Por Silvana Melo
(APe).- Pasan en la nariz de las casillas de lata del gran Rosario.
Trenes eternos con decenas de vagones que sacan chispas y polvillo cereal al paso por el mismísimo patio de las villas.
Van cargados de maíz, de azúcar, de soja y ellos lo saben.
Lo saben los pibes que hacen equilibrio en los durmientes en las tardecitas cuando el sol está sentado en el horizonte y deja ciegos los ojos que lo miran.
Cincuenta y dos millones de toneladas de soja se habrán cosechado en la Argentina cuando muera diciembre.
En la potente ribera del Paraná, unas decenas de kilómetros al norte y otros tantos al sur de Rosario hay unos quince puertos privados donde decenas de barcos mercantes hacen cola para echarse al mar con el cereal que se desparramará por el mundo. Con el sello de producto primario argentino.
Para adentro, sale en trenes.
Vagones y vagones repletos con el cereal que de repente no se desparrama por el mundo sino por la tierra. Y los habitantes de la villa, marginados de la historia y de los booms y de la ciudad premium que el diario Perfil auscultaba en 2008 a partir de la explosión de precio y producción de la soja en la vena rosarina, se lanzan sobre el oro que sale de la tierra.
De la tierra que es la propia y que ellos saben –y si no saben intuyen- que a esa tierra le costó la vida y la dejó exangue y que a esa tierra la dejó yerma y le arrasó los montes y le cambió el curso de las aguas y le inundó a ellos la callecita de la villa y los pocos recuerdos que guardan de ayer.
Y ahora pasa, lo que salió de esa tierra, con el viento y el rugido vibrándoles en las zapatillas a los pibes que ven fugarse el futuro en un suspiro y no lo saben. Y sí lo saben porque cuando pueden recogen en bolsas lo que se desparrama y creen que se apropian de un pedazo de esa tierra que al fin y al cabo es de ellos y no saben por qué tienen que sobrevivir en ese patio de atrás del país rico y soberano.
Es que Rosario –como el país- es un monstruo de dos mundos.
Cortada en dos, la ciudad.
Tajeada por el espacio que les toca a los privilegiados y el abismo de los des-
terrados.
De aquellos a los que les cercenaron la tierra.
La tierra, ese sostén de la historia que viene prendida como raíz a los pies del hombre.
Los des-terrados no tienen dónde pisar.
Se caen cuando caminan.
No tienen camino.
El Gran Rosario registra el nivel más alto de pobreza, desocupación y subocupación del país.
Son los márgenes de la ciudad que en 2008, según el diario Perfil, consumía lujo y brillo a partir del precio y la producción del cereal de los cereales.
Ese que viaja a veces en los trenes que silban en las narices de los pibes que asoman por las casillas de lata.
En los primeros días de setiembre, entre tres y cuatro trenes de carga volcaron sus vagones donde decenas de miles fueron condenados al exilio.
A algunos los detuvieron los expulsados que de vez en vez aparecen de la nada en busca de una gota de los mares que les arrebataron.
Pobres, desocupados y subocupados llegan al 12,2 por ciento, dicen las estadísticas extraoficiales que disparan a los arrabales rosarinos como los más castigados del país.
En esa paradoja feroz que suele ser la Argentina de los progresismos mentirosos y los discursos grandilocuentes: en la vecindad de la opulencia vive la exclusión más profunda.
Latente en su nada, latiendo como un corazón furioso. Que, de su nada, a veces aparece. Y sale a buscar lo que le pertenece y se le negó histórica y brutalmente.
Cuando los márgenes estallan y buscan apropiarse de aquello que le enajenaron, la lengua oficial lo llama saqueo.
En 1989, en 2001, cuando el hambre apretó hasta doler, los rosarinos olvidados salieron a buscar la comida para sus hijos.
Encontraron balas, calabozos y mártires.
Encontraron a Pocho Lepratti en el techo de su comedor repleto en un grito para el grafitti eterno.
Y encontraron su caída con un agujero en la garganta, que sólo mantuvo en el aire para siempre aquí sólo hay chicos comiendo.
Dice el portal lapoliticaonline.com.ar que “en solo dos días, dos trenes cargados de maíz procesado (fueron) frenados y descargados por más de cien personas radicadas en la periferia de la ciudad, uno de los bolsones de pobreza más grandes y que, paradójicamente se ubica en las cercanías del complejo de casinos y hoteles Citycenter, inaugurado con pompa y lujo por el gobernador Hermes Binner, el pasado año”
Inmediatamente, hombres, mujeres, chicos, embolsaron y cargaron en carritos kilos y kilos de maíz. Que revendían a un precio entre 7 y 25 pesos por bulto.
Policías y otras voces oficiales disculparon a los que se llevaban los puñados para los chanchos y las gallinas pero no a los que se llevaban las bolsas para vender.
La alta hipocresía socio-oficial condena la apropiación de una bolsa de maíz que se vende al precio de tres cuartos de garrafa. Pero no la enajenación de la tierra y la historia de centenares de familias enghetadas por la desigualdad.
Pero no a los pungas del futuro, a los que talan la vida de los pibes a la vera del tren en el Rosario extendido.
Esta vez fue por accidente, dice La Capital.
Cuando el vagón se ladeó y los pibes corrieron a abrir las boquillas por donde manaba el azúcar como de una ubre sorpresiva.
Apenas con unas bolsitas se quedó Aurelio, de once años, cuando la locomotora empezó a tirar otra vez, como un Hércules de la pampa húmeda.
Chupó los restos blancos que le quedaron entre las uñas y se quedó sentado a la vera. A esperar el destino.
...
Que viene tan lleno siempre.
Pero pasa de largo.
Boletín Info-RIES nº 1102
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*Ya pueden disponer del último boletín de la **Red Iberoamericana de
Estudio de las Sectas (RIES), Info-RIES**. En este caso les ofrecemos un
monográfico ...
Hace 1 mes
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