"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

sábado, 5 de septiembre de 2009

Dios, la fe y la duda...

Pilar Rahola

Ese magnífico altar barroco es uno de esos regalos que el arte y la fe han cedido al mundo.
También es la feliz constatación del sentido común de sus gentes.

Corrían los años de la guerra, y las gentes de Cadaqués, con su alcalde republicano Pere Canals a la cabeza, tapiaron el altar con un muro, para que no sucumbiera a los incendiarios de iglesias.
Eran los tiempos en los que, en nombre de la libertad, también se ejercía la violencia indiscriminada.
Y así, de la mano del seny, el altar de Cadaqués sobrevivió a la rauxa humana, y hoy nos hace los honores, desde la atalaya de su esplendor.

En ese escenario magnífico, el jueves se dio un hecho insólito, motivado por la inquieta inteligencia de Jaume Angelats, el párroco de Cadaqués: Cebrià Pifarré, monje de Montserrat y autor del magnífico ensayo Literatura cristiana antiga, y quien esto escribe, dialogamos sobre fe y razón, embarcados ambos en la búsqueda de la trascendencia, la suya doctrinal y espiritual, la mía racional, y descreída.

Creer en Dios, extraño ejercicio para los no creyentes, cuyo proceso de conocimiento personal no deambula por los caminos de la fe –"la confiança", según Cebrià–, sino por los precipicios de la interrogación.

Decía Cebrià que Dios era, para él, una liberación.
Y su lenguaje me resultaba un misterio.
¿De qué quería liberarse?
¿De sus contradicciones, sus preguntas, sus miedos?
Yo, en cambio, quería vivir descarnadamente con todos ellos, incapaz de resolver mis abismos interiores, con el bálsamo de un dogma incontestable.
Alguien del público me preguntó sobre la desesperanza, y le di la razón.

Ciertamente, los no creyentes estamos solos ante la muerte, y ese agujero de incertidumbres crea una gran desazón. Pero, ¿podemos evitarlo?
El creyente puede dulcificar sus miedos con su fe.

El no creyente no puede hacerse trampas al solitario, y sustituir la desazón por el engaño no es una opción aceptable.

Y así, transitando por un "diálogo dialogal" –en homenaje a Panikkar–, el creyente Cebrià y mi descreimiento fueron encontrando valores comunes, tan cómodos en las complicidades como en nuestras evidentes divergencias.
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Al final de ese diálogo espléndido, Antoni Vives –que ofició de anfitrión con Rosa Ardid– se preguntó qué había quedado, y mi intento de respuesta culmina este artículo.

< Primero, quedó la grandeza de la palabra, sin otra aspiración que ser fuente de conocimiento mutuo.
< Segundo, la constatación de que creer o no en Dios nunca debería separarnos, porque partimos del mismo anhelo: preguntarnos quiénes somos.
< Y tercero, ratifiqué una evidencia: que la iglesia que impone dogmas, y chapotea en el barrizal de la política, nada tiene que ver con estos delicados sabios, poseedores de una gran luz interior.

No conozco a Dios.
Pero el Dios de estos grandes humanistas, me ilumina, incluso más allá de mi negación.

Fuente: La Vanguardia.es

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