
Strauss-Kahn. El titular del FMI demonizado por Kirchner, pero hoy reivindicado por su viuda.
Los ultra K se indignan por el giro.
El ministro de Economía Amado Boudou, el de los pantalones caídos, dista de ser el único al que le cuesta explicar la decisión del Gobierno de pedir “asistencia técnica” al terrorífico Fondo Monetario Internacional para poner un poco de orden en el INDEC. En las semanas anteriores, había sobreactuado tanto en el papel de kirchnerista rabiosamente hostil al Fondo que, al difundirse la novedad, se vio convertido en el hazmerreír de medio país, aunque por ser cuestión de un neoliberal reciclado habrá entendido muy bien los motivos de la presidenta Cristina Fernández para permitirle regresar al país.
Pero Boudou es un caso aparte. Quienes se sienten realmente doloridos por el giro más sorprendente de los últimos tiempos son aquellos militantes K de ideas a un tiempo borrosas y contundentes que habían tomado en serio la retórica sulfurosa del fenecido Néstor Kirchner sobre la maldad apenas concebible del organismo “neoliberal” encabezado por el socialista francés Dominique Strauss-Kahn. Todavía estaban festejando la presunta voluntad del Club de París de negociar con el Gobierno sin la participación del FMI –tema este de un anuncio triunfalista de la presidenta Cristina que se difundió por la cadena nacional de radio y televisión–, cuando les llegó la noticia de que pronto desembarcaría una misión técnica invitada por la Casa Rosada para inspeccionar lo hecho por el servicial secretario de Comercio e interventor del INDEC, Guillermo Moreno. Se trata de un comienzo: después vendrán para inspeccionar algo más que la fábrica de estadísticas truchas creada por el funcionario más polémico del equipo K.
Por razones comprensibles, distintos voceros oficiosos están procurando hacer pensar que en verdad nada ha cambiado, que sólo es cuestión de un gesto simbólico sin demasiada importancia ya que la presencia en el suelo patrio de personajes debidamente despreciados por toda la intelectualidad local no significa que Cristina esté por ordenar un ajuste salvaje con el propósito de complacer a visitantes notoriamente sádicos, pero tales afirmaciones no son del todo convincentes. No bien se instalaron los Kirchner en la Casa Rosada, optaron por hacer del FMI uno de los blancos preferidos de sus diatribas más flamígeras, acusándolo de ser el verdugo de la maltrecha economía argentina, el autor de todas sus muchas deficiencias.
Puede que en otras latitudes, la obsesión kirchnerista con la multilateral y la costumbre de sus representantes de denunciarla en todos los foros internacionales que se encuentran a mano sólo hayan ocasionado extrañeza, sobre todo por lo costosa que ha sido, puesto que para alejarse de ella el Gobierno no vaciló en aceptar préstamos, a una tasa de interés usurera, del bueno de Hugo Chávez, además de entregarle al Fondo mismo cantidades impresionantes de dólares sacados de las reservas del Banco Central, pero fronteras adentro resultó ser políticamente provechosa. Se entiende: aquí es tan irresistible el deseo colectivo –estimulado, como es natural, por la clase política en su conjunto–, de creer que la debacle económica que ha depauperado a millones se debe exclusivamente a la maldad ajena, que imputarla a los “neoliberales” satánicos del maldito FMI siempre ha sido muy popular.
Algunos atribuyen la voluntad de Cristina de hacer las paces con el Fondo a la conciencia de que el país sencillamente no está en condiciones de saldar enseguida y al contado la deuda de aproximadamente 7.000 millones de dólares con los miembros del Club de París, ahorrándose así la intervención de los muchachos y muchachas de Strauss-Kahn, otros suponen que la Presidenta no quiere correr el riesgo de verse expulsada del G-20, esta especie de directorio mundial que se reúne cada tanto para que los asistentes puedan intercambiar opiniones acerca de los problemas económicos internacionales.
Mal que bien, los demás integrantes del G-20 no tienen la más mínima intención de reemplazar la ortodoxia imperante, de características “neoliberales”, por las doctrinas decididamente heterodoxas que a través de los años han confeccionado peronistas, radicales e intelectuales de las distintas sectas supuestamente izquierdistas que pululan en un país cuyo desempeño económico ha sido, de acuerdo común, tan fabulosamente penoso que el espectro de la argentinización da pesadillas a italianos, a españoles e incluso a norteamericanos preocupados por lo que está sucediendo en sus propias comarcas.
Es posible que Cristina, aleccionada por sus encuentros con otros líderes mundiales, haya aprendido que ensañarse repetidamente con el FMI sólo sirve para convencerlos de que es una demagoga irresponsable e inepta. También se habrá dado cuenta de que en comparación con los halcones fiscales que gobiernan países como Alemania, Japón y China, Strauss-Kahn es una paloma bondadosa dispuesta a tomar en cuenta ciertas realidades políticas y sociales. Si bien en todas partes abundan los políticos que están habituados a criticar al FMI por su “dureza”, lo hacen a fin de congraciarse con los bien pensantes brindando la impresión de ser buenas personas, solidarias con los ajustados, no porque discrepen con sus recomendaciones que, es innecesario decirlo, disfrutan de la plena aprobación de los dirigentes de todos los países “serios”, trátese de desarrollados o emergentes, que en última instancia son quienes sostienen al organismo. Desde su punto de vista, servir de chivo expiatorio es una de las funciones del Fondo; dan a entender que si no fuera por el miedo que les inspira colmarían a los países en apuros de subsidios cuantiosos sin exigir nada a cambio, lo que, como saben muy bien, sería un disparate.
Otra explicación del giro de Cristina tiene que ver con su estrategia proselitista: aunque no se haya propuesto buscar la reelección, hasta nuevo aviso tendrá que comportarse como si estuviera resuelta a permanecer en el poder por cinco años más.
Por ahora cuando menos, la Presidenta puede confiar en la lealtad de los progresistas K, de los peronistas que entienden el valor del índice de aprobación que ostenta a partir de la muerte de Néstor, y la inmensa clientela bonaerense que depende de la caja, de suerte que sería lógico que se pusiera a sumar apoyo intentando conquistar a franjas de la clase media y del empresariado que preferirían un “modelo” menos excéntrico que el reivindicado por el Gobierno. De propagarse, la sensación de que está apartándose de las facciones más sectarias y más beligerantes del universo K, Cristina podría conseguir el respaldo de muchos que se sienten defraudados por una oposición fragmentada, ensimismada y claramente desorientada.
¿Hubiera podido Cristina invitar al FMI a colaborar con la reconstrucción del INDEC si Néstor aún estuviera a su lado? Es poco probable. El ex presidente había invertido tanto en su cruzada furibunda contra el organismo que abrirle las puertas le hubiera parecido insoportablemente humillante. Asimismo, nadie ignora que Néstor es el gran responsable del desaguisado estadístico que amenaza el futuro de la economía nacional justo cuando las perspectivas planteadas por la coyuntura internacional le son insólitamente favorables. Puesto que, para salir del default y volver a ser un miembro respetable de la llamada comunidad internacional, el país tendría que superar la barrera que le supone la escasa confiabilidad de los números oficiales, Cristina tuvo que elegir entre aferrarse, cueste lo que costare, al legado de su difunto marido tal y como lo imaginan los jóvenes de la Cámpora, “profundizando el modelo”, por un lado y, por el otro, asumir una postura que podría calificarse de pragmática. Parecería que, para alivio de todos salvo los ultras K, ha optado por la segunda alternativa.
En mayo del 2003, cuando Néstor inició su gestión, el FMI era un blanco sumamente tentador. No sólo los populistas locales, sino también los republicanos norteamericanos del gobierno de George W. Bush lo creían un organismo perverso, cuando no inmoral. Mientras que aquí lo odiaban por su manía de insistir en la necesidad de reducir el gasto público si no hay plata suficiente como para financiarlo, una pretensión que, como todos sabemos, es absurda, en Washington predominaba la idea de que los pecadores económicos merecían pasar un buen rato en el purgatorio, cuando no en el infierno, sin que nadie tratara de ayudarlos. Por lo demás, en aquel entonces la economía mundial crecía a un ritmo tan saludable que era fácil convencerse de que el FMI era prescindible; los mercados financieros nadaban en dinero y por lo tanto podrían encargarse de todo.
Pero en el otoño boreal del 2008, aquel panorama risueño dejó lugar a otro muy distinto. De golpe, el consultorio del FMI se llenó de pacientes. Ya ha participado del “rescate” de Grecia, ha intervenido en Europa oriental y está intentando persuadir a Irlanda a tomar los remedios indicados, mientras que se prevé que también tenga que socorrer a Portugal y, según los agoreros, a España. Puesto que hoy en día, el FMI es la herramienta más útil de una agrupación, el G-20, en que Cristina aspira a destacarse, no le conviene en absoluto seguir denunciándolo con su vehemencia acostumbrada. Sería como si un administrador de un hospital ultra moderno irrumpiera en la sala de operaciones para atacar a los cirujanos, gritándoles que, en lugar de emplear el escalpelo, deberían limitarse a recetar remedios caseros indoloros.
* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”
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