"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

miércoles, 7 de julio de 2010

Sociedad éticamente corrupta

El desconcierto político y social que se extiende desmesuradamente en permisión de cualquier acción, coloca a la cuestión moral, exenta de contaminación y aún incorrompible, como centro exclusivo de atención para contrarrestar los efectos de códigos de comportamiento vinculados a toda transgresión que otrora, eran considerados una excepción censurada.

La variedad de nuestra decadencia puede tener orígenes generales o específicos; sin pretender discernir sobre ellos, podríamos identificar la actual aceleración negativa como producto del ocaso de ideologías que liberaron de cierta opresión para inducir nuevas opresiones que, desplazando el sentido democrático, se evanescen en el sin sentido político y social.

Podríamos considerar que en otros tiempos pudo haberse observado cierta insistencia al respeto de las normas, aquellas que exaltan profundamente la esencia humana, porque se instalaban dentro del desarrollo educativo-institucional, desde la ciencia, la creencia y fundamentalmente, desde la conciencia.

Hoy, en la raíz de nuestros “ejemplos” políticos, observamos menudos terrenos de prescripción moral y padecemos la elección “a priori”, en función de la supuesta defensa de acciones no contempladas en lo mediato, por lo tanto, en reducidas minutas, impropias.

Y la praxis por encima de un proyecto, es decir el medio por encima de los fines y alcances (sólo metas inmediatas) son el parámetro de referencia de un distorsionado pensamiento social, con pobreza de contenidos, que impide la construcción de una robusta y seria sociedad, en la que “los otros” no somos siempre los responsables.

Las actuales “discusiones éticas”, para algunos grandes dilemas indescifrables, resultan suficientes para la afirmación del disvalor que contribuirá a construir una "conducta orientada", “una colectividad” a la que no le importará la inconsistencia de razones, los esfuerzos de moralización o las buenas intenciones.
Sabemos que la ética podrá encontrarse en peores situaciones pero preocupa no escuchar un “lenguaje ético”, aquel que fundamente un proyecto de hombre concebido con deberes comunitarios que contemplen derechos.

Es inevitable que las “éticas” falsas se infiltren como un remedio acompañado de prospectos sin efectos colaterales, y acciones secundarias no prescritas; pero podría ser previsible su permanente instauración, porque todo desorden ético requiere de respuestas esenciales que determinen la forma en que debiéramos darnos cabida, porque somos parte, consecución o reinstauración.

Acostumbrados ya a observar una “sociedad éticamente corrupta”, de prescripciones inmediatas, abrir la duda es una invitación que permitirá recuperar valores que identificaron, que previeron secuelas y contrarrestaron posibles consecuencias.

Mara Martinoli

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