Por Mónica Gutiérrez
Durante
su gira por Rusia y China, el Presidente hizo una ostentación de
multilateralismo a la criolla de consecuencias prácticas todavía imponderables.
Alberto Fernández está feliz.
Exultante.
La
prolongada y muy empática reunión que mantuvo con Vladimir Putin lo devolvió al
mundo de sus devaneos ideológicos.
Lo
reconcilió con el inestable universo de sus contradicciones.
Nuevamente
camina sobre la cuerda floja, desafiando de manera temeraria las feroces
tensiones internas que se propone equilibrar.
Un
ejercicio dañino para todos y muy poco saludable para consigo mismo pero que
evidentemente él se empeña en practicar.
Mientras
el cuerpo aguante, parece que así será.
Arrobado por los deleites con los que lo sedujo el premier ruso, que incluyó banquetes y visitas a los dorados salones del Kremlin, celebró su epifanía ante los medios del mundo.
Aseguró
con regocijo que el líder ruso coincide en él en la mirada acerca del FMI y, en
una consideración que causó perplejidad, le
dijo a Putin que la Argentina tiene que dejar de tener esa dependencia tan
grande que tiene con el FMI y Estados Unidos y abrirse camino hacia otros
lados. Rusia por caso.
A apenas días de haber presentado en sociedad un trabajoso principio de acuerdo para el pago de la deuda y con un escenario de amenaza bélica por Ucrania, las declaraciones de Fernández son, cuanto menos, temerarias. Una ostentación de multilateralismo a la criolla de consecuencias prácticas todavía imponderables.
En las estaciones del “vía crucis” del Albertismo hacia el remoto otro lado del mundo, el Presidente va expiando las culpas y defecciones que Máximo Kirchner le enrostró con el feroz portazo del pasado lunes cuando dejó la presidencia del bloque oficialista de la Cámara Baja, arrastrando consigo las voluntad y el voto los legisladores que responden al camporismo.
El revoleo de “superioridad moral” que escenificó el hijo de la vice, reivindicando una supuesta dignidad que viene a complicarlo todo, habilitó una seguidilla de consideraciones desdorosas hacia Alberto y los suyos pero también encendió los sistemas de alarma a los que son tan sensibles los organismos de crédito, inversores y mercados.
La idea de que Cristina Fernández de Kirchner no acompaña la decisión de su primogénito de dejar la capitanía del bloque, esgrimida por Alberto Fernández en una entrevista periodística, puede entenderse hoy más como una coartada de corto vuelo para salir del paso tras la pública humillación que le bajó Máximo Kirchner que como un dato de la realidad.
La Vice en ejercicio de la Presidencia no emitió, por el momento, sonido ni señal alguna acerca de cuáles son sus pareceres en torno al anunciado avance de las conversaciones por la deuda. Es probable que quiera resguardarse del daño que en la línea de flotación del relato le supone hocicar ante el FMI convalidando la negociación. En su carácter de Presidenta del Senado tendrá que pergeñar alguna estrategia para tomar distancia de la cuestión. Imaginación no le falta. Siempre ha sabido borrarse a tiempo.
Por el momento, Fernández la reconforta con uno y mil gestos que le complican la gestión pero a la vez le tranquilizan el alma.
Lo
dijo en la canción que escribió e hizo pública en plena pandemia.
“Si
me caigo me levanto…si me pierdo, yo me encuentro…El secreto en esta vida es ir
cantando…”
Tras
los coqueteos con Putin nuestro inefable Jefe de Estado llegó a China.
Justamente
para dejar inaugurados los Juegos de Invierno boicoteados por Biden.
Está claro que
el Presidente ha optado por seguir bamboleándose en los trapecios.
Mientras
la comitiva burbuja que integran unos pocos funcionarios va de palacio en
palacio, aquí, al ras del suelo, se cocinan otras cuestiones.
Una horneada de cocaína letal, entre otras fatales toxicidades, se llevó puestas decenas de vidas en cuestión de horas. Maltrechos supervivientes se enfrentan a la fatalidad en terapias intensivas y conectadas a respiradores.
Más tarde que temprano apareció el Estado.
El
infeccioso avance del narcotráfico que carcome el tejido social empezando por
los de más abajo irrumpió en la agenda pública en tono de tragedia.
En cuestión de
horas, este miércoles colapsó el sistema sanitario en varios distritos del
Conurbano.
El Super Berni apareció en modo bromatológico.
En
un desesperado llamado a la cordura recomendó no consumir y descartar la
cocaína acopiada en las últimas 24 horas.
En
operativos y allanamientos contrarreloj salió a levantar de góndolas y maxi quioscos
toda la merca disponible.
Ni
siquiera el pavoroso raid de esta irrupción mediática a las atropelladas logró
sustraer a nuestra dirigencia de las refriegas internas que combustionan entre
los funcionarios de seguridad.
Esta vez el encontronazo fue con Aníbal Fernández.
La
picardía criolla llevada a Twitter suele jugar malas pasadas, aún a los más
astutos.
La emergencia que se desencadenó en la madrugada del miércoles funcionó como la pandemia, expuso con una crudeza insoportable todas nuestras vulnerabilidades.
Las
pantallas replicaron durante horas imágenes de un escenario de precariedad,
pobreza, marginalidad, indefensión y descontrol.
La mitad de las víctimas fatales murieron sin haber accedido a los hospitales.
No
menos de dos de ellos se derrumbaron en plena calle.
Otros
tantos llegaron arrastrándose a las guardias, literalmente llevados en andas o
transportados en ciclomotores.
Sin ambulancias
suficientes y con las UTI desbordadas la situación del conurbano profundo quedó
expuesta en su patética fragilidad.
Los
desgarradores relatos de las madres que vienen pidiendo ayuda desde hace años
sin ser escuchadas, sin ser recibidas, tronó esta vez sin reparos.
Las
“madres del paco” que vieron morir a sus hijos ladeados por el consumo, hoy
asisten con perplejidad a una nueva fase de esta catástrofe.
La
realidad es siempre más fuerte que cualquier relato.
Desde esta semana hay una nueva palabra maldita en el diccionario de todas las maldiciones que nos acechan.
Es fentanilo.
Sin
confirmación oficial de que haya sido este opiáceo el precursor que disparó el
envenenamiento masivo es la hipótesis que se fortalece con el correr de las
horas.
El
fentanilo es un fármaco que no tiene olor y que resulta entre 25 y 50 veces más
potente que la morfina. Del uso médico como anestésico y potente analgésico
saltó al consumo ilegal. Una puerta abierta al mismísimo infierno.
Con 100.000 muertes en el último año reportadas por el CDC, Centro para la Prevención y control de las Enfermedades estadounidense, y extremas restricciones para su acceso y utilización en el ámbito hospitalario, cabe preguntarse cómo y porqué ingresó a nuestro país para circular fuera de toda trazabilidad.
“La situación está estabilizada”.
Eso
hicieron saber las autoridades bonaerenses en la tarde del jueves mientras el
Gobernador monitoreaba desde el más allá el curso de los acontecimientos.
Deslumbrado frente a las reliquias leninistas, Axel Kicillof convocó vía zoom al comité de emergencia.
El
ministro de Salud Nicolás Kreplak y Carlos Bianco le pusieron el cuerpo a la
situación.
Trabajaron
fuerte para hacer control de daños, acusaron de “caranchear” a la oposición
política, pero no lograron frenar el debate que disparó la premonitoria campaña
denominada ConSumo Cuidado que se viralizó tras la masiva intoxicación.
“Anticipate para disfrutar como te gusta…
Analizá cuál va
a ser tu límite…
Conocé el origen de lo que consumís” .
Bajo la firma de “Marea Sanitaria” la Provincia de Bs As legitima a su modo el consumo de sustancias ilegales.
Con “El Paisa”, “El Cocinero” y “El Remisero” detenidos entre otros tantos otros eslabones de la cadena lo actuado hasta aquí, solo se roza la superficie.
El entramado de la narco criminalidad es más profundo.
La renta que
produce el fentanilo es exponencialmente mucho más suculenta que la de la
mismísima cocaína.
Su
capacidad de generar adicción probablemente es más veloz que la cepa Omicrom.
Para
no hablar de la telaraña de corrupción que puede alimentarse con tan suculentos
incentivos.
El envenenamiento masivo no puede quedar circunscripto a lo meramente sanitario o policial.
Estamos
frente a un hecho que desafía al Estado en su conjunto.
Ignorarlo
es ser parte del problema.
Ser
cómplice por omisión.
A última hora del viernes no se ha escuchado palabra presidencial alguna que encuadre esta tragedia.
Ni
duelo, ni condolencias ni nada.
Si,
como reza uno de los sacrosantos mandamientos del kirchnerismo, “la patria es
el otro”, cualquiera sea su condición, los muertos parecerían no tener
identidad.
Mientras todos tratamos de hacer pie en esta amenazante realidad nuestra dirigencia ajusta sus cuentas y entuertos políticos-ideológicos jugando en la mesa de arena del contexto internacional.
Alberto compensa a Cristina con gestos y declaraciones de una extravagante irracionalidad y la oposición política debate los alcances de su eventual acompañamiento a la posición gubernamental cuando el proyecto del acuerdo con el FMI llegue al Congreso.
Los más duros, los halcones cambiemitas, no entienden por qué razón deberían cerrar filas en torno de un gobierno que no logra alinear la propia tropa
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