Desde el sitio «Economía para Todos» Gabriela Pousá en su habitual análisis político formula preocupantes observaciones sobre el comportamiento de la presidente Cristina Kirchner y el funcionamiento del gobierno nacional.
Nos dice lo siguiente:
La estrategia comunicacional del Gobierno sólo podrá servir como distracción en el corto plazo, jamás como plan para reencauzar la economía y alejarnos del abismo.
Supongamos por un instante que Cristina Kirchner gobierna el país que proclama en sus improvisaciones orales. La Argentina así se convierte en una panacea.
Crecimiento constante, economía sólida guiada y regulada por el Estado (sinónimo éste por ejemplo, de Néstor Kirchner, Carlos Kunkel, Guillermo Moreno), partidos políticos concretos con alternativas que los diferencian, comercio pujante, desempleo bajísimo, la inflación que "no es problema" y casi ningún atisbo de miseria.
Sé que no es tarea fácil para cualquiera que anda por la calle imaginar esa Argentina siquiera.
Pero supongamos por un instante que ese es nuestro escenario, y de pronto, una crisis nos jaquea. Eso es, en rigor, lo que el matrimonio presidencial cree o dice creer que ocurrió en Norteamérica.
Pues bien, acatando la inicial premisa, ¿cómo actuaría Cristina?
En primer lugar. El matrimonio presidencial se tomaría unos días de "reflexión" en su residencia de El Calafate, con la "mesa chica" como suele decirse a uno o dos funcionarios, funcionales al "estilo K", invencible si consideramos que nada ha cambiado esencialmente desde la asunción en el 2003.
Seguido a ello, el regreso a la ciudad Capital con varias visitas a provincias "amigas" o actos programados en el conurbano siempre en lugares cerrados y con invitados bien ubicados en tribunas y palcos…
Y, desde luego, el atril y el Salón Blanco.
Esos serían, aproximadamente, los pasos que podría dar la jefe de Estado ante una crisis similar a la que sufre Estados Unidos.
Ahora bien, ¿en qué basaría el discurso Cristina Fernández?
Esperar una solución a la situación de coyuntura resultaría un acto de ingenuidad imperdonable, a esta altura, para la ciudadanía.
No vayamos a extremos. Observemos tan sólo cómo manejó el oficialismo los problemas que se fueron suscitando en el suelo argentino: desde la problemática con las pasteras en el Uruguay (Botnia ya es un hecho y al gobierno el tema se les fue de las manos), hasta la inseguridad o los accidentes en las rutas fruto de la quema de pastizales cuyo fuego redujo la visibilidad son situaciones que se dieron y aún se dan sin que nada varíe en el decir ni en el quehacer presidencial.
De nada sirvió perseguir a un par de productores rurales sin prueba alguna o buscar en los anales de los funcionarios pasados alguno con hectáreas en las zonas afectadas.
De acusaciones y un recorrido de Cristina para la foto con socorristas no se ha pasado. Y estos meros aspectos tomados de la infinidad de percances que se suceden a diario.
La pregunta clave es: ¿En este país, hay gobierno capaz de afrontar una crisis sin postergarla con parches y anuncios grandilocuentes que finalmente quedan en nada y, consecuentemente, todo vuelve?
La respuesta se esfuma en un mar de recuerdos inoportunos pero, paradójicamente o no, son los hechos que hoy siguen marcando la agenda política, y debatiéndose como si fueran originales y sorpresivos.
Aquel comienzo de gestión de Cristina Kirchner opacado por la valija incautada en el aeroparque está nuevamente en jaque. Apenas ha cambiado algo la afrenta primera que se hiciera desde el atril, acusando al país del Norte de un complot para desestabilizar al gobierno.
Hoy parece que el complot es contra Hugo Chávez, como si no hubiera un lazo importante entre el venezolano y el matrimonio que rige el paraíso proclamado en las improvisaciones de la jefe de Estado.
Por si acaso, el kirchnerismo guarda silencio y se envalentona pidiendo que venga Antonini Wilson a Buenos Aires, como si ese regreso pudiera despejar las dudas amparadas en hechos de contundencia magnánima.
Una extradición no es la solución ni la respuesta que el pueblo se merece, pero ahí están los Kirchner desviando el tema, y enviando voceros que sólo se limitan a pedir que el portador de aquella valija -tan actual como de antología-, declare en esta geografía.
Justamente aquí donde siguen las denuncias y debates por las presiones que sufren los magistrados, y los desórdenes que se viven en el ámbito de la Justicia, la torna, la mayoría de las veces, peligrosamente dependiente de la política.
Más allá de las culpabilidades, Antonini o quien fuera llegaría a un país donde se es culpable hasta que se demuestre la inocencia, al menos que haya algún vínculo cercano con la Presidente o quién le legara el cargo.
Pero volviendo al planteo inicial, la respuesta que podría darse en la Argentina ante una crisis similar, o ni siquiera tan intrincada como la que gravita en las finanzas internacionales, apuntaría a una conspiración de banqueros que complotaron con clases altas u oligarcas, y abusaron de los créditos hipotecarios o compraron en cuotas las 4 x 4.
Claro que, para semejante acusación, debería haber crédito accesible, ya que nadie pretende que sean reales aquellos préstamos a inquilinos que ofreciera el gobierno cuando empezara la campaña para entronar a Cristina.
Esos fueron sólo créditos en blanco y negro capaces de cubrir portadas y generar debates para la pérdida de tiempo.
En esto último, los argentinos debemos tener el triste récord de ir primeros.
En trance de barrer los problemas debajo de la alfombra en Balcarce 50, es posible que mañana se escuche decir que la efedrina venía en la valija incautada por la seguridad aeroportuaria, y los dólares eran de los mexicanos y estaban en los bolsillos de los tres jóvenes asesinados.
Para matizar habrá alguna trama de índole sentimental que ligue, por ejemplo, a la secretaria de algún funcionario con el hijo de la madre que tuvo dos hermanos, y uno de ellos llegó a ser… ¡jefe de Estado!
Así es el entramado, enmarañado por estrategia de manera tal que la cosa no se entienda.
Lo mismo sucede con la crisis del campo. Nunca se le dio solución, apenas se la acalló convalidando una derrota con una "conferencia de prensa" que muchos vieron como punto de inflexión en la conducta de la Presidente oradora.
Dos o tres apariciones públicas de Cristina Kirchner con sonrisa innovadora ante los flashes, fue vendida como un hito en la historia.
Hasta es factible que, "el voto no positivo" haya sido bienvenido en el oficialismo puesto que lo usó como punto final de algo que tenía y seguirá teniendo continuidad.
El campo no precisa una medida aislada sino una política agropecuaria inexistente o similar a las que se observan en otras áreas: improvisaciones coyunturales que no solucionan nada.
La maniobra de distraer con aparato comunicacional aceitado para ese oficio no da resultados.
Los almanaques son inflexibles, y antes o después, siempre se está volviendo al llano.
En un ejercicio cotidiano, basta con leer apenas las primeras páginas de cualquier diario para darse cuenta que la coyuntura nacional pasa por idéntica situación que pasara cuando se inaugurara el gobierno actual.
Aún faltan tres años y lo urgente parece ser forjar alianzas y hallar un candidato.
Esta premura no hace sino dejar al descubierto una extravagancia más de los argentinos: el tener un gobierno legítimo pero no legitimado, es decir, no visto ni contemplado como tal en quienes son precisamente sus representados.
Nos dice lo siguiente:
La estrategia comunicacional del Gobierno sólo podrá servir como distracción en el corto plazo, jamás como plan para reencauzar la economía y alejarnos del abismo.
Supongamos por un instante que Cristina Kirchner gobierna el país que proclama en sus improvisaciones orales. La Argentina así se convierte en una panacea.
Crecimiento constante, economía sólida guiada y regulada por el Estado (sinónimo éste por ejemplo, de Néstor Kirchner, Carlos Kunkel, Guillermo Moreno), partidos políticos concretos con alternativas que los diferencian, comercio pujante, desempleo bajísimo, la inflación que "no es problema" y casi ningún atisbo de miseria.
Sé que no es tarea fácil para cualquiera que anda por la calle imaginar esa Argentina siquiera.
Pero supongamos por un instante que ese es nuestro escenario, y de pronto, una crisis nos jaquea. Eso es, en rigor, lo que el matrimonio presidencial cree o dice creer que ocurrió en Norteamérica.
Pues bien, acatando la inicial premisa, ¿cómo actuaría Cristina?
En primer lugar. El matrimonio presidencial se tomaría unos días de "reflexión" en su residencia de El Calafate, con la "mesa chica" como suele decirse a uno o dos funcionarios, funcionales al "estilo K", invencible si consideramos que nada ha cambiado esencialmente desde la asunción en el 2003.
Seguido a ello, el regreso a la ciudad Capital con varias visitas a provincias "amigas" o actos programados en el conurbano siempre en lugares cerrados y con invitados bien ubicados en tribunas y palcos…
Y, desde luego, el atril y el Salón Blanco.
Esos serían, aproximadamente, los pasos que podría dar la jefe de Estado ante una crisis similar a la que sufre Estados Unidos.
Ahora bien, ¿en qué basaría el discurso Cristina Fernández?
Esperar una solución a la situación de coyuntura resultaría un acto de ingenuidad imperdonable, a esta altura, para la ciudadanía.
No vayamos a extremos. Observemos tan sólo cómo manejó el oficialismo los problemas que se fueron suscitando en el suelo argentino: desde la problemática con las pasteras en el Uruguay (Botnia ya es un hecho y al gobierno el tema se les fue de las manos), hasta la inseguridad o los accidentes en las rutas fruto de la quema de pastizales cuyo fuego redujo la visibilidad son situaciones que se dieron y aún se dan sin que nada varíe en el decir ni en el quehacer presidencial.
De nada sirvió perseguir a un par de productores rurales sin prueba alguna o buscar en los anales de los funcionarios pasados alguno con hectáreas en las zonas afectadas.
De acusaciones y un recorrido de Cristina para la foto con socorristas no se ha pasado. Y estos meros aspectos tomados de la infinidad de percances que se suceden a diario.
La pregunta clave es: ¿En este país, hay gobierno capaz de afrontar una crisis sin postergarla con parches y anuncios grandilocuentes que finalmente quedan en nada y, consecuentemente, todo vuelve?
La respuesta se esfuma en un mar de recuerdos inoportunos pero, paradójicamente o no, son los hechos que hoy siguen marcando la agenda política, y debatiéndose como si fueran originales y sorpresivos.
Aquel comienzo de gestión de Cristina Kirchner opacado por la valija incautada en el aeroparque está nuevamente en jaque. Apenas ha cambiado algo la afrenta primera que se hiciera desde el atril, acusando al país del Norte de un complot para desestabilizar al gobierno.
Hoy parece que el complot es contra Hugo Chávez, como si no hubiera un lazo importante entre el venezolano y el matrimonio que rige el paraíso proclamado en las improvisaciones de la jefe de Estado.
Por si acaso, el kirchnerismo guarda silencio y se envalentona pidiendo que venga Antonini Wilson a Buenos Aires, como si ese regreso pudiera despejar las dudas amparadas en hechos de contundencia magnánima.
Una extradición no es la solución ni la respuesta que el pueblo se merece, pero ahí están los Kirchner desviando el tema, y enviando voceros que sólo se limitan a pedir que el portador de aquella valija -tan actual como de antología-, declare en esta geografía.
Justamente aquí donde siguen las denuncias y debates por las presiones que sufren los magistrados, y los desórdenes que se viven en el ámbito de la Justicia, la torna, la mayoría de las veces, peligrosamente dependiente de la política.
Más allá de las culpabilidades, Antonini o quien fuera llegaría a un país donde se es culpable hasta que se demuestre la inocencia, al menos que haya algún vínculo cercano con la Presidente o quién le legara el cargo.
Pero volviendo al planteo inicial, la respuesta que podría darse en la Argentina ante una crisis similar, o ni siquiera tan intrincada como la que gravita en las finanzas internacionales, apuntaría a una conspiración de banqueros que complotaron con clases altas u oligarcas, y abusaron de los créditos hipotecarios o compraron en cuotas las 4 x 4.
Claro que, para semejante acusación, debería haber crédito accesible, ya que nadie pretende que sean reales aquellos préstamos a inquilinos que ofreciera el gobierno cuando empezara la campaña para entronar a Cristina.
Esos fueron sólo créditos en blanco y negro capaces de cubrir portadas y generar debates para la pérdida de tiempo.
En esto último, los argentinos debemos tener el triste récord de ir primeros.
En trance de barrer los problemas debajo de la alfombra en Balcarce 50, es posible que mañana se escuche decir que la efedrina venía en la valija incautada por la seguridad aeroportuaria, y los dólares eran de los mexicanos y estaban en los bolsillos de los tres jóvenes asesinados.
Para matizar habrá alguna trama de índole sentimental que ligue, por ejemplo, a la secretaria de algún funcionario con el hijo de la madre que tuvo dos hermanos, y uno de ellos llegó a ser… ¡jefe de Estado!
Así es el entramado, enmarañado por estrategia de manera tal que la cosa no se entienda.
Lo mismo sucede con la crisis del campo. Nunca se le dio solución, apenas se la acalló convalidando una derrota con una "conferencia de prensa" que muchos vieron como punto de inflexión en la conducta de la Presidente oradora.
Dos o tres apariciones públicas de Cristina Kirchner con sonrisa innovadora ante los flashes, fue vendida como un hito en la historia.
Hasta es factible que, "el voto no positivo" haya sido bienvenido en el oficialismo puesto que lo usó como punto final de algo que tenía y seguirá teniendo continuidad.
El campo no precisa una medida aislada sino una política agropecuaria inexistente o similar a las que se observan en otras áreas: improvisaciones coyunturales que no solucionan nada.
La maniobra de distraer con aparato comunicacional aceitado para ese oficio no da resultados.
Los almanaques son inflexibles, y antes o después, siempre se está volviendo al llano.
En un ejercicio cotidiano, basta con leer apenas las primeras páginas de cualquier diario para darse cuenta que la coyuntura nacional pasa por idéntica situación que pasara cuando se inaugurara el gobierno actual.
Aún faltan tres años y lo urgente parece ser forjar alianzas y hallar un candidato.
Esta premura no hace sino dejar al descubierto una extravagancia más de los argentinos: el tener un gobierno legítimo pero no legitimado, es decir, no visto ni contemplado como tal en quienes son precisamente sus representados.
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