"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

domingo, 14 de septiembre de 2008

¿Por qué este niño "debe" morir? por Javier Urrutigoity

¿Por qué este niño “debe” morir?
por Javier Urrutigoity


No son éstos que vivimos tiempos de indiferencia. La pregunta la disparó la mayor de mis hijos y –la verdad- es que me dejó perplejo. Tenía el diario desplegado sobre la mesa y, a pesar que es una niña inteligente, no sé cuanto podía entender de lo que estaba leyendo. Debo reconocerlo, yo tampoco…

La suerte de este otro niño o niña -que ya “es” lo uno o lo otro, aunque eufemísticamente le digamos feto o “fruto de una violación”- parece que ya “ha sido echada”. ¿Qué responder, por tanto, en el trance en que estaba? Hasta el diario presentaba como “bien pensante” a quien aplauda este aborto. Sólo los “ultraconservadores” parecen preocupados por salvar la vida de la criatura.

Tenía que dar una respuesta –cada uno de nosotros nos la debiéramos dar-; aunque no nos interpele una preadolescente. A pesar de no ser “de la familia de ese otro niño”. Ni los jueces, los defensores o los abogados; ni los médicos y enfermeros, o el “comité de bioética”. En definitiva, los que tienen en sus manos la vida de esta criatura. Nos parezca justo o no, lo cierto es que otra vida –indefensa e inocente- está en peligro. Y no es un riesgo meramente psicológico, económico o moral: es de vida o muerte. Y me vino a la memoria el caso de ese otro niño de hace dos años. Al que no le dieron nombre, ni humana sepultura. Al que hasta estos “derechos personalísimos” le fueron denegados. Aunque –por momentos me ilusioné- la vida siempre nos da otra oportunidad...

Y volví a pensar en este otro “niño no nacido”, que tampoco tiene voz para defenderse. Para pedirnos –a esos jueces, abogados, periodistas, médicos y enfermeros, y también a nosotros- que le salvemos. Y quizás por no tener voz para ejercer su propia defensa, o para ser oído como lo manda la Convención de derechos del niño, sea merecedor de que seamos nosotros su voz, su protectores…

Cómo se le explica a un hijo que estamos ante el segundo acto –en nuestra Provincia- de la misma campaña, orquestada por algunos centros mundiales de poder, para legitimar el aborto, sin remordimientos de conciencia, ni cortapisas legales. Siempre que la vida de un inocente nos parezca –equivocados o no- que no merece la oportunidad de ser vivida. Paradoja de una “cultura de la muerte” promovida como “derecho humano fundamental”. Inmisericorde con el próximo “incómodo” o “no deseado”. De “sujeto de derecho” devenido en “objeto” del falible cálculo humano, del que depende su futuro. Sin importar que la ciencia –no la fe- nos dice que el no nacido es de nuestra especie (no una víscera o apéndice de su madre, como creían los romanos). Uno como nosotros, más allá que –como nosotros en su tiempo- se encuentre en la etapa inicial de su evolución. Un “necesitado más” de protección –a la que también tiene derecho-. No sólo la protección de los suyos, de su familia, con la que comparte una misma carga genética. También la del Estado: la de esos mismos jueces, asesores, médicos, asistentes sociales… Todos cuantos se consideran con “derecho” para decidir sobre “su vida”.

Porque –“seréis como dioses”- nos creemos que la vida –por el sólo hecho de ser el producto de un hecho criminal- no es un milagro. Un don -y no tan sólo un dato- irrepetible. Con un fin y dignidad misteriosos, que no nos pertenecen. Por el contrario, una oportunidad maravillosa, que supera nuestros limitados conocimientos y cálculos. Que nos trascienden. Vida frente a la cuál sólo podemos admirarnos… y respetarla. Debiéramos estar pensando en la mejor forma de protegerla –no si hacerlo es “retro” o “progre”-. En cómo brindarle los medios que necesita para su pleno desarrollo. Pero henos aquí: debatiendo sobre ese supuesto “derecho” a decidir quién “vale la pena” que viva, y quien no.

¡Cuándo aprenderemos a rechazar estas idolatrías asesinas! Como esta religión laica –“new age” le llaman- que reclama la sangre de nuestros hijos. Y que no tolera disidencias ¿Cuántos más de estos inocentes deberemos sacrificar, en el altar de los “derechos reproductivos”? Del “derecho a la salud de la madre” (porque la del hijo, de entrada, no cuenta), o al “aborto legal y seguro” (como si alguno lo fuera). Frases hechas, consignas de propaganda con la que nos aturden machaconamente, cuando en realidad son “moneda falsa”. Pues -en la práctica y contrariamente a como se han “autodenominado”- quieren evitar la reproducción (al menos, de la parte de la humanidad que consideran “indeseable” o “no querida”).

“Contra natura”, los llamados “objetivos del milenio” rechazan una “civilización del amor” (en la que todos tengamos sitio), porque los congrega el egoísmo (que siempre ha temido a la vida que “no entra en sus cálculos”). Si no, acordémonos de Herodes… Aunque ahora van por más (“son más sofisticados”). Quieren que sean las propias madres las que decidan “libremente” la muerte del hijo que vive en sus entrañas (o, si fueren incapaces de hacerlo, que esa “saludable” intromisión en el sagrario de la vida sea “cuestión privada” de sus representantes). “Cultura de la muerte”, aunque apele al “derecho a la salud” o invoque los “derechos de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo”. Con olvido absoluto del elemental principio de juridicidad y moralidad (Kant): el no dañar a otro (“alterum non laedere”). Receptado expresamente en el art. 19 de nuestra constitución, como límite -claro e infranqueable- de las “acciones privadas de los hombres”.

Como si el estado actual de la medicina no hubiera tornado anticuado al mal llamado “aborto terapéutico” (art. 86 inc. 1 de nuestro código penal). Y el “eugenésico” (86 inc. 2), más allá de ser un resabio de ciertas doctrinas “europeas” de selección racial, de moda a principios del siglo pasado, carezca también de todo asidero científico, a la luz de los conocimientos genéticos actuales. Con el agravante, en el caso que hoy “ocupa” la atención pública que “no encaja” en el art. 86. Ni en el primero, ni en el segundo de sus incisos. Los que “tipifican” -dirían con mayor propiedad los penalistas- dos supuestos de “excusas absolutorias”. No de “derecho a abortar”.

Para decirlo en criollo: (i) una mera herramienta o técnica de política legislativa; (ii) que no cambia la naturaleza “antijurídica” o “delictual” (productora de un “daño doloso”) de ciertas conductas humanas. Disvaliosas porque atacan (directamente) bienes jurídicos básicos –en este caso la “vida humana concebida aunque no nacida”-. Es que el art. 86 no consagra ningún “derecho” a abortar, sino que exime de la pena que le correspondería (“no es punible”, no es lo mismo que decir “no es un crimen”).

En el caso, se toma la parte que conviene de cada inciso, desechando las que hacen que este caso no encuadre en ninguno. Porque, lo que en verdad interesa, es llegar a otro tipo de aborto no punible, el mal llamado “sentimental”. ¿Que clase de sentimentalismo es aquél que no se estremece ante la materialidad de un aborto? Porque abortar es introducirse en el seno materno para, primero, descuartizar al ser humano no nacido. Luego, extraerlo de a pedazos. Finalmente, arrojarlo entre los desechos del hospital.

¿Por qué no puede el legislador “legitimar” el aborto? Porque nadie tiene “autoridad” para hacer “bueno” lo que es intrínsecamente “malo”. Y lo es todo aquello que atenta, porque “aniquila”, una vida inocente y desamparada. La doctrina de los derechos humanos ha enseñado, desde sus orígenes, que la sociedad existe para “asegurar” los derechos humanos naturales. Y el derecho a la “vida” no es posible condicionarlo, ni siquiera, a la comprobación de “justa causa”, tras un “debido proceso”. Al menos para los países que hemos suscripto dos protocolos contra la pena de muerte. ¿Si este derecho se lo reconocemos al más depravado e irrecuperable criminal, con mayor razón, no debiéramos reconocérselo a cualquier niño inocente?

Tampoco es cierto que un grave delito (la violación de una niña) justifique uno más atroz (la muerte de su hijo). La segunda barbaridad no remediará la primera. Como lo ha explicado el Dr. Tito Rosan, especialista en psiquiatría: “La violación constituye un hecho traumático, agravado, en este caso, por la edad de la chica… Por otro lado, practicarle un aborto constituye otro hecho traumático que agrava la experiencia negativa vivida por la niña. En mi carrera profesional, la casuística me ha demostrado reiteradamente que las mujeres que han sido protagonistas de un aborto experimentan un conflicto psicológico, que viven con hondo sufrimiento. Una vivencia traumática no se resuelve con otra vivencia traumática. Aunque la circunstancia es evidentemente delicada, el hecho de que tenga 12 años no inhibe la plena conciencia de llevar una vida humana en su seno. Además, un aborto agrede la experiencia de maternidad, que es una nota esencial de su condición femenina y de su equilibrio psicoemocional”.

A mi hija le dije que hoy, como ayer, a nadie le es lícito matar. Que debiéramos darle la oportunidad de vivir a este niño.

Ella me dijo que también le decía sí a la vida: ¿Y Ud?

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