"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

viernes, 17 de diciembre de 2010

Entre postales impensadas y constantes implacables


El laberinto político
Por Lucrecia Bullrich de la Redacción de LA NACION

El péndulo. Una vez más, el péndulo. La política nacional vivió esta semana, que quedará entre las neurálgicas de 2010, entre dos extremos: el de las escenas impensadas y el de las constantes implacables.

La crisis de Villa Soldati, tan explosiva como profunda, fue el gran detonador. La Casa Rosada, el escenario central. La secuencia comenzó el viernes a la noche. De un lado de la pantalla, un nuevo capítulo de los cruentos enfrentamientos en el parque Indoamericano y la noticia, luego envuelta en un manto de confusión, del cuarto muerto. Del otro, Cristina Kirchner y la creación del Ministerio de Seguridad. Por esas paradojas de la evolución política, la inseguridad, hasta hace una semana sólo "sensación", cobró materialidad súbita. Y no sólo eso: se convirtió en razón de ser y materia prima de un nuevo ministerio.

Las cámaras también mostraron a un Aníbal Fernández entre serio e impávido ante el anuncio de que las fuerzas de seguridad ya no estarían bajo su órbita política. El ministro todoterreno perdió la valiosa mochila que se encargó de cargar cada vez que cambió de función en el Estado. ¿Dejó de ser uno de los hombres fuertes del gabinete? Todo indica que sí.

Esa misma noche, y después de años en los que la Casa Rosada funcionó casi exclusivamente de día, y salvo por las largas sesiones del Congreso, la política (al menos la que se deja ver por televisión) volvió a hacerse de madrugada. La tensión en Soldati obligó a dejar de lado el reloj y parte (sólo parte) del cálculo político de lado.

El sábado transcurrió como una seguidilla de conferencias de prensa, al mejor estilo tarde de domingo de elecciones. Terminada la cumbre, y cuando todos esperaban la palabra de algún vocero oficial, la conferencia de prensa tuvo protagonistas poco habituales: el micrófono fue de los delegados de los vecinos. Más allá de los intereses políticos de quienes hablaron (que existen y no tiene sentido desconocer), tuvieron voz los verdaderos afectados por el conflicto, los castigados por el drama de la pobreza y la falta de vivienda.

Recién media hora después apareció Aníbal Fernánez con su anuncio de que la Gendarmería y la Prefectura harían el trabajo que, según él mismo había decidido 24 horas antes, no podía hacer la Policía Federal. La saga terminó con Mauricio Macri que, cansado de jugar de visitante, y después de su intempestiva salida de la reunión en la Rosada, se cobijó en la localía de Bolívar 1.

Pese a los tironeos y acusaciones, que siguieron aun después de logrado el acuerdo, esta semana dio otra imagen impensada: la de Macri dentro de un despacho de la Casa Rosada. Tres días después, la conferencia de prensa conjunta entre Fernández y Horacio Rodríguez Larreta fue otra postal que hasta hace una semana sólo podía pensarse como ficción.

En contraste con las sorpresas, las constantes aparecieron de la mano de los discursos. El Gobierno reeditó la siempre rendidora teoría del complot y de la "desestabilización antidemocrática". Eduardo Duhalde volvió a ser "el padrino". Del otro lado, una vez más, Macri recurrió a la idea del jefe de gobierno "rehén", víctima de la mezquindad nacional. Nada nuevo bajo el sol. Tal vez la avant-première de una película que tendrá secuelas en los próximos meses, al ritmo que marque la campaña electoral.

Diciembre confirma que es el mes en el que, lejos de la distensión que sugiere el calendario, los conflictos irrumpen (o estallan, según el caso). Fresca en la memoria aparece la crisis por las reservas del Banco Central que terminó con la salida de Martín Redrado después de un enero agitadísimo. Algo más atrás, el escándalo de la valija de Antonini y las denuncias del FBI. Siempre en diciembre. Implacable diciembre.

Otras dos "marcas de agua" del devenir político nacional volvieron a hacerse ver. La primera: dejar que los problemas se cuezan en un letargo mentiroso y encararlos sólo cuando el desborde, muchas veces violento, los vuelve ineludibles, urgentes, escandalosos. La segunda: creer que señalar a los culpables alcanza para resolverlos. Como si en el reparto del costo político (y los intentos desesperados por esquivarlo, desde ya) se jugara la solución de los problemas. Como si minimizar los golpes "de la política" equivaliera a transformar la realidad.

Sólo como si.

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