Sertorio
Fuente:
El Manifiesto.com
¿Van a triunfar el caduco Biden y el ambiguo Macron donde fracasaron Ladislao de Polonia, Carlos XII, Napoleón y Hitler?
Supongo al lector enterado de la creciente intervención de la OTAN en Ucrania, escenario favorito de la Guerra de Biden.
La
destrucción de Rusia, su división en el mayor número de Estados imaginables y
la obtención a precio de saldo de una energía que ahora el gobierno de Moscú
vende como le conviene, son los sueños dorados de la plutocracia atlantista,
pues lleva acariciando tal escenario desde 1918, por lo menos, cuando el
presidente Wilson pensaba que Rusia era demasiado grande.
Y
es cierto,
Rusia
es muy grande, ocupa una porción enorme del espacio eurasiático y está llamada
por su simple extensión a ser una gran potencia, un imperio.
Al gayropeo medio le resulta difícil comprender que un país económicamente pobre, no muy desarrollado, con unos índices de consumo y de bienestar social más bajos que los de la Unión mal llamada “Europea”, pueda ejercer un papel tan decisivo en la escena internacional.
No
merece la pena explicarle al gayropeo que la potencia de una nación (el propio
término “nación” le suena antiguo, obsoleto, reaccionario) no depende de los
dólares por habitante, sino de su potencial militar y de su capacidad de
afirmación política.
Si
el interlocutor es un español, la situación se vuelve desesperada.
¿Cómo explicarle
estas cosas al obtuso súbdito de un Estado fallido, de un chiringuito en
quiebra?
Hace tiempo que
la soberanía española es un fantasma del franquismo y que la política exterior
es algo que nos dictan desde Bruselas, Berlín o Rabat.
¿Cómo una antigua nación que ha renunciado a toda política propia, que deja que sus aguas territoriales se las apropien Marruecos y Argelia, puede entender la firmeza de los rusos a la hora de defender su espacio estratégico? ¿Cómo una España que es incapaz de ejercer su soberanía dentro de sus fronteras va a compartir la determinación de Vladímir Putin de defenderse?
Bastante
tenemos con mantener en su zozobra este pseudo Estado de tente mientras cobro.
Pero dejemos al español con su ovina ignorancia de res inoculada: no tiene remedio.
Pensemos,
sin embargo, como europeos de los de antes, de los de verdad, como herederos de
la tradición cristiana y clásica, como nietos de Atenas, hijos de Roma y
amantes de Florencia, como oyentes de Bach y de Mozart, como lectores de Goethe
y de Balzac, como discípulos de Platón y de Schopenhauer, como fieles de aquel
mundo que se suicidó en 1918 y que ha sido suplantado por una bárbara
corporación de usureros, picapleitos y contables con sede en Bruselas.
Imaginemos,
por ejemplo, que Biden consigue su guerra, que Putin pica el anzuelo y tenemos
un conflicto a gran escala en Europa.
Con
las estadísticas en la mano, no cabe duda de que la OTAN es la más fuerte y que
su ejército de mercenarios, cyborgs, drones y robots vencería sobre el papel a
una Rusia defendida por soldados de carne y hueso, con una patria y un Dios.
Pero
la guerra no es ningún videojuego: la todopoderosa OTAN acaba de ser humillada
en Afganistán por una horda de aldeanos creyentes en el Corán y en su tradición
tribal.
El mundo es más grande y complejo que un campus de la Ivy League, señor Biden.
¿Y
son estos generalísimos de game boy los que pretenden invadir y despedazar a la
Santa Rusia?
¿Van
a triunfar el caduco Biden y el ambiguo Macron donde fracasaron Ladislao de
Polonia, Carlos XII, Napoleón y Hitler?
¿Es
el ejército de autómatas arcoíris
superior en valor, dureza y resistencia a los drabants suecos, a los
grognards del Gran Corso, a las legiones prusianas?
Pemítrasenos expresar nuestro escepticismo.
Lo primero que debemos preguntarnos es quién representa los valores europeos.
¿Acaso
lo hace la Unión mal llamada “Europea”?
¿La
Gayropa del borrado de la identidad cristiana de nuestro continente?
¿La
que persigue y discrimina positivamente al europeo nativo frente a los seres de
luz recién llegados de África?
¿La
que “reinterpreta” y “resignifica” nuestro pasado para condenarlo y escupir
sobre nuestros muertos, sobre nuestras glorias, sobre nuestra Tradición?
¿Merece
la pena que movamos un dedo por defender la dictadura de la ideología de
género, el aborto libre, la extinción la familia tradicional, el cambio de sexo
de los menores de edad y las agendas veganas, multiculturales y animalistas?
¿Alguien
que merezca el nombre de europeo va a luchar y morir por defender el feudo de Irene
Montero, de Alberto Garzón y del doctor Sánchez, por mantener en el poder a
quienes tienen como objetivo islamizar y africanizar a Europa?
¿Luchar
por los que han violado la tumba de Franco y deshonrado la memoria de media
España?
¿Dar
la vida por quienes excluyen a los hombres “demasiado heteros” y “demasiado
blancos” de los puestos de trabajo?
¿Ir
a la guerra por Greenpeace, Black Lives Matter, el papa Francisco, la niña
Greta, Bill Gates, Zuckerberg y el lobby lgtbi?
Si eres hombre, heterosexual, nativo europeo, cristiano, amante de tu tradición, la OTAN es tu enemigo, el agente de tu extinción, el enemigo declarado de tu tradición cultural, de tu nación, de la supervivencia de tu pueblo y de tu cultura.
La
OTAN es el brazo armado de la Gran Sustitución y del alud migratorio.
La
OTAN es la ideología de género, el aborto, el capitalismo transnacional.
La
OTAN es la mezquita que se construye y la catedral que se convierte en
supermercado.
Europeo: ¿de verdad vas a morir por Gayropa?
Si queremos que lo que hasta hace una generación hemos llamado civilización europea tenga algún futuro, más nos vale que la OTAN, la Unión mal llamada “Europea” y los plutócratas que las sustentan sufran en Rusia la misma suerte que las divisiones de Hitler.
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