Por Lic. Gustavo A. Bunse
Cada uno de los actos y de los hechos del escenario doméstico de vida en la Argentina, es un ejemplo de inviabilidad absoluta.
Hay una inviabilidad sistémica de vida que devino, ya hoy, en una casi desesperante inviabilidad fáctica.
Es como un encierro en una habitación donde los muebles están al revés y pegados al techo, donde el aire es solo respirable hasta 30 centímetros del piso y donde el carcelero viene, cada 5 minutos, con un arma de tortura distinta y aplica un castigo totalmente nuevo.
Peor aún, cada vez… aparece un carcelero distinto y más malo.
En tal contexto, ninguna regla de juego tiene la menor utilidad y el menor respeto.
Ninguna ley rige y ningún tribunal puede determinar la razón o la verdad de cualquier individuo.
Una tribu, perdida en el corazón del amazonas y sin contacto alguno con la civilización, acaso tiene, ahora mismo, un régimen de previsibilidad, de viabilidad y también de respeto supra societario, que es holgadamente mejor que lo que ocurre en nuestro territorio.
Nace, vive, trabaja, se desarrolla y muere en condiciones biológicas y éticas muy elementales que, básicamente, encuadran en márgenes de previsibilidad razonables.
Aquí no.
Aquí, el descalabro, provee solo la plena seguridad de que todo es inviable y además, brinda señales muy claras sobre que, todo, absolutamente todo lo que viene, ha de seguir hacia peores subniveles de inviabilidad.
Se puede suponer, solo imaginando entre lo posible y lo imposible, que la mesa y las sillas pegadas al techo, podrían ser susceptibles de cambiar su posición.
Se puede suponer incluso, que el aire respirable pueda alcanzar a llegar al metro de altura sobre el piso.
Pero es impensable imaginar que el reo pueda recuperar la confianza en el carcelero que cada 5 minutos venía a castigarlo, aun cuando aparezca en forma súbita, y prometa, solemnemente, ser bueno para siempre.
La confianza destruida y vejada de tal terrible manera, es el proceso de mas difícil reversibilidad tanto en las emociones como en la transacción social humana.
Esa reluctancia y esa huída de la fe, totalmente legítima y absolutamente razonable, provoca, indefectiblemente, el reciclamiento del caos, lo retroalimenta y le perfecciona su carácter de insondable.
De tal modo, todo va aproximándose a la descripción perfecta del infierno en la tierra que hizo Jean Paul Sartre en su libro “Huis Clos” (a puerta cerrada).
La descripción cruda de Franz Kafka sobre el hombre moderno inmerso en una realidad absurda, tiene también, la coherencia módica de la utopía.
Es, de suyo, coherente hacia la nada…, hacia el hueco de un abismo ciego.
En su testamento, trágicamente absurdo, pero se diría que perfectamente absurdo, Kafka pidió que toda su obra literaria, fuese destruida.
Así estamos aquí.
En cualquier lugar del mundo unas elecciones de medio término, una crisis de gobernabilidad y un revoltijo financiero abren, aunque sea un poco, las puertas a un nuevo régimen que podrá acaso resultar precario pero que, básicamente, puede y debe ser componedor de la mínima viabilidad.
Aquí no.
Aquí, se escribe, cada día, una página de “Huis Clos” y un testamento de Kafka pidiendo que, todo lo que se haga, todo lo que se proyecte, sea destruido de inmediato.
Nuestro epitafio como país, ya está escrito en las ruinas del mundo del más allá:
“AQUÍ yacen los argentinos… ELLOS hicieron “bien y mal”
Pero todo lo que hicieron bien, lo hicieron MAL…
Y todo lo que hicieron mal… LO HICIERON BIEN
Cada uno de los actos y de los hechos del escenario doméstico de vida en la Argentina, es un ejemplo de inviabilidad absoluta.
Hay una inviabilidad sistémica de vida que devino, ya hoy, en una casi desesperante inviabilidad fáctica.
Es como un encierro en una habitación donde los muebles están al revés y pegados al techo, donde el aire es solo respirable hasta 30 centímetros del piso y donde el carcelero viene, cada 5 minutos, con un arma de tortura distinta y aplica un castigo totalmente nuevo.
Peor aún, cada vez… aparece un carcelero distinto y más malo.
En tal contexto, ninguna regla de juego tiene la menor utilidad y el menor respeto.
Ninguna ley rige y ningún tribunal puede determinar la razón o la verdad de cualquier individuo.
Una tribu, perdida en el corazón del amazonas y sin contacto alguno con la civilización, acaso tiene, ahora mismo, un régimen de previsibilidad, de viabilidad y también de respeto supra societario, que es holgadamente mejor que lo que ocurre en nuestro territorio.
Nace, vive, trabaja, se desarrolla y muere en condiciones biológicas y éticas muy elementales que, básicamente, encuadran en márgenes de previsibilidad razonables.
Aquí no.
Aquí, el descalabro, provee solo la plena seguridad de que todo es inviable y además, brinda señales muy claras sobre que, todo, absolutamente todo lo que viene, ha de seguir hacia peores subniveles de inviabilidad.
Se puede suponer, solo imaginando entre lo posible y lo imposible, que la mesa y las sillas pegadas al techo, podrían ser susceptibles de cambiar su posición.
Se puede suponer incluso, que el aire respirable pueda alcanzar a llegar al metro de altura sobre el piso.
Pero es impensable imaginar que el reo pueda recuperar la confianza en el carcelero que cada 5 minutos venía a castigarlo, aun cuando aparezca en forma súbita, y prometa, solemnemente, ser bueno para siempre.
La confianza destruida y vejada de tal terrible manera, es el proceso de mas difícil reversibilidad tanto en las emociones como en la transacción social humana.
Esa reluctancia y esa huída de la fe, totalmente legítima y absolutamente razonable, provoca, indefectiblemente, el reciclamiento del caos, lo retroalimenta y le perfecciona su carácter de insondable.
De tal modo, todo va aproximándose a la descripción perfecta del infierno en la tierra que hizo Jean Paul Sartre en su libro “Huis Clos” (a puerta cerrada).
La descripción cruda de Franz Kafka sobre el hombre moderno inmerso en una realidad absurda, tiene también, la coherencia módica de la utopía.
Es, de suyo, coherente hacia la nada…, hacia el hueco de un abismo ciego.
En su testamento, trágicamente absurdo, pero se diría que perfectamente absurdo, Kafka pidió que toda su obra literaria, fuese destruida.
Así estamos aquí.
En cualquier lugar del mundo unas elecciones de medio término, una crisis de gobernabilidad y un revoltijo financiero abren, aunque sea un poco, las puertas a un nuevo régimen que podrá acaso resultar precario pero que, básicamente, puede y debe ser componedor de la mínima viabilidad.
Aquí no.
Aquí, se escribe, cada día, una página de “Huis Clos” y un testamento de Kafka pidiendo que, todo lo que se haga, todo lo que se proyecte, sea destruido de inmediato.
Nuestro epitafio como país, ya está escrito en las ruinas del mundo del más allá:
“AQUÍ yacen los argentinos… ELLOS hicieron “bien y mal”
Pero todo lo que hicieron bien, lo hicieron MAL…
Y todo lo que hicieron mal… LO HICIERON BIEN
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