Carlos Mira
El gobierno anunció ayer un pre acuerdo con el laboratorio Pfizer para la provisión de 20 millones de dosis de vacunas contra el Covid-19 producidas por esa compañía.
Como se sabe, la
Argentina demoró casi un año en acceder a este convenio y durante gran parte de
ese tiempo, se mofó de la situación, echando culpas a diestra y siniestra, utilizando el
tema como terreno de una esgrima ideológica que quedó desembozada y finalmente
confesada en la nota de la asesora presidencial Cecilia Nicolini al Fondo de
Ruso de Inversiones en donde la funcionaría manifiesta abiertamente que el
gobierno kirchnerista “se jugó fuertemente” por la opción Sputnik como parte de
un proyecto geopolítico contrario a la supremacía norteamericana.
Allí, Nicolini también admite que el presidente preparaba una utilización política de la vacunación al especular con espectaculares anuncios basados en la llegada de las vacunas rusas para el 9 de Julio, aprovechando el día de la Independencia.
Con
todo ese aquelarre cuasi-soviético fracasado y con el mal humor social de las
encuestas respirándole en la nuca a tan corto tiempo de las elecciones, el
cinismo kirchnerista finalmente avanzó con la provisión “imperial” de Moderna y
Pfizer.
Las primeras 3.5 millones de dosis de la primera marca llegaron donadas por el gobierno norteamericano (la mayor donación a cualquier país latinoamericano del presidente Biden) en un solo vuelo sin que nos costaran un peso (Recordemos que cada vuelo a ciegas [la Argentina no sabe cuántas vacunas rusas va a buscar y Rusia no sabe cuántas va a entregar antes de que decolen los aviones] de “Aerocámpora” a Moscú nos cuesta más de U$S 200000 cada uno, sin que esté todavía muy claro cómo se desglosan esos costos).
El pre acuerdo con Pfizer enfatiza, justamente, la palabra “preacuerdo” porque la compañía norteamericana no acepta las trapisondas de “Aerocámpora” y exige que se respete su carrier internacional que es DHL.
Además
cada caja de las vacunas Pfizer lleva un GPS que delataría cualquier “desvío” a
un vacunatorio VIP, a una jurisdicción política a la que se prefiera sobre otra
o la guarda en una heladera para que las vacunas puedan ser aplicadas en un
momento más “oportuno”.
Todo
eso quedaría “escrachado” por el fucking GPS.
De
modo que aún faltan resolver “detalles” para que esas vacunas lleguen a la
Argentina, en una escena mental similar a la que escuchamos en los mercados de
pases de los jugadores de fútbol cuando alguien los da por hechos aunque
“falten algunos detalles”, siendo, esos “detalles”, por ejemplo, nada menos que
las cifras del contrato del jugador.
Pero, para beneficio del debate y rogando que así sea, vamos a dar por hecho el acuerdo y vamos a suponer que las deseadas vacunas Pfizer -en especial para cientos de familias con chicos menores con comorbilidades- llegan al país.
En
esa instancia no se puede evitar hacer un raconto de lo que ocurrió aquí
mientras ese inmunizante estuvo vedado a los brazos argentinos.
El país lleva más de 104000 muertos.
Cuando
la vacuna norteamericana podría haber llegado al país originalmente (las
famosas 13.5 millones de dosis a fines de 2020, antes que a cualquier otro país
y fruto del acuerdo privilegiado de la Argentina con la empresa por la prueba
de fase 3 con más de 6000 voluntarios en el Hospital Militar) esa cifra era
menos de un cuarto.
Es decir, más de
75000 personas murieron sin razón solo porque Cristina Fernández de Kirchner
quiso jugar al TEG
en el concierto de la geopolítica mundial, canalizando su resentimiento hacia
los Estados Unidos por la vía de hacer de la Argentina un rehén de la
inveterada ineficacia rusa, al grito de “yo conseguí la Sputnik”.
El impresentable cómico de fanatismo kirchnerista, Ignacio Copani, se burló de todas las familias que crearon el hashtag #damelapfizer como un grito desesperado para salvar a sus hijos, componiendo el llamado “Himno a la Pfizer”, en donde jocosamente ridiculizaba a esos argentinos sin esperanzas.
El príncipe heredero, Máximo Kirchner, en el Congreso nacional habló de “claudicación” ante los laboratorios extranjeros (en una clara alusión a la modificación vía DNU que Fernández había establecido en el texto de la ley de vacunas que, en su momento, por indicación de su madre, había sido modificada a último momento con la inclusión ponzoñosa de la palabra “negligencia” que, justamente, desmoronó el acuerdo con el laboratorio con sede en New York) como si la Argentina estuviera en condiciones de hacerse la cócora frente al drama sanitario que estaba viviendo y como si la salud de la ciudadanía pudiera ponerse en riesgo como moneda de cambio a caprichitos ideológicos del paleolítico.
Es en esta hora, cercana a las elecciones, en donde todo esto debe recordarse y refrescarse.
No
puede ser que estos tipos se la lleven de arriba y, con un acuerdo de última
hora que les entregue a los más desesperados lo que necesitaban, borren los
estragos que causaron.
Más
allá de la eventual llegada de Pfizer, es ahora cuando hay que recordar a
Cristina Kirchner reivindicando su acuerdo con Putin; a Cecilia Moreau,
actuando por su orden para incluir la palabra “negligencia”; a Copani,
burlándose de aquellas familias desesperadas; al príncipe heredero pretendiendo
poner una cuestión sanitaria como ficha de una geopolítica que nos une a los
fracasados del mundo; de Vizzotti, pidiendo que bajemos la “obsesión” por
Pfizer, como si los equivocados fuéramos nosotros; del presidente lacayo
hablando de “condiciones inaceptables”; de las mentiras de los legisladores
kirchneristas sobre los glaciares; de Ginés González García, haciéndose el
ofendido por la empresa.
Es ahora.
El
castigo para estos incompetentes (por decir lo que más los favorece) debe ser
ejemplar.
El
escarmiento debe ser atronador.
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