"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

miércoles, 19 de noviembre de 2008

DISCURSO DEL PRESIDENTE DE FRANCIA, NICOLAS SARKOZY

- EXTRACTO -



SITUACIÓN FINANCIERA INTERNACIONAL

(Toulon, 25 de Septiembre de 2008)

Señoras y señores Ministros; señoras y señores Parlamentarios:



Si he querido dirigirme esta tarde a los Franceses es porque la situación de nuestro país lo exige. Soy consciente de mi responsabilidad en estas circunstancias excepcionales.

Una crisis de confianza sin precedente desestabiliza la economía mundial. Las grandes instituciones financieras están amenazadas, millones de pequeños ahorristas en el mundo que depositaron sus ahorros en la bolsa ven cómo su patrimonio se descompone día tras día, millones de jubilados que han cotizado en fondos de pensiones temen por su jubilación, millones de hogares modestos viven momentos difíciles por el alza de los precios.

Como en todo el mundo, los franceses temen por sus ahorros, por su empleo y por su poder adquisitivo. El miedo es sufrimiento. El miedo impide emprender, el miedo impide implicarse.

Cuando se tiene miedo, no se tienen sueños; cuando se tiene miedo, uno no piensa en el futuro. Hoy, el miedo es la principal amenaza para la economía. Hay que vencer ese miedo. Es la labor más urgente. No se vencerá, no se restablecerá la confianza con mentiras, sino diciendo la verdad.

Los franceses quieren la verdad y estoy convencido de que están dispuestos a escucharla. Si sienten que se les esconde algo, la duda crecerá. Si están convencidos de que no se les oculta nada, hallarán en ellos mismos la fuerza para superar la crisis.

Decir la verdad a los Franceses es decirles que la crisis no ha terminado, que sus consecuencias serán duraderas, que Francia está demasiado implicada en la economía mundial como para pensar siquiera un instante que pueda estar protegida contra los acontecimientos que, ni más ni menos, desequilibran el mundo. Decir la verdad a los Franceses es decirles que la crisis actual tendrá consecuencias en el crecimiento, en el desempleo, en el poder adquisitivo durante los próximos meses.

Decir la verdad a los Franceses es decir, en primer lugar, la verdad sobre la crisis financiera. Porque esta crisis, sin igual desde los años 30, marca el final de un mundo construido tras la caída del Muro de Berlín y el final de la Guerra Fría. Ese mundo fue impulsado por un gran sueño de libertad y de prosperidad.

La generación que venció al comunismo había soñado con un mundo donde la democracia y el mercado resolverían todos los problemas de la humanidad. Había soñado con una mundialización feliz que acabaría con la pobreza y la guerra.

Este sueño ha empezado a hacerse realidad: las fronteras se han abierto, millones de hombres han escapado a la miseria, pero el sueño se ha quebrado con el resurgimiento de los fundamentalismos religiosos, los nacionalismos, las reivindicaciones identitarias, el terrorismo, los dumping, las deslocalizaciones, las derivas de las finanzas globales, los riesgos ecológicos, el agotamiento anunciado de los recursos naturales, las revueltas del hambre.

En el fondo, con el final del capitalismo financiero -que había impuesto su lógica a toda la economía y que había fomentado su perversión- muere una determinada idea de la mundialización.

La idea de la omnipotencia del mercado que no debía ser alterado por ninguna regla, por ninguna intervención pública; esa idea de la omnipotencia del mercado era descabellada.

La idea de que los mercados siempre tienen razón es descabellada.

Durante varios decenios, se han creado las condiciones que sometían la industria a la lógica de la rentabilidad financiera a corto plazo.

Se han ocultado los riesgos crecientes que había que correr para obtener rendimientos cada vez más exorbitantes.

Se han desarrollado sistemas de remuneración que incitaban a los operadores a correr cada vez más riesgos inconsiderados.

Se ha fingido creer que los riesgos desaparecían uniéndolos.

Se ha permitido que los bancos especulen en los mercados en vez de hacer su trabajo que consiste en invertir el ahorro en desarrollo económico y analizar el riesgo del crédito.

Se ha financiado al especulador y no al emprendedor. No se han controlado las agencias de calificación y los fondos especulativos.

Se ha obligado a las empresas, a los bancos, a las aseguradoras a inscribir sus activos en las cuentas a precios del mercado que aumentan y se reducen en función de la especulación.

Se ha sometido a los bancos a reglas contables que no garantizan la gestión correcta de los riesgos y que, en caso de crisis, agravan la situación en vez de amortiguar el choque.

¡Es una locura y hoy pagamos por ello!

Este sistema donde el responsable de un desastre puede partir con un paracaídas dorado, donde un corredor de bolsa puede hacer perder 5000 millones de euros a su banco sin que nadie se dé cuenta, donde se exige a las empresas rendimientos tres o cuatro veces más elevados que el crecimiento real de la economía, este sistema ha creado profundas desigualdades, ha desmoralizado a las clases medias y ha fomentado la especulación en los mercados inmobiliarios, de materias primeras y de productos agrícolas.

Pero este sistema –hay que decirlo porque es la verdad- no es la economía de mercado, no es el capitalismo.

La economía de mercado es el mercado regulado, el mercado al servicio del desarrollo, al servicio de la sociedad, al servicio de todos. No es la ley de la jungla, no son beneficios exorbitantes para unos y sacrificios para todos los demás. La economía de mercado es la competencia que reduce los precios, que elimina las rentas y que beneficia a todos los consumidores.

El capitalismo no es el corto plazo, es el largo plazo, la acumulación de capital, el crecimiento a largo plazo.

El capitalismo no es la primacía del especulador. Es la primacía del emprendedor, la recompensa del trabajo, del esfuerzo, de la iniciativa.

El capitalismo no es la disolución de la propiedad, la irresponsabilidad generalizada. El capitalismo es la propiedad privada, la responsabilidad individual, el compromiso personal, es una ética, una moral, instituciones.

De hecho, el capitalismo ha posibilitado el extraordinario auge de la civilización occidental desde hace siete siglos.

La crisis financiera que vivimos hoy, mis queridos compatriotas, no es la crisis del capitalismo. Es la crisis de un sistema que se ha alejado de los valores más fundamentales del capitalismo, que ha traicionado al espíritu del capitalismo.

Quiero decirlo a los franceses: el anticapitalismo no ofrece ninguna solución a la crisis actual.

Reanudar con el colectivismo que tantos desastres provocó en el pasado sería un error histórico. Pero no hacer nada, no cambiar nada, conformarse con cargar al contribuyente todas las pérdidas y fingir que no ha pasado nada también sería un error histórico.

Mis queridos compatriotas, podemos salir reforzados de esta crisis. Podemos salir y podemos salir reforzados, si aceptamos cambiar nuestro modo de pensamiento y nuestros comportamientos. Si hacemos el esfuerzo necesario para adaptarnos a las nuevas realidades que se imponen a nosotros. Si actuamos, en vez de padecer.

La crisis actual debe incitarnos a refundar el capitalismo en una ética del esfuerzo y del trabajo, a encontrar de nuevo un equilibrio entre la libertad necesaria y la regla, entra la responsabilidad colectiva y la responsabilidad individual.

Tenemos que alcanzar un nuevo equilibrio entre el Estado y el mercado, cuando en todo el mundo los poderes públicos se ven obligados a intervenir para salvar el sistema bancario del derrumbe.

Debe instaurarse una nueva relación entre la economía y la política mediante el desarrollo de nuevas reglamentaciones. La autorregulación para resolver todos los problemas, se ha acabado.

El laissez-faire, se ha acabado. El mercado que siempre tiene razón, se ha acabado.

Hay que aprender de la crisis para que no se reproduzca. Hemos estado al borde de la catástrofe, el mundo ha estado al borde de la catástrofe, no podemos correr el riesgo de empezar de nuevo. Si queremos construir un sistema financiero viable, la moralización del capitalismo financiero es una prioridad.

No dudo en decir que los modos de remuneración de los dirigentes y de los operadores deben estar enmarcados. Ha habido demasiados abusos, demasiados escándalos.

O los profesionales se ponen de acuerdo sobre las prácticas aceptables o el Gobierno de la

República resolverá el problema mediante la ley antes de fin del año.

Los dirigentes no deben tener el estatuto de mandatario social y beneficiar a la vez de las garantías de un contrato de trabajo. No deben recibir acciones gratuitas. Su remuneración debe fundarse en los resultados económicos reales de las empresas. No deben poder optar por un paracaídas dorado cuando han cometido faltas o han puesto a su empresa en dificultad. Y si los dirigentes están interesados por el resultado –es algo positivo- los demás asalariados de la empresa, en particular los más modestos, también deben estarlo, puesto que ellos también participan en la riqueza de la empresa. Si los dirigentes tienen stock options, los demás asalariados también deben tenerlas o beneficiar de un sistema de incentivos.

He aquí algunos principios sencillos basados en el sentido común y en la moral elemental en los que no cederé.

Los dirigentes perciben remuneraciones elevadas porque tienen grandes responsabilidades. Pero no se puede querer un buen salario y no asumir las responsabilidades. Ambas cosas van unidas.

Es aún más cierto en el campo de las finanzas. ¿Cómo admitir que tantos operadores financieros salgan ganado, cuando durante años se han enriquecido conduciendo a todo el sistema financiero a la situación actual?

Se han de buscar responsabilidades y los responsables de este naufragio deben, al menos, ser sancionados financieramente. La impunidad sería inmoral. No podemos conformarnos con hacer pagar a los accionistas, a los clientes, a los asalariados, a los contribuyentes y exonerar a los principales responsables.

¿Quién podría aceptar algo que sería, ni más ni menos, una gran injusticia?

Además, hay que reglamentar los bancos para regular el sistema, ya que los bancos son el núcleo del sistema.

Hay que dejar de imponer a los bancos reglas de prudencia que incitan primero a la creatividad contable y no a gestionar con rigor los riesgos. En el futuro, habrá que controlar mucho mejor la forma en la que desempeñan su oficio, el modo de evaluación y de gestión de los riesgos, la eficacia de los controles internos, etc.

Habrá que imponer a los bancos financiar el desarrollo económico y no la especulación.

La crisis que vivimos debe conducirnos a una reestructuración de gran amplitud de todo el sector bancario mundial. Teniendo en cuenta lo que acaba de ocurrir y la importancia de las implicaciones para el futuro de nuestra economía, es evidente que, en Francia, el Estado estará atento y desempeñará un papel activo.

Habrá que enfrentarse al problema de la complejidad de los productos de ahorro y de la opacidad de las transacciones para que cada uno pueda evaluar realmente los riesgos que corre. Pero también habrá que plantearse preguntas polémicas como la de los paraísos fiscales, las condiciones en las que se realizan las ventas al descubierto que permiten especular vendiendo títulos que no se poseen o la cotización continua que permite comprar y vender en todo momento activos y que influye –como sabemos- en las aceleraciones del mercado y en la creación de burbujas especulativas.

Habrá que interrogarse sobre la obligación de contabilizar los activos al precio del mercado que tanto desestabilizan en caso de crisis.

Habrá que controlar a las agencias de calificación que –insisto en ello- han presentado fallas. De ahora en adelante, ninguna institución financiera, ningún fondo deben poder escapar al control de una autoridad de regulación.

Pero la reorganización del sistema financiero no sería completa, si a la par no se previera acabar con el desorden monetario.

La moneda está en el centro de la crisis financiera y de las distorsiones que afectan a los intercambios mundiales. Si no somos cuidadosos, el dumping monetario acabará por engendrar guerras comerciales extremadamente violentas y dará vía libre al peor proteccionismo. Ya que el productor francés puede obtener todos los beneficios de productividad que quiera o que pueda. Puede incluso competir con los salarios reducidos de los obreros chinos, pero no puede compensar la infravaloración de la moneda china. Nuestra industria aeronáutica puede ser muy eficaz, pero no puede luchar contra la ventaja competitiva que la infravaloración crónica del dólar da a los constructores estadounidenses.

Por tanto, reitero hasta qué punto me parece necesario que los Jefes de Estado y de Gobierno de los principales países concernidos se reúnan antes a fin de año para extraer las lecciones de la crisis financiera y coordinar sus esfuerzos para restablecer la confianza. He realizado esta propuesta de pleno acuerdo con la Canciller alemana, la Sra. Merkel, con quien me he entrevistado y con quien comparto las mismas preocupaciones a propósito de la crisis financiera y sobre las lecciones que vamos a tener que extraer.

Estoy convencido de que el mal es profundo y de que hay que renovar todo el sistema financiero y monetario mundial, como en Bretton Woods después de la II Guerra mundial. Así, podremos crear herramientas para una regulación mundial que la globalización y la mundialización de los intercambios hacen necesarias. No se puede seguir gestionando la economía del siglo XXI con los instrumentos económicos del siglo XX. Tampoco se puede concebir el mundo del mañana con las ideas de ayer.

Cuando los bancos centrales hacen todos los días la tesorería de los bancos y cuando el contribuyente estadounidense va a gastar un billón de dólares para evitar una quiebra generalizada, ¡me parece que la cuestión de la legitimidad de los poderes públicos para intervenir en el funcionamiento del sistema financiero ya no se plantea!

A veces, la autorregulación es insuficiente. A veces, el mercado se equivoca. A veces, la competencia es ineficaz o desleal. Entonces, el Estado tiene que intervenir, imponer reglas, invertir, tomar participaciones, a condición de que sepa retirarse cuando su intervención ya no sea necesaria.

No habría nada peor que un Estado preso de los dogmas, preso de una doctrina rígida como una religión. Imaginemos cómo estaría el mundo, si el Gobierno estadounidense no hubiese hecho nada frente a la crisis financiera, con el pretexto de respetar una supuesta ortodoxia en materia de competencia, de presupuesto o de moneda.

En estas circunstancias excepcionales en las que la necesidad de actuar se impone a todos, llamo a Europa a reflexionar sobre su capacidad para hacer frente a la urgencia, a concebir de nuevo sus reglas, sus principios, extrayendo lecciones de lo que ocurre en el mundo. Europa debe dotarse de los medios necesarios para actuar cuando la situación lo exige y no condenarse a padecer. Si Europa quiere preservar sus intereses, si quiere poder intervenir en la reorganización de la economía mundial, debe iniciar una reflexión colectiva sobre su doctrina de la competencia –a mi juicio, la competencia es sólo un medio y no un fin en sí– sobre su capacidad para movilizar recursos para preparar el futuro, sobre los instrumentos de su política económica, sobre los objetivos asignados a la política monetaria. Sé que es difícil porque Europa incluye 27 países, pero cuando el mundo cambia, Europa también debe cambiar. Debe ser capaz de transformar sus propios dogmas. No puede estar condenada a la variable de ajuste de las demás políticas, por no disponer de medios para actuar. Y quiero hacer una pregunta seria: si lo ocurrido en Estados unidos, hubiese ocurrido en Europa, ¿con qué rapidez, con qué fuerza, con qué determinación se habría enfrentado Europa, con las instituciones y los principios actuales, a la crisis? Para todos los europeos, es evidente que la mejor respuesta a la crisis debería ser europea. En mí condición de Presidente de la Unión, propondré iniciativas en este sentido en el próximo Consejo europeo del 15 de Octubre.
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Decíamos en septiembre de 2006, basándonos en los principios de la doctrina económica del Justicialismo:

DEVALUACION + DEUDA EXTERNA = SOMETIMIENTO

© Jorge Burzaco Osinde

La moneda:Sistemas monetarios.

Los sistemas monetarios de las modernas naciones están compuestos de diversos tipos de dinero, creado y regulado por la legislación, y que es utilizado para desempeñar todas las funciones para las que es requerido. La exigencia es un patrón de valor sobre el cual se define la unidad monetaria (casi siempre una mercancía, el oro.); papel moneda, monedas auxiliares y valores. Las diferentes clases de moneda de un país se emiten en múltiplos o fracciones de un patrón base de medida llamado “unidad monetaria”; por ejemplo, en Argentina esta unidad monetaria se denomina Peso; y Dólar en Estados Unidos de Norte América.

La unidad monetaria es la medida para determinar el valor de todas las mercancías y servicios que se cambian en el mercado. En el caso de utilizarse el patrón oro para respaldar una moneda, ésta debe poder cambiarse por su contravalor en oro. En caso de los depósitos bancarios, la paridad en el crédito puede conservarse obligando a los bancos a mantener reservas en oro o de moneda legal a fin de mantener la convertibilidad directa o indirecta de los depósitos en moneda patrón.

A pesar que pocas transacciones pueden liquidarse en oro, ello servirá como medio internacional de cambio y establecerá una equivalencia de poder adquisitivo entre las diferentes monedas de los diversos países; paridad que alienta el comercio exterior.

Cuando una nación se ve obligada, por los errados manejos de su política económica, a abandonar su patrón metálico tradicional, el problema de mantener la paridad entre los componentes de su estructura monetaria con el cambio a monedas extranjeras ofrece frecuentemente grandes dificultades.

El nuevo patrón es en general papel moneda que normalmente, es aumentado por emisiones sucesivas. El aumento del volumen monetario resulta, así, excesivo para el volumen de productos disponibles para el cambio. En estas circunstancias el nivel de precios interiores aumenta y el valor de la unidad monetaria en el mercado internacional disminuye.

Cuando la inflación del circulante interno es excesiva, armonizar las antiguas condiciones de equilibrio económico de la estructura monetaria con el sistema industrial no es fácil. El proceso de deflación lleva aparejado la disminución del valor de las obligaciones públicas y privadas y va frecuentemente acompañada por la depreciación del circulante y de la devaluación de la unidad monetaria.

La moneda en función social:

Las características que asumió nuestro país, de sumisión, con la finalidad de favorecer los intereses del capital inglés a través de los gobiernos de la oligarquía que a partir de 1899 dieron forma a la ley 3871, que fijó la relación oro a papel, colocó a la Argentina en un régimen de servidumbre constante a esos intereses.

La condición de país productor y exportador de materias primas fue aprovechada para el sometimiento sobre los nuestros ejercitando la aplicación de métodos por los cuales la economía de la patria quedaba al arbitrio de las fluctuaciones de los precios del mercado internacional.

Así el comportamiento de los países altamente industrializados se correspondía con el propósito de impedir nuestro crecimiento económico a efectos de hacerlo sentir en el aumento demográfico. Nuestra economía interna onduló siempre al compás de las expansiones y contracciones de dicho comportamiento; así cuando se presenta una época prospera se recurre al arbitrio de incrementar los medios de pago de los sectores del agro y el comercio, elevando consecuentemente el nivel de los depósitos bancarios.

Invertidos en el mercado, los medios de pago son orientados en el exterior a la adquisición de mercancías por un monto superior al representado por nuestras exportaciones; y por el contrario, con la situación inversa la balanza del intercambio sufre un declive que al chocar con los factores artificiales de la etapa precedente genera en la sociedad un clima de enrarecimiento financiero asfixiante.

En tanto, el Gobierno tiene que hacer frente a los compromisos contraídos en el exterior; de esta manera los servicios de amortización de la deuda externa acarrean el agravante de la falta de respaldo en oro que provoca una simulada devaluación del peso moneda nacional. Todo esto trae aparejado la fuga de capitales ya que, persiguiendo estos un fin especulativo, optan por buscar negocios de mayor provecho en espera de mejores oportunidades.

Claro que no se conmueven con la situación de zozobra que dicha conducta produce en los hogares argentinos. La consecuencia producida por este accionar perverso es que el dinero, como instrumento de cambio, ha sido puesto al servicio exclusivo del capital y se ha deshumanizado, desnivelando la riqueza y asumiendo una función antisocial que somete al trabajador a una situación indigna, y orada la cultura ciudadana.

Devaluación: ¿Cómo se produce este fenómeno?

Cuando un país tiene, por ejemplo, un valor en oro que representa cien millones de pesos y el papel, emitido moneda, en circulación alcanza esa misma cantidad, es decir cien millones de pesos, cada peso papel emitido representa exactamente cien centavos oro; dejando de lado, para ejemplificar, el factor de la velocidad del curso legal de la moneda oro o papel que la representa y que permite que sea utilizada una o más veces.

En ese caso podemos decir que el peso papel está a la par del peso oro y viceversa. Pero si el gobierno manda a imprimir cien millones de pesos más y los pone en circulación entonces, como las necesidades monetarias del país no han variado, los doscientos millones de pesos siguen representando el mismo valor oro de los cien millones originales, que son los que el país requiere para sus transacciones.

Así, los doscientos millones nominales bajan su valor en forma automática hasta equilibrar el de los cien millones anteriores. El papel que antes valía cien centavos, disminuye su valor a cincuenta centavos oro. El tenedor de dinero en efectivo pierde la mitad de su capital y el obrero al cobrar su salario cobra la mitad.

El precio de las mercancías e insumos de importación que se regulan a oro, duplican su valor. El costo de la vida se ha duplicado.

Deuda externa: ¿Una consecuencia de la devaluación?

Está fácilmente demostrado que antes de la industrialización, solo el territorio de la Patria constituía patrimonio. Así fue como desde la época de la colonia el reparto de tierras pasó a ser prioritario para nuestros gobernantes.

El origen de los propietarios de la tierra se remonta a dos procedencias: los de la ciudad, en la segunda fundación de Buenos Aires y los de la campaña, en las “mercedes” reales.

El 11 de junio de 1580 Juan de Garay funda la ciudad de Santa María de Buenos Aires, y nombra las primeras autoridades comunales; resultando ediles honorarios Pío Ortiz de Zárate y Gonzalo Martél de Guzmán y otros, entre quienes, junto con los soldados repartió las tierras; reservando las de la Iglesia.

En cuanto a la campaña, fueron propietarios iniciales ochenta personas que desde el año 1586 recibieron tierras, en donación, por parte de los reyes de España.

Para 1744 eran, de acuerdo al primer censo llevado a cabo, 186 los propietarios en la ciudad y 141 en la campaña. Pero existían 1283 esclavos entre la ciudad y la campaña en una comercialización de “carne humana” llevada a cabo por una compañía inglesa beneficiada por el monopolio que le había otorgado la corona Española.

Fue Bernardino Rivadavia, movido por ideas colectivistas, enemigo de la propiedad privada de la tierra, quien habría aprovechado lo resortes de la ley, en sus manos, para poner en ejecución una ley de enfiteusis que impidiese la proliferación del comercio de la propiedad de la tierra, que el pensaba debían estar en manos de la Nación. Increíblemente, fue autor de la ley de “inviolabilidad de la propiedad”, quizá para ponerse a tono con la actualidad europea que desarrollaba las ideas de libertad de la mano de Juan Jacobo Rouseau y su “Contrato Social” y de los “aires versallescos” de la Revolución Francesa que desembarcaban en Buenos Aires.

Los primeros años de anarquía, los cuantiosos gastos de mantenimiento de la Independencia y recursos escasos lo llevaron a pedir un crédito. ¿Quién prestaría a un país en formación y sin medios de producción?

Inglaterra, que no había podido hacer pie en Buenos Aires, esperaba gustosa la señal de sus logias locales, sabiamente infiltradas en las ideas bonaerenses. Así la banca Baring de Londres se hizo del patrimonio de la tierra argentina. Martín Rodríguez y su ministro Rivadavia concertaron dicho préstamo poniendo en juego el valor de la tierra patria por primera vez. La Junta de Representantes aprobó la ley el 18 de agosto de 1825 pero transcurrieron más de tres años hasta que se hizo efectivo por medio del gobierno de Las Heras. El empréstito se dedicó a los servicios nacionales de los años 1825/26/27 según el artículo 1º y a fomentar un Banco Nacional. La garantía se trató en el artículo 5º donde se aclaraba la hipoteca de la tierra y bienes inmuebles y se impedía la enajenación en todo el territorio nacional sin autorización expresa del Congreso.

El 16 de marzo de 1826 Rivadavia reglamentaba la ley de enfiteusis que se ponía en vigor en todo el país. Claro que los gastos provocados por la guerra con el Brasil darían una nueva oportunidad para continuar con el sometimiento a nombre de Inglaterra.

Así por medio de la ley de enfiteusis, que no permitía la venta de tierras sino su arrendamiento a perpetuidad, a cambio de un “canon” fijado a los depositarios de las tierras solicitadas, éstas pasaron a manos de testaferros locales de grupos de banqueros extranjeros, en su mayoría ingleses y franceses. Es el origen de la deuda externa argentina.

La inflación: ¿Consecuencia de la elevación del consumo?

La inflación, podríamos decir que está explícitamente sintetizada en los puntos anteriores; sin embargo existen diferentes tipos de disparadores de inflación; y no solo la emisión monetaria es la responsable.

Los países más prósperos y realizados no siempre son aquellos que muestran un consumo elevado, sino aquellos que producen más y ahorran sobre la diferencia. La relación entre producción y consumo reviste un factor preponderante en el equilibrio económico del pueblo.

Cuando se consume por sobre la producción el déficit resulta negativo para la comunidad porque eleva los precios. Cuando la producción supera el consumo la situación es inversa lo que beneficia a la comunidad.

Por eso la economía doméstica debería apuntar a desestimar el despilfarro.

Siempre que la inestabilidad social comienza a intranquilizar al mercado, este reacciona en forma especulativa como mecanismo de protección.

Pero como decía Perón, “un ejemplo lo aclara todo”: Corrían los últimos meses de de 1834, y el General Facundo Quiroga es delegado del gobierno de Buenos Aires para intentar solucionar la guerra desatada entre Salta y Tucumán. Quiroga disfrutaba de gran prestigio y era una de las personalidades más influyentes del Partido Federal del interior y de Cuyo. Sin embargo su prestigio despertaba recelo entre los gobernadores de Córdoba y de Santa Fe.

Finalizada su tarea con notable éxito, había unido a Salta, Tucumán y Santiago del Estero en combatir la idea de anexión de Jujuy con Bolivia, parte de regreso el 6 de febrero de 1835 desoyendo el consejo de no atravesar Córdoba. El 16 del mismo mes en el paraje “Barranca Yaco” su galera es interceptada por una partida comandada por los hermanos Reinafé y Quiroga es asesinado.

En poco tiempo el revuelo provocado por la muerte del caudillo Riojano provoca la renuncia del Gobernador Maza y la Sala de Representantes le ofrece el cargo a Juan Manuel de Rozas quién acepta previo un plebiscito.

La suma del poder público no logró evitar la inflación que provocó la situación creada. Y Rozas debió acudir a un préstamo para parar dicho efecto. A las repetidas manifestaciones de adhesión de que fue objeto Rozas, en circunstancias en que enemigos interiores y exteriores (Uruguay) fraguaban con dos grandes potencias (Inglaterra y Francia) las armas para derribarlo, se siguieron las suscripciones de los vecinos y corporaciones para ayudar a la guerra contra Rivera y los unitarios.

Mientras una minoría hábil maneja dineros y recursos extranjeros para conseguir el poder, el bajo pueblo en masa, los ciudadanos más acomodados, los notables y patricios de Buenos Aires ponían sus fortunas al servicio de la causa Federal para defender la honra nacional.

En nota fechada 15 de setiembre de 1835 – año 26 de la libertad – 20 de la independencia – y 6 de la Confederación Argentina (sic), dice Rozas: “…Por otra parte, “con esta cantidad, y con alguna otra operación de Tesorería me propongo uniformar la “deuda que pesa sobre ella, y dar fin a la emisión de billetes de Receptoría, fijando su “amortización gradual de modo que, los capitales substraídos a la industria vuelvan a “tomar su curso poco a poco sin embarazarse, y a establecer de nuevo la habitud del “trabajo.

“Tampoco puedo olvidar, que fijado el pago total de la deuda flotante, debe bajar el “interés del dinero, lo que ha de facilitar los medios de producción, y crear con la subida “de los fondos públicos y otros documentos de crédito, un capital considerable.

“Finalmente, ahora considero más cercano el día en que los abusos del crédito “quedarán borrados con su buen uso, y en que se pueda tratar la cuestión vital del “establecimiento de la circulación metálica”.

Esta extensa nota de la que resumimos dos párrafos, está firmada Juan Manuel de Rozas; y enviada a los suscriptores por Lucio N. Mansilla; Alejandro Martínez; Juan Alsina; Pedro Plomer; Pedro J. Vela y Simón Pereyra.



Sometimiento:Sinarquía, ¿algunos nativos originarios de argentina se han propuesto destruir al país?

La costumbre de gastar más de lo calculado o de lo rentado, comprometiendo luego al país en empréstitos ha sido la costumbre de los gobernantes que han respondido y responden a la denominación de “sinarquía” aplicada por el General Perón a quienes juegan el papel de interlocutores de las potencias extranjeras frente al pueblo, con engaños y artilugios y que nunca nada quede claro. Pero un ejemplo lo aclara todo:

Presidencia de Sarmiento: 1871, renta: 12 millones; gastado: 21 millones. 1872, renta: 18 millones; gastado: 26 millones. 1873, renta: 20 millones; gastado: 36 millones. 1874, renta: 15 millones; gastado: 30 millones, o sea el doble.

Presidencia de Avellaneda: 1875, renta: 17 millones; gastado: 28 millones. 1880, renta: 19 millones; gastado: 26 millones. Entre ambos extremos producto de una gran crisis los egresos se aproximaron a los recursos.

Presidencia Roca: 1880, vimos las cifras. 1886, renta 26 millones; gastado 54 millones. En esta presidencia se contrajeron varios empréstitos cuantiosos para la terminación del puerto y el ferrocarril a Jujuy.

Presidencia Juárez Celman: 1887, renta 38 millones; gastado 48 millones. 1888 renta 34 millones; gastado: 51 millones. 1889, renta: 38 millones; gastado: 59 millones. 1890, renta: 29 millones; gastado: 38 millones. Entrados los años terribles de la crisis financiera y bajo la Presidencia Pellegrini: 1891, renta 19 millones; gastado: 33 millones. 1992, renta: 22 millones; gastado 38 millones oro. Sin embargo eran épocas en que se respetaba el envío del proyecto de presupuesto en tiempo y forma al Congreso.

Quizá comprender la dimensión del juego de intereses que implican la forma de control de los países poseedores de los últimos reservorios de materias primas críticas, de toda naturaleza, como el agua o la proteína nos muestra como una nación sin posibilidades de industrialización; rol que en Latinoamérica le cupo a Brasil.

El hombre con más visión en ese sentido, el General Juan Perón dejó escrito la forma de sometimiento en forma más que elocuente y sin embargo no nos hemos enterado: él señaló la filosofía “común” a los modernos imperialismos: el régimen capitalista o de “explotación del hombre por el hombre”, y el régimen colectivismo o “explotación del hombre por el estado” quienes en su lucha por la hegemonía mundial expoliaron por igual a los países del sur del planeta, poseedores de los últimos grandes yacimientos de materias primas. A la alianza de las dos ideologías en dicho objetivo común y al contexto de sus líneas ocultas para impulsarlas es a lo que Perón denominó, globalmente, “Sinarquía”.

Hoy, ante la situación de hegemonía creada por el Capital que requiere una dependencia, y de la presión de los grandes grupos energéticos que reacomodan la industrialización en su propio beneficio, la “Tercera Posición Justicialista” que busca humanizar el capital para dignificar el trabajo y así elevar la cultura ciudadana es la única herramienta válida para terminar con esta pesadilla de estar parados sobre la proteína-dólar, viendo crecer las plantas en las cornisas, mientras hay chicos que se nos mueren de hambre.

Jorge Burzaco Osinde

Proyección Vecinal

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