"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

domingo, 1 de marzo de 2009

Encima de la crisis, nos castiga el flagelo del discurso optimista...

Por: Marcelo A. Moreno mmoreno@clarin.com
A los argentinos -gimnastas consumados en hacer cintura frente a derrumbes variopintos- esta última crisis, terrible y global, tiende a hartarnos al tiempo que nos alcanza, corroe y amenaza con devastarnos.

Pero si aceptamos con mufada resignación criolla que otra vez nos toca bailar con la más fea, a muchos nos cabrea por demás que nos repitan como una letanía que toda crisis significa, en realidad, una gran oportunidad.

Porque una cosa es que nos vaya como la mona -situación que en este caso al menos nos permite el célebre consuelo de muchos- y otra muy distinta, más áspera y más indecorosa, pretender vendernos que estas penurias -sino catástrofes- abren una puerta inesperada a futuros gloriosos e inmaculados, prósperos hasta la desmesura y plenos de felicidad envasada.

Puede irnos todo lo mal que, avizoramos, nos irá, pero que nos tomen encima a la chacota se pasa de la raya.

Así parece suceder con los incesantes llamados gubernamentales, desde variados atriles, a que consumamos a lo loco. A que nos endeudemos. A que compremos autos, lavarropas, heladeras, refrigeradores, termotanques, bicicletas incluso.

Se entiende que el Gobierno quiera incentivar el consumo interno para, entre otras cosas, preservar los empleos. Pero suena vecino a la tomadura de pelo que se nos inste a gastar en medio de la música patética del desplome de casi todos los números de la economía, aún los esmerilados pacientemente por el INDEC: caída a pique de las importaciones, de las exportaciones, del superávit, más los pronósticos con matices que van del oscuro al negro profundo de consultoras y especialistas y hasta de la propia CIA sobre nuestras perspectivas.

"Nadie puede en su vida escapar a una deplorable crisis de entusiasmo", escribió Stendhal. Entre tanto ditirambo optimista, algunas palabras se destacan hasta resultar conmovedoras, como las pronunciadas por la ministra de Defensa, que diagnosticó hace poco: "Entre la caída del Muro de Berlín, hace menos de 20 años, y ahora la caída del otro muro, el de la codicia y la desregulación irresponsable de Wall Street, se abre un horizonte de posibilidades reales para los ideales de independencia, desarrollo y justicia".

¿Un mundo ideal? En realidad, sabemos que no. Que lo que se viene puede tener muchos rostros pero que está tan lejos de esos ideales como la Argentina de la Argentina Potencia, que predicara sin idea ni suerte la primera Presidenta que tuvimos, Isabel Martínez de Perón.

Porque hasta el mismo jefe partidario de Garré, Néstor Kirchner, acaba de advertir que este será "el peor año en cien".

¿Y entonces? ¿En qué quedamos? ¿Le creemos a ella o al jefe?

Ante semejante panorama de tiempos de cólera en los que, además, brotan las contradicciones como hongos indigeribles, el ejercicio casi zen de la sana prudencia suele ser lo más recomendable.

Y en eso andamos la mayoría, tratando de cuidarnos, "desensillando hasta que aclare" -como recomendó cierto general de fama- y esperando que pase el ventarrón, con la esperanza atada de que no devenga en Diluvio Universal.

Son tiempos de vacas flacas y no sólo por la impiadosa sequía que azota la hasta ahora Pampa Húmeda. Entonces que no nos gasten, que de bobos completos aún no nos recibimos.

El magnífico Voltaire, que con tanto fulgor iluminó un siglo lleno de luces, confió que "soy un convencido de que los infortunios, cualquiera sea su especie, sólo son buenos para olvidarlos".

Que así sea.

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