Por: Rubén Lasagno
Cristina Fernández maneja la agenda de la política nacional y la agenda setting de los medios, aún los supuestamente críticos.
Basta
que la vicepresidente haga tres líneas en Twitter para que salgan los exégetas,
los interpretativos y los adulones onerosos que tiene el gobierno, a bendecir
cada palabra suya pretendiendo encontrar algún mensaje oculto contra el
presidente o a darle una importancia que no tiene, en el marco de la grave
crisis que vive el país.
Los medios considerados “críticos” y donde los periodistas dicen estar en contra de las prácticas antidemocráticas de Cristina Fernández, replican sus palabras casi como con un molde.
Fuera
de algunos periodistas como Nelson Castro que más que interpretarla le busca
los sin sentidos a las palabras de la ex presidente, la mayoría se enreda en
otro tipo de análisis político, lo cual no hacen más que refrendarla,
visibilizarla y ponerla “en debate”.
“Que
hablen bien o mal, lo importante es que hablen de mí, aunque confieso que me
gusta que hablen mal porque eso significa que las cosas me van muy bien” es la frase de
Salvador Dalí y en la cual se apoya la estrategia comunicacional de Cristina
Fernández a cuyo propósito le ayudan muy bien los medios, aún quienes ejercen
la crítica política.
Y
más aún cuando sus conductores se esfuerzan por resaltar algunas condiciones
histriónicas, de liderazgo y de la personalidad propios de la vicepresidente,
casi como asombrados admiradores y no en su rol de interpeladores públicos.
Y Cristina
Fernández es casi omnipresente en esta Argentina cruzada por la desgracia de la
clase política.
Primero
por decisión de Mauricio Macri, quien no solo la subestimó sino evitó sacarla
del juego porque ella (según Macri) representaba todo lo malo y él, todo lo
bueno y (a su equivocado criterio) la gente lo elegiría a él sobre ella. Antes
de los cuatro años, CFK volvió con cara de oportunidad, perfil bajo, simulando
ser segundona, con un muñeco bajo el brazo, montó un circo mediático y el
gobierno de JxC ya no tenía fuerza para demostrar lo contrario.
Ya
nadie le creía y Cristina volvió.
Pero aquella
puesta en escena de Cristina Fernández, también fue abonada por los medios
bobos y votada por la Argentina boluda.
Los
medios bobos, no resultaron ser tan bobos o al menos no fueron bobos gratuitos.
La
posición de muchos cambió y resultó evidente la forma en que viraron hacia otro
norte, cuando olfatearon que el macrismo caía irremediablemente.
El argentino,
siempre en contramano del progreso verdadero y paciente terminal de la
enfermedad de boludo crónico, se creyó aquello de que “volvían mejores” y
compraron al Alberto “moderado” el único capaz de ponerle límites al poder de
la Vice.
Una
estupidez que la propia prensa nacional ayudó a instalar, igual que ahora,
cuando leemos y escuchamos que las encuestas en provincia de Buenos Aires, le
dan posibilidades a CFK para el 2023, sin ninguna prueba fáctica excepto el
énfasis de algunos conductores de televisión por instalar la operación.
Cristina es una
persona mala, soberbia, mentirosa, corrupta, dual e inmoral.
Está
considerada jefa de una asociación ilícita por la justicia, posee juicios por
lavado de dinero, está claramente tipificada como destituyentes de su gobierno
y aun así, hay adulones mediáticos a quienes, desde una posición supuestamente
crítica, se les caen las babas frente a las pantallas y destilan una rara
reverencia hacia la controvertida imagen pública de la viuda, como un síndrome
de Estocolmo desarrollado por la masa crítica de los comunicadores más
reconocidos.
Son los mismos
que aun siendo críticos de la vicepresidente, resaltan sus grandes dotes de
oradora.
Si
algo no tiene CFK, es precisamente, capacidad oratoria.
Está
cargada, de muletillas, cae en lugares comunes, permanentes gestos forzados, no
puede disimular su impostura y demuestra ser una gran ignorante, cuando en sus
declaraciones en actos públicos, alude a hechos y circunstancias que no son
ciertas o directamente padece de errores conceptuales muy importante o lo que es peor, padece de una deficiente
cultura general y falta de lectura, especialmente de la Constitución Nacional.
Y
si acaso una parte de los habitantes de esta Argentina boluda, la sostiene con
su voto en el 2023, a pesar de todo lo que estamos viviendo con este gobierno
de inútiles y delincuentes, está claro dónde y por qué estamos enfermos como
sociedad:
No
sabemos, no podemos o no queremos despertar a la realidad y reconocer que el
principio de todos los males argentinos no está en esta mujer alienada y
obstinada en salvarse ella a costa de la destrucción de las instituciones, sino
está dentro de cada uno de nosotros mismos, que no sabemos discernir o
convivimos con el mismo maniqueísmo propio del kirchnerismo más rancio.
Este
dejá vu argentino lo padecemos gracias a lo boludo que somos y a los medios
bobos, cuando terminamos poniendo el voto a un espacio que la contenga
agazapada a CFK o, como en el caso de Alberto Fernández, cuando aceptamos su engendro
político llamado Frente de Todos.
Con su
característico oportunismo, armó para vendernos un caballo de Troya y
alegremente (muchos) compraron en el 2019 y podrían volver a comprar en el 2023
gracias a los comentarios y notas laudatorias de algunos periodistas que creen
desnudar las verdades de la vicepresidente y están potenciando sus malas artes.
(Agencia
OPI Santa Cruz)
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