El editorial de Jorge Fernández Díaz consigna que el relato peronista se constituyó como la cultura dominante en la Argentina y cuestiona a algunos analistas que se dicen imparciales pero terminan siendo complacientes con el justicialismo.
En una noche cualquiera, que sin embargo Sebreli siempre rememora, aconteció un pequeño pero significativo episodio del género de la picaresca.
El
legendario autor de Los deseos imaginarios del peronismo acudió a un prestigioso
programa de televisión y desplegó allí su colección de fundamentos acerca de
cómo el movimiento de Perón, en sus diversas reencarnaciones pero esencialmente
durante los últimos treinta años de primacía total, había conducido a la
Argentina hacia este pronunciado cañadón de las desdichas.
Un politólogo que también se hallaba presente en el estudio televisivo salió a refutarlo como si el pensador estuviera cometiendo una verdadera herejía; en esta nación colonizada por la religión peronista, a quienes se atreven a fustigar la cultura dominante se los coloca en el bazar de los delirantes y se les reclaman explicaciones.
Los adscriptos o los complacientes con el justicialismo y sus nuevas sectas –principales timoneles del Gran Naufragio– están relevados de darlas, y quienes naden contra la corriente pueden incluso ser acusados de “alimentar la grieta”. Al final, le retiraron a Sebreli el micrófono y dejaron que partiera. El politólogo lo alcanzó en la salida, lo tomó del brazo y le susurró: “Juan José, yo coincido con vos. ¡Pero si digo eso en público me quedo sin clientes!”.
La anécdota no intenta impugnar la imprescindible opinión de los encuestadores y cientistas de la política –hay de todo en la viña del Señor–, sino apenas señalar que en ocasiones oímos a supuestos gurúes independientes y apologistas de la anti grieta como si fueran personas sinceras y desinteresadas.
Cierto periodismo tampoco es inocente de algunos de estos pecados pecuniarios (dos cajas pagan más que una) y, en algunos casos, hasta confunde equilibrio con decisiones salomónicas: recordemos que el rey Salomón, frente a dos madres que reclamaban un mismo niño, ordenó partirlo con una espada y darle una mitad a cada una.
Sugiere
la Biblia que era un truco táctico y que la sangre no llegó al río, pero la
tosca metodología recuerda a quienes, si le cobran una falta verificable a
River, luego le cobran una inexistente a Boca para imparcialidad, y
a esto agregan un curioso sentido del pluralismo:
En el día de sobre actuar la democracia, le publican una columna a Macron y para equilibrar, otra a Erdogan o a Maduro.
Esta
batería de hipocresías, negaciones y zonceras va creando una idea de fondo muy
funcional a los kirchneristas de paladar negro: todos son igualmente venales e ineptos.
Todo
es lo mismo
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