Carlos Mira
El economista Alfredo Romano, que desde 2109 es profesor de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Austral, sostiene que es posible pensar en un esquema de dolarización para la Argentina.
Teniendo
en cuenta que sin moneda es completamente imposible diseñar cualquier política
económica sustentable y menos aún de crecimiento, indagar sobre esta idea
resulta completamente relevante.
Con la Segunda Guerra Mundial entrando en su fase final, en 1944 un total de 44 países se congregaron en Bretton Woods (New Hampshire, Estados Unidos). El objetivo de aquella reunión era establecer las líneas maestras que determinarían el funcionamiento de la economía mundial tras la guerra.
Así,
a través de los acuerdos de Bretton Woods se buscaba impulsar la cooperación
monetaria, fomentar el comercio internacional, lograr la estabilidad monetaria
y proporcionar confianza al tiempo que se proporcionaban recursos para aquellos
países que tuvieran problemas con sus balanzas de pago.
Una de las medidas más importantes que se acordaron fue el establecimiento del patrón dólar vinculado al oro.
Esto
significaba que el dólar iba a ser la moneda de referencia para las restantes
divisas, mientras que cada onza de oro se fijaba en un valor de 35 dólares.
De
este modo, los Bancos Centrales podían cambiar oro por dólares y viceversa a
través de la Reserva Federal.
Este
sistema se mostró estable durante los años 50, pues en los mercados internacionales
hubo equilibrio entre la oferta y la demanda de dólares.
Y
es que, el flujo de dólares era posible gracias a los créditos financieros, a
la inversión directa y a las importaciones estadounidenses.
Sin
embargo, las tensiones llegaron en los años 60.
Se
produjeron adquisiciones de oro para especular.
La
finalidad de los especuladores era vender el oro cuando el valor se situase por
encima de los 35 dólares y comprarlo cuando cayese. Así pues, tuvieron lugar
importantes conversiones de dólares a oro, lo que provocó problemas de
confianza.
Tratando de defender el valor del oro, se estableció que las transacciones entre los bancos centrales se llevarían a cabo a un precio de 35 dólares la onza de oro, mientras que en el mercado libre el precio se determinaría en base a la oferta y a la demanda.
Este
acuerdo para mantener el precio del oro en 35 dólares por onza se conoció como
pool del oro y estuvo suscrito por los bancos centrales de Estados Unidos, Francia,
Alemania, Suiza, Reino Unido, Italia, Bélgica y Holanda. No obstante, el pool
del oro, sólo duró de 1961 a 1968.
En
un contexto de inflación mundial, con abundancia de dólares estadounidenses, se
convirtieron masivamente los dólares en oro, lo que dio lugar a un importante
vaciado del oro de la Reserva Federal. Cada vez era mayor la desconfianza hacia
el dólar y el sistema de Bretton Woods parecía estar al borde del colapso.
Con
la economía de los Estados Unidos presentando déficit comercial y la guerra de
Vietnam vaciando las reservas estadounidenses, se hacía imperativo romper con
los acuerdos de Bretton Woods.
Llegado 1971, el presidente estadounidense Richard Nixon decidió suspender la convertibilidad oro del dólar.
Ello
significaba el fin del sistema fijo que establecía que una onza de oro
equivalía a 35 dólares.
Los
dólares ya no estaban respaldados por el oro, pasando a ser dinero “fiat”.
En
otras palabras, que el dólar pasa a estar respaldado por la autoridad que lo
emitía.
Ya
no había un metal que respaldaba las emisiones de dólares.
¿Por qué, entonces, la gente sigue confiando en el dólar?
El
billete norteamericano no tiene más, técnicamente el respaldo metálico concreto
que tuvo hasta 1971.
¿Entonces,
una vez más, por qué la gente confía?
La
respuesta suele darla el economista Roberto Cachanosky:
“Es la fortaleza
de las instituciones jurídicas, políticas y económicas del país que emite los
dólares las que llevan a la gente a tenerle confianza a esa moneda”.
Está
claro que las instituciones jurídicas, políticas y económicas de la Argentina
no pueden darle al país una moneda en la que la gente confíe.
Ese
activo inasible, abstracto e inmaterial que es la confianza está completamente
fuera del alcance de lo que las instituciones argentinas (si es que hay alguna
en pie) pueden dar.
De
allí que el camino de reforma institucional que el país necesita debe hacerse
por el camino inverso:
Dotar
a la Argentina de una moneda para que ésta fuerce la adaptación de las
instituciones jurídicas, políticas y económicas a ella: en lugar de adaptar el
sombrero a la cabeza, adaptar la cabeza al sombrero.
Romano sostiene que puede hacerse.
Para
ello pone como ejemplo de dónde venimos:
“Sufrimos 17
crisis económicas y crecimos en solo 23 de los últimos 40 años, según
estadísticas del Banco Mundial. En la última década tuvimos más crisis que la
mayoría de los países; la economía se contrajo en 6 de los últimos 10 años.
Además, desde
2011 la Argentina no crece en términos reales, según datos del Banco Mundial y
del Fondo Monetario Internacional.
Y en los últimos
20 años tuvimos dos defaults.
Algunas
comparaciones: Ecuador, país dolarizado, en los últimos 20 años solo tuvo una
crisis en 2016 (sin contar la global por el Covid en 2020). Colombia no tuvo
caídas previas al Covid y Chile tiene una situación muy similar”.
El proceso de dolarización se debe hacer canjeando la base monetaria por dólares, es decir, M0, que es la cantidad de billetes y monedas en manos de los argentinos.
Y
se suma el dinero de los bancos depositados con el Banco Central.
Según estimaciones privadas, el país tiene reservas líquidas por US$4200 millones y se suman unos US$4000 millones de reservas en oro (inmediata liquidez).
Se
necesitaría atesorar unos US$8000 millones en reservas netas líquidas para
iniciar el proceso de dolarización.
Según el valor de referencia del mercado de Chicago, Estados Unidos, la tonelada de soja cotiza a US$500.
En los últimos 12
meses, el precio prácticamente se duplicó, y, según estimaciones de Romano
Group, al país ingresaría un extra de divisas por unos US$9400 millones este
año.
Dados
los excelentes términos de intercambio, la posibilidad de atesorar US$8000
millones extras para dolarizar luce factible.
“Por
otro lado, con la dolarización, los depósitos en pesos se convierten en
depósitos en dólares, a $170 por dólar, pero no se transforman en billetes; los
depositantes no tienen necesidad de hacer conversiones masivas de depósitos a
billetes.
¿Las empresas retirarían los pesos que tienen colocados en los bancos, en sus cuentas corrientes, por temor a que no estén los billetes físicos?
No.
Si
se genera un efecto de confianza importante, no debería haber inconveniente en
iniciar una dolarización.
La
confianza, la previsibilidad y la seguridad son y serán valores fundamentales
para concretar el proceso sin sobresaltos.
Sí
existe un consenso en la sociedad y en el arco político de ir hacia esta nueva
política económica, la dolarización es posible”, concluye
Romano.
Repetimos:
ningún país es viable sin moneda.
Todas
las peripecias argentinas se explican porque no tenemos moneda o, mejor dicho,
porque la clase política, para hacer demagogia irresponsable que solo los
beneficie a ellos, destruyó la moneda.
La destrucción monetaria funcionó como círculo vicioso de la destrucción de las instituciones que, a su vez habían sido las que originaron la evaporación del peso.
Pretender reconstruir primero las instituciones para que ellas a su vez reconstruyan la moneda es un camino eterno. Quizás funcione la dirección inversa de la misma ruta: darnos una moneda que nos fuerce a reformar las instituciones.
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