De manera individual y también como sociedad hemos ido dejando de lado un decisivo preservador del funcionamiento moral, mientras se extingue también la exaltación del esfuerzo, el estudio y la responsabilidad. Sin duda, pésimo escenario.
Por: Pacho O ´Donnell Fuente: PSICOANALISTA
Saber que un grupo de individuos organizados se dedicaban - ¿seguirán dedicándose? - a comercializar medicamentos adulterados acelerando o provocando la muerte de muchos prójimos provoca estupor e indignación.
"¡Son unos sinvergüenzas! ", pensé, dije.
Efectivamente, una vez más, como suele ser devastadoramente habitual en los tiempos que vivimos, falló ese decisivo preservador del funcionamiento moral de una sociedad: la vergüenza.
No sólo es la justicia formal, lenta y extraviada, la que suele fallar entre nosotros.
Tampoco funciona la evaluación colectiva que una sociedad hace de determinado acto, castigando con el rechazo social y el desprestigio a quien ha pecado contra el orden y el bienestar común. Nuestra sociedad de hoy ha sustituido el antiguo anhelo por ser héroes o al menos ciudadanos ejemplares por la compulsión a ser ricos y famosos por la vía que fuese, con la consiguiente mengua de valores morales colectivos.
Entonces alguien juzgado por un grave delito económico será exaltado como empresario o financista audaz.
De la misma manera que una mujer que ha alcanzado notoriedad por haber protagonizado una escena pornográfica divulgada por Internet será reclamada por medios y fiestas y deberá firmar autógrafos a admiradores.
Son personas sin vergüenza a quienes la sociedad no les reclama sentirla, a quienes no perturba la certeza de Martín Fierro:
"Muchas cosas pierde el hombre/Que a veces las vuelve a hallar/Pero les debo enseñar/ Y es bueno que lo recuerden/Si la vergüenza se pierde/ Jamás se vuelve a encontrar"
Nos resultará útil aquí acudir al concepto de "vergüenza" tal como lo formulara Aristóteles en la Retórica y también en la Ética Nicomaquea, donde a veces la hace sinónimo de "pudor"
En la primera define a la vergüenza como "pesar o turbación relativo a vicios presentes, pasados o futuros cuya presencia acarrea una pérdida de reputación"
Es el sentimiento que se sufre como consecuencia de haber cometido un acto deshonroso.
En la Ética la define como "miedo al desprestigio", sentimiento por lo tanto previo a la consumación del acto reprochable que así se constituye en un freno moral.
En ambos casos el phantasma de la inminente pérdida de la reputación, por lo hecho o por lo pensado, perturba y provoca el miedo al juicio de los demás y al consiguiente rechazo social.
Para que esto suceda es necesario que exista un consenso colectivo firme y definido acerca de lo que es bueno y lo que es malo para esa sociedad.
El sentimiento de vergüenza está estrechamente ligado al de responsabilidad.
Una persona se siente responsable de algo cuando ha tenido la intención de planearlo o de hacerlo.
Se es responsable de todas las acciones voluntarias, es decir que hay una responsabilidad moral ante uno mismo y ante los demás porque el ser humano, aunque condicionado, es libre de elegir sus acciones y por lo tanto puede dar cuenta de sus decisiones.
Esto debería regir las conductas de acuerdo a la normas establecidas por la sociedad en que se vive.
Los sentimientos de vergüenza, conciencia cívica y responsabilidad son sentimientos personales pero que existen en función de los demás.
Volvamos a Aristóteles: "Si todos los hombres rivalizaran por lo bello y se esforzaran en realizar las cosas más bellas, las cosas de la comunidad irían como es debido y cada individuo poseería los mayores beneficios".
Es decir que la conducta virtuosa conduce tanto a la felicidad personal como a un mejor funcionamiento de la sociedad.
Pero la sociedad en que vivimos está lejos de fomentar las acciones virtuosas.
Por el contrario, lo que predomina es la inescrupulosidad, el pragmatismo, la codicia, el "tener" como sustituto del "ser".
¿Dónde habrá ido a parar la vergüenza de quien desvía a sus bolsillos fondos públicos destinados a paliar la pobreza del treinta por ciento de nuestros semejantes?
Y no es el único "sin vergüenza". Desgraciadamente son muchos. Demasiados.
La Argentina del Centenario distaba mucho de ser el paraíso que algunos se empeñan en hacernos creer, pero el castigo social era más consistente que en nuestros días como lo prueban los suicidios por honor.
También los cuestionables duelos en los que se estaba dispuesto a perder la vida con tal de lavar alguna afrenta que podría afectar su imagen ante los demás.
A lo largo de los cien años transcurridos la vergüenza socializada se ha ido extinguiendo a la par de la exaltación del estudio, del esfuerzo y de la honestidad.
Somos una sociedad que ha ido perdiendo y menguando anticuerpos contra la autodestrucción.
Entre ellos el de la vergüenza...
Boletín Info-RIES nº 1102
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