legislación tributaria, cuál es la formación
ideológica de los funcionarios que hay copado el Estado (y aquí incluyo casi antes
que a los electos a los miles que se sientan en los sillones de las segundas
líneas pero que tienen un enorme poder de decisión) y -sobre todo- cuáles son
las respuestas espontáneas que los argentinos dan a decenas de interrogantes
nacionales, no puede llegar a otra conclusión que no sea que aquí la cultura
dominante es la nacional socialista; un rotundo triunfo del método gramsciano
de cambiar el sentido común medio de la sociedad.
Es cierto que en la Argentina imperó (cómo sentido
común medio del hombre común) una cultura liberal-capitalista. Y también son
incontrastables sus logros y conquistas. No hay más que mirar los números.
Pero a esa cultura se le declaró una guerra (lo que
el propio nacional socialismo llamó “batalla cultural”) sorda, cotidiana,
pertinaz, sin prisa pero sin pausa, que ha ganado la contienda.
Pero cómo no hay dudas sobre el vencedor (que no
proclama su victoria final solo por el estratégico motivo de seguir haciendo
daño) tampoco debe haber vacilaciones sobre las consecuencias que la victoria
de la cultura nacional socialista ha tenido: cada chico que no come es su
culpa; cada argentino sin trabajo, es su culpa; cada argentino muerto por la
delincuencia, es su culpa; cada frustración provocada por el atraso y el
aislamiento, es su culpa, cada analfabeto, es su culpa; cada argentino que se
debate en su desaliento, es su culpa; cada punto de pobreza, es su culpa; que
el país no tenga moneda y no pueda ahorrar, es su culpa; que nadie tenga un
proyecto que no sea largarse de aquí, es su culpa.
Así que, muchachos, que nadie se las venda cambiada: la Argentina está como está porque la sociedad piensa como nacional socialista.
Y mientras los argentinos no cambien; mientras no reviertan la derrota de la cultura liberal capitalista, estarán peor cada vez...
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