"La
decadencia argentina empezó cuando las clases ilustradas abandonaron la
política" - Juan LLach
Después
de la tormenta desatada a raíz de la tenencia accionaria de Shell que mantenía
en su patrimonio Juan José Aranguren, actual Ministro de Energía, producto de
su prolongado trabajo como presidente de la petrolera holandesa y resuelta con
la venta de esa participación, alguna oposición sigue haciendo ruido con la
calificación de "gobierno de los
CEO's" para denostar a la gestión de Cambiemos.
Creo
que ha llegado la hora de preguntarnos, como sociedad, a qué se debe nuestra
desconfianza -¿envidia?- hacia aquéllos que han tenido éxito y por qué pensamos
que las pequeñas fortunas se hacen con
infamias y, las grandes, con canalladas.
Y
también por qué hemos creído tanto tiempo que involucrarnos en política significa arriesgarnos a tirar nuestra honra
a los perros y revolcarnos en el fango.
Esta
gestión ha conseguido algo impensado desde hace muchas décadas:
Que
se incorporaran a ella muchos ciudadanos que, habiendo obtenido enormes
triunfos personales en la actividad privada, en un momento dado han decidido
renunciar a la comodidad y al bienestar, inclusive familiar, para brindar
desinteresadamente sus conocimientos y su experiencia para intentar mejorar la
vida de los demás.
No
me refiero exclusivamente a Mauricio Macri, que encabezó esa movida cuando se
alzó con la Jefatura de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Por
el contrario, los gabinetes nacional, provinciales y municipales están plagados
de ejemplos que confirman esta nueva posición, tan generosa, de muchos otros.
Algunos
ejemplos sobresalen:
Mario Quintana es, tal vez, un
caso especial; con orígenes sumamente humildes, pero demostrativos de la
permeabilidad social que imperaba en nuestro país hasta hace relativamente poco
tiempo (su abuela era mucama, pero tanto su padre como su madre médicos), dejó
sus altas posiciones empresariales -la Presidencia de Farmacity y del grupo de
inversión Pegasus- para asumir como Vice
Jefe del Gabinete, con las enormes complicaciones que trae aparejado el cargo.
Por
su parte, el otro segundo de Marcos Peña, Gustavo
Lopetegui, abandonó la Presidencia de Lan Argentina cuando se sumó al
esfuerzo.
Y
qué decir de Isela Constantini, ex
Presidente de General Motors Argentina, que aceptó el gigantesco desafío de
encabezar Aerolíneas Argentinas, la empresa "pública" más conflictiva
desde el punto de vista sindical y totalmente deficitaria.
Lo
mismo sucede con la legión de jóvenes profesionales, que no nombraré pero todos
conocemos, que han hecho de la gestión pública su nuevo objetivo de vida, a
sabiendas de los enormes sacrificios que conllevará para sus entornos
familiares, en general formados por pequeños hijos.
Porque
en este campo demostramos cuán hipócritas somos los argentinos.
Partamos
de una certeza:
No
hay una "empresa" mayor que el propio Estado, en cualquiera de sus
niveles.
Sin
embargo, nos rasgamos las vestiduras cuando alguien simplemente sugiere llevar
sus niveles de remuneración hasta equipararlos con los que rigen para los
gerentes y directores que se desempeñan en la esfera privada.
Parece
que olvidamos un viejísimo apotegma:
"quien
paga a sus empleados como a monos, tiene monos como empleados".
Esto,
por supuesto, no explica ni justifica que los diputados hayan pretendido
aumentar sus dietas en un 47%, mientras el país exhibe la purulenta llaga de un
32% de miseria, ni que se busque que cobren un monumental salario quienes
fueron electos para integrar el Parlasur, un organismo fantasma, que sólo
comenzará a funcionar en 2020 y no podrá adoptar decisiones vinculantes para
los gobiernos.
En ambos casos,
se trataría, lisa y llanamente, de un verdadero robo.
Y
hablando de inmundicias, una más se sumó esta semana a la panoplia que exhibe
los "logros" del kirchnerismo después de gobernar el país durante
doce años y medio, que coincidieron con el mejor escenario económico que pudo
ofrecernos el mundo en casi un siglo.
Me
refiero al informe producido por la fundación Techo Argentino (ver en www.techo.org.ar/relevamiento),
que determinó que nada menos que tres millones de personas
"viven" en villas miseria o en asentamientos, más de la mitad de
ellos en la Provincia de Buenos Aires, producto del geométrico crecimiento
registrado durante los tres últimos años de la década robada.
Recuerdo
la furia que me ahogaba cuando, al pasar por la Autopista Illia, leía el cartel
que la Presidencia de la Nación había colocado en 2012, precisamente sobre la
Villa 31: "Aquí también el país
crece".
Una de cada diez
habitantes de los centros urbanos carecen hoy de agua corriente (beben de
pozos infectados),
de
acceso a la red de gas natural (lo consumen en garrafas, sideralmente más
caras),
de
cloacas (usan pozos ciegos sin cámara séptica),
y
rodeados de basura, cuando no asentados sobre terrenos inundables y
contaminados, con la carga de enfermedades que eso conlleva, que siempre
afectan más a los niños.
Entonces,
no puedo menos que preguntarme: ¿cómo no se le cae la cara de vergüenza a
Cristina Elizabet Fernández, a Máximo y a Florencia Kirchner, y a tantos otros
cómplices que saquearon el país al punto de convertirlo en esto?
¿Cómo
pueden ser tan hipócritas en sus discursos y continuar paseándose con tanta
falta de pudor entre nosotros? La menor
de la familia no tuvo empacho alguno en intentar -fracasó esta semana- que la Justicia liberara la montaña de
dólares que encontraron en una caja bancaria a su nombre, sin haber trabajado un solo día en su vida.
Por
la magnitud del daño social producido por esa asociación ilícita que montó
Néstor y que heredó y perfeccionó su viuda, otra que nunca ganó un peso en la
actividad privada, resulta indispensable que se extinga el dominio de todos sus
bienes, y que éste revierta al Estado.
Contribuirá
así a aliviar tantas penas y, sobre todo, podremos exhibir frente al globo un
nuevo país, en el cual la impunidad -antigua y actual- ha dejado de existir, y
donde la corrupción se paga.
Porque,
mientras eso no suceda, mientras no demostremos que la Argentina cuenta con una
Justicia rápida, eficaz e independiente, las deseadas inversiones no llegarán y
no podremos alcanzar el desarrollo que perdimos, regodeándonos una y otra vez
en un suicidio colectivo, inexplicable para el mundo y la Historia.
Por
último, le ruego entre en este link (http://tinyurl.com/haftfpc) o lo copie y
pegue en el navegador y, si está de acuerdo con la petición, la firme y
difunda.
Anticipadas
gracias.
Bs.As.,
5 Nov 16
Enrique
Guillermo Avogadro
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