POR ELENA VALERO NARVÁEZ
Von Mises no vería con buenos ojos la forma en la que Alberto Fernández hace aumentar el poder del Estado.
El
gobierno de Alberto Fernández está tocando su punto más bajo.
Por
su inconsistencia con los valores republicanos, por su endeblez jurídica, por
el desprecio que siente por una buena parte del electorado que le dio su apoyo
y por sus objetivos reñidos con la democracia, hay una buena porción del
electorado que ha adquirido conciencia de que es necesaria una oposición efectiva,
constructiva y firme en la defensa de principios y proposiciones concretas.
Es que se ha dado cuenta que está en juego no sólo la suerte electoral de un gobierno y la solución a los gravísimos problemas que ya se ven en rojo vivo, sino también el futuro institucional con el que los argentinos transitarán sus vidas.
El Estado sigue
aumentando su poder, siendo causa principal de la perturbación del orden
económico y de las soluciones que la gente quiere darle a sus problemas.
Es urgente resucitar a los grandes pensadores liberales para que les muestren el rumbo a la mayoría de los candidatos que sólo ofrecen títulos a los problemas del país, sin profundizar en ninguno.
Cambian
de partido como si tal cosa porque no tienen principios sólidos para actuar
racionalmente.
El
país necesita libertad de las leyes y reglamentaciones que paralizan
inversiones, contratos, precios e intercambios y respeto por la propiedad
privada para que sus dueños la puedan usufructuar como les plazca, respetando
la de los otros.
Hoy les acerco opiniones que resaltan la importancia de la libertad y sus ventajas, del brillante economista del siglo XX, Ludwig von Mises, un estudioso de la acción humana y de las consecuencias del intervencionismo estatal.
Parte
de la base de que todo ser humano actúa tratando de pasar de una situación
menos satisfactoria a una situación más favorable, por ello considera que el
hombre es libre cuando puede determinar sus objetivos y elegir los medios que
estime mejores para lograrlos, sin desestimar que la libertad se haya limitada
por leyes físicas y praxeológicas.
Por
eso mismo, explica, no se pueden alcanzar metas incompatibles entre sí como pretender, por un lado, disfrutar de las
ventajas que implica la pacífica colaboración en sociedad y por el otro actuar
de tal modo que desintegre esa colaboración.
Indica dos alternativas: o se adopta el marco normativo común que permite el mantenimiento del régimen social, o se debe soportar la inseguridad y la pobreza típicas de “la vida arriesgada” en perpetuo conflicto de todos contra todos.
Señala
que esta ley de la convivencia humana es tan inquebrantable como cualquier otra
ley de la naturaleza, por lo cual quien actúa de tal manera no sólo se
perjudica a sí mismo sino también a toda la sociedad.
Por
esta razón es que se consideran delictivas a las conductas que son nocivas para
todos, ya que si se generalizan, la gente se vería privada de las ventajas que
supone la cooperación social.
EL ESTADO
Para
que la sociedad perdure, explica, fue preciso adoptar medidas que impidieran a
los seres antisociales destruir lo que el género humano, con tanto esfuerzo,
consiguió a lo largo de toda su historia.
Así
apareció el Estado, una organización de mando y coerción.
Tal
coerción no limita la libertad del hombre, aunque no existiera un Estado que
obligue a respetar la ley no podría el individuo pretender disfrutar de las
ventajas del orden social y al mismo tiempo dar rienda suelta a sus instintos
animales de agresión y rapacidad.
Sin embargo, Mises deja en claro que el Gobierno, organismo que dirige al Estado, aparece como defensor de la libertad y deviene compatible su actuar en el mantenimiento de ésta, sólo cuando delimita y restringe convenientemente la órbita estatal en provecho de la libertad económica.
Aunque
existan las leyes y constituciones más generosas, cuando desaparece la economía
de mercado, revela Mises, no son más que letra muerta: no hay más libertad que
la engendrada por la economía de mercado.
En La acción humana deja bien claro que el mercado es un instrumento social voluntario, políticamente neutral y auto regulador, igualitario sólo en su normatividad, que incentiva la posibilidad del descubrimiento y la exploración.
En
la actualidad, con la experiencia histórica que tenemos, vemos claramente,
salvo la mayoría de nuestros políticos, que en los países capitalistas el
progreso no es sólo económico, sino también político y ético.
Surgió
el Estado de Derecho, se mejoró la legislación, aumentó la producción en
calidad y cantidad, como así también, la movilidad social y las condiciones de
pobreza mejoraron.
Es vital para el
buen funcionamiento de una economía libre que exista una extensa y
diversificada trama institucional que viva y se renueve custodiada por la
Justicia y fundada en el respeto a la autonomía de las personas.
Con respecto a las sociedades hegemónicas y totalitarias, apunta el gran economista, el individuo goza de una sola libertad que no puede ser cercenada: la del suicidio.
La
palabra libertad y sumisión cobran sentido sólo cuando se enjuicia el modo de
actuar del gobernante con respecto a sus súbditos, cuando el gobierno extiende
su campo de acción estatal en mayor medida de lo que le corresponde.
Por ello nos alienta a limitar el poderío estatal, subrayando que este ha sido el objetivo de todas las constituciones, leyes y declaraciones de derechos.
Conseguirlo
fue la aspiración del hombre en todas las luchas que ha mantenido por la
libertad.
La
filosofía social de Occidente, aclara, es en esencia la filosofía de la
libertad.
La
historia de Europa, así como de aquellos pueblos de inmigrantes europeos y sus
descendientes, en otras partes del mundo, no es mucho más que una continua
lucha por ella.
Acusa
Mises a los defensores del totalitarismo por tergiversar el sentido de las
palabras, como táctica, calificando de auténtica y genuina la libertad de los
que viven bajo el régimen que no concede a sus súbditos más derechos que el de
obedecer.
Cuando
recomiendan la implantación de semejante orden social, califican de democracia
a los dictatoriales métodos soviéticos de gobierno, asegurando que es una
democracia industrial el régimen de violencia y coacción propugnado por los
sindicatos, considerando que es libre la persona cuándo sólo al gobierno
compete decidir qué libros y revistas pueden publicarse y definiendo la
libertad como el derecho de proceder
rectamente reservándose, en exclusiva,
la facultad de determinar qué es lo “recto”.
Hacen creer que el socialismo significa emancipar al hombre común y que es igual a libertad riqueza para y todos.
Pregonan que
sólo la omnipotencia gubernamental asegura la libertad y que luchar por ella consiste en conceder a la
policía poderes omnímodos.
A
estas mentiras le opuso Mises una eficaz crítica racional mostrando en sus
libros cómo el régimen socialista nos impone un mecanismo institucional rígido
y autoritario, políticamente orientado, que reparte premios y castigos de
acuerdo a lo que piensen los burócratas y que no es para nada igualitario,
tampoco en las oportunidades.
En los países democráticos de Occidente durante la época del viejo liberalismo, las constituciones, las declaraciones de derechos del hombre, las leyes o los reglamentos aspiraban, simplemente, a proteger contra los atropellos de los funcionarios públicos aquella libertad que ampliamente había florecido al amparo de la economía de mercado.
No hay gobierno ni constitución alguna, como con razón nos dice el ilustre economista, que pueda por sí engendrar ni garantizar la libertad si no ampara y defiende los instrumentos fundamentales en que se basa el capitalismo.
El
gobernar implica siempre apelar a la coacción y a la fuerza, por lo cual, la
acción estatal viene a ser la antítesis de la libertad.
Tan
pronto como se anula esa libertad económica que el mercado confiere a quienes
bajo su signo operan, todas las libertades políticas, todos los derechos del
hombre se convierten en pura farsa.
Las personas cuyo futuro depende del criterio de inapelables autoridades que monopolizan toda posibilidad de planear, no son, desde luego, libres en el sentido que sólo el mercado atribuyó hasta que la revolución semántica de nuestros días ha desencadenado la moderna confusión del lenguaje.
Hoy vemos con claridad meridiana que la tendencia del Estado es absorber a la sociedad civil, el estado democrático fue una imposición de ésta sobre él, y sólo fue posible cuando la propiedad privada pudo convertirse en un centro autónomo de lealtades frente al Rey o el emperador.
Mises entiende la necesidad del Estado en una sociedad de alta complejidad, no lo rechaza, como bien explica, es indispensable para obligar al respeto del orden y para hacer posible las diferentes tareas cooperativas.
Apareció
cuando fue necesario como agente esencial y especializado para coordinar las
funciones sociales en el contexto de una sociedad compleja.
Es necesario volver a Mises y a los pensadores de la libertad, decir en voz alta sus argumentos a los cuales la Historia, les da la razón.
Hoy
tenemos muchos más ejemplos que él para asegurar que ha triunfado en el mundo
el sistema capitalista y que se equivocan quienes siguen apelando a los cantos
de sirena del socialismo que tan bien describió Trotsky:
“En
un País donde el único empleador es el Estado, oponerse significa morirse de
hambre, lentamente”.
El viejo principio quien no trabaja no come, ha sido reemplazado por uno nuevo: “Quien no obedece no come”
Es
así, lo vemos en Cuba y Venezuela, bien
de cerca.
Si
el Gobierno tiene el control de los alimentos, tiene el poder absoluto.
Los
que gobiernan el Estado procuran utilizarlo como botín y exterminar todo centro
de poder espontáneo que pueda competir con el Estado como centro de lealtades.
De
ahí también el impulso hacia la centralización.
Los
Fernández los tienen como modelo…
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