"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

viernes, 19 de febrero de 2010

Cuando un amigo se va...

Por Marcos Aguinis
Especial para lanacion.com

En un poema celebratorio, Juan Filloy rimó Bernardo con nardo, Ezequiel con miel y Koremblit con vid. Su inspirada flecha consiguió, de esa forma, otro acierto lingüístico.
Porque Koremblit fue, en efecto, un dulce y fragante vino en el campo de la cultura argentina, a la que energizó de un modo ejemplar.
Constituyó una suma algebraica de Victoria Ocampo, Jorge Luis Borges y G. K. Chesterton.
Cuando me enteré de su fallecimiento no pude frenar las lágrimas, aunque soy duro de soltarlas.
No sólo fue un creador original, sino un hombre de quien brotaba la generosidad a borbotones. No debe ser fácil encontrar personas que se le hayan acercado y se sintiesen frustradas de su bonhomía, ocurrencias, ideas y riquísimo vocabulario.

Hace dos meses lo invité a cenar en casa.
Estábamos sólo él, mi esposa y yo.
Gracias a la distendida charla el aire se pobló de erudición, sabiduría y un humor tan desopilante que mi mujer le pidió permiso para tomar nota de lo que decía con hechizante fluidez.

Le pregunté sobre la envidia entre artistas y escritores.
- Ah, sí -dijo-, las conozco a fondo. Cuando se reúnen los escritores es como un baile de ciegos: todos se abrazan y ninguno se puede ver.

En cuanto a su salud, confesó que las enfermedades tienen nombre, en cambio la suya tiene número: 93.
Falleció a los 93 años gozando de buena salud, como reía en algunos artículos.
Al finalizar la cena le preguntamos si deseaba repetir algo.
- No, no -contestó-: ¡he comido como el secretario de una unidad básica!

Al final de la noche decidió marcharse tranquilo y satisfecho, pero sólo caminando con dos pies: no podía competir con el gusano de seda, que es el ferrocarril más pequeño del mundo, acotó.
Nos trasmitió que debía escribir un prólogo al libro de una mujer que se lo había solicitado. Y se detuvo para contarnos este recuerdo.

Era un jovencito que bruñía sus primeras armas periodísticas en Crítica, bajo la dirección de César Tiempo.
Una tarde se presentó alguien con un manuscrito.
Dijo llamarse Juan Callorda y quería un prólogo.
Koremblit le explicó que su maestro estaba muy ocupado, no sólo con notas del diario, sino terminando una obra teatral y un libro de poemas.
El señor Callorda insistió y César Tiempo le rogó que volviera la semana siguiente. Se presentó de nuevo y Koremblit le dijo que Tiempo aún seguía muy ocupado.
El tenaz solicitante no quiso ceder ante esas razones y se sentó a esperar ser recibido.
Entonces Koremblit le dijo:
- Señor Callorda, si tanto necesita un prólogo, ¿por qué no se lo pide al Dr. Scholl?
El desconocido autor lo miró con rabia.

Horas más tarde César Tiempo se enteró de esa broma y lo reprendió serio:
- Bernardo Ezequiel, un cigarrillo, un vaso de agua y un prólogo no se le niega a nadie.
Por eso, terminó Koremblit dándonos el cálido abrazo de despedida-, ahora voy a cumplir con ese mandato.

Fue director de la revista Davar que, junto con Sur, fluyeron como los ríos más caudalosos de la creatividad argentina y latinoamericana, donde aparecían trabajos inéditos de plumas universales.
Por sus páginas desfilaron artículos, anticipos, críticas, debates e informaciones que se leían con voracidad.
Hasta Borges solía dirigirse a Koremblit para que le publicase en Davar sus poemas y cuentos aún inéditos.

Durante los años de la represión acogió en la Sociedad Hebraica, como secretario de Cultura, una suerte de universidad alternativa donde se expresaban las figuras más brillantes del talento nacional.

Su actividad pública fue reconocida y celebrada más allá de nuestras fronteras.

En cuanto a la caudalosa producción de ensayos, biografías, artículos, críticas y comentarios que nos dejó, no alcanzarían varias notas para dar cuenta de ellos. Desarrolló un estilo propio, fácil de identificar por la abundancia de metáforas, retruécanos, imágenes lúdicas, cabriolas y humor filosófico.
Fue un humanista cabal, que admiraba a quienes lo inspiraron y sobre quienes escribió textos ahítos de reflexiones sorprendentes: Montesquieu, Romain Rolland, Stefan Zweig, Chesterton, Proust, Italo Svevo, Anatole France, Ungaretti.
Sus libros poseen una mezcla de densidad, brillo e hilaridad inimitables.

Con justicia fue premiado y aplaudido. Sobre todo amado.

Seguramente no se escribirá sobre su tumba el jocoso epitafio que había propuesto cuando su esposa aún vivía:
- "Aquí yace Bernardo Ezequeil Koremblit y su mujer descansa en paz"

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